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domingo, 5 de julio de 2015

OPINIÓN-COLUMNA DE CARLOS PEÑA-KRADIARIO

DISONANCIA EN EL ESTADIO

Por Carlos Peña (*)

Ocurrió luego de uno de los partidos de fútbol a los que la Presidenta, con rigor y puntualidad de hincha (aunque con inconfesables propósitos políticos), asistió. Al término del encuentro, alguien le pidió preocuparse de la delincuencia. La Presidenta entonces respondió:

"El viernes le robaron el celular a mi hija, imagínese. Se bajó de la micro y subió un gallo y se lo tiró".

La reacción de la Presidenta fue espontánea, informal, carente de todo cálculo, coloquial, llena de sinceridad. Ella, efectivamente, se sintió -mientras enfundada en la camiseta de la selección se dirigía a los camarines- como una persona más de las que padecen los rigores de la ciudad y temen que la sombra de la delincuencia las alcance. ¿Qué diferencia había, después de todo -debió pensar-, entre la experiencia de quien la increpaba y la suya? Ninguna, concluyó.

Pero al reaccionar así, sin quererlo, y sin casi darse cuenta, mostró el principal problema que la aqueja: la disonancia entre lo que ella quiere ser y el rol que, sin embargo, está llamada a ejecutar.

Todas las sociedades y las organizaciones equivalen a una compleja red de posiciones. Cada una de esas posiciones se define por el conjunto de expectativas que poseen los que interactúan con ella. Estar a la altura de esas expectativas -las expectativas de rol- es esencial para que la vida política transcurra sin grandes sobresaltos ni temores. Maquiavelo, tan acostumbrado a las frases terminantes, lo decía como ninguno: el primer deber del Príncipe, enseñaba, es comportarse como Príncipe. Con ello Maquiavelo no quería decir que el Príncipe debe usar formas principescas. Quería decir algo más básico: debe estar a la altura de las expectativas que definen el rol de Príncipe, la principal de las cuales es definir un curso de acción y emplear su voluntad para ejecutarlo.

Justo lo que la actitud de la Presidenta no mostró.

Por supuesto este tipo de disonancias -entre lo que alguien naturalmente tiende a ser y las expectativas que se dirigen al rol que desempeña- no siempre se revelan y saltan a la vista. Ellas recién asoman cuando sobrevienen los problemas y la realidad, que hasta ese momento transcurría sin sobresaltos, muestra toda su contingencia.

Algo de eso está ocurriendo hoy.

Diversos problemas -la incongruencia que mostró el caso Caval, el resultado incierto de las reformas, el mar sin orillas de las demandas, los tropiezos del gabinete- han mostrado que la realidad social y política de Chile puede variar, mostrar su contingencia, alterar el curso más o menos imperturbable que traía hasta ahora. Cuando eso ocurre, la sombra del futuro se llena de interrogantes.

Y es en ese momento cuando el poder gubernamental -el Príncipe que no puede olvidar lo que es- se hace imprescindible.

Pero ahí es justamente donde la Presidenta Bachelet muestra la disonancia entre lo que ella naturalmente tiende a ser y las expectativas que se dirigen al rol que desempeña.

Allí donde su cargo aconseja distanciarse de las percepciones espontáneas de la gente, ella tiende a compartirlas (desde las quejas de las movilizaciones, a las sensaciones de inseguridad); allí donde se requiere volcar la voluntad en una acción, ella prefiere refugiarse en sí misma (fue, para su desgracia, lo que mostró el caso Caval); allí donde se requiere definir roles claros a ejecutar, ella elige personalidades en las que confiar (según lo pone de manifiesto el último cambio de gabinete).

En momentos de tranquilidad, cuando la vida social transcurre como en una meseta, sin grandes olas ni sobresaltos, como ocurrió en la segunda parte de su anterior gobierno, el hecho de que la Presidenta comparta en el estadio, a la salida de un partido, enfundada en una camiseta, una experiencia cotidiana como la del robo del celular, contribuye a la cercanía entre quien gobierna y la ciudadanía.

Ese fue, en su primer gobierno, el secreto de su éxito.

Pero cuando la meseta se acaba y la incertidumbre de la más variada índole, y por las más diversas razones, aparece en el horizonte, responder con una anécdota de esa índole a las quejas de una persona, como lo acaba de hacer la Presidenta, revela una desatención que descuida las expectativas del cargo.

Y ese tipo de conducta puede ser, en este su segundo gobierno, la causa de su fracaso.


 (*) El autor es columnista permanente de El Mercurio.

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