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jueves, 19 de enero de 2017

Perú actual
CADA VEZ SE SIENTEN MÁS LOS SÍNTOMAS DE DEPRESIÓN CIUDADANA
Por Roberto Mejía Alarcón
Las decepciones entre otras causas, como los contratiempos y los retos, llevan a la persona hacia el mundo de la tristeza. Se producen bajas en el estado de ánimo, surgen sentimientos constantes de desesperanza, a tal punto que quien sufre el mal siente que la derrota consume todos los aspectos de su existencia. Llega a la depresión total, su vida va cuesta abajo y puede ocasionar el final de su tránsito por el espacio terrenal.

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A decir de los especialistas la depresión avanza en la medida en que se suman una serie de factores que pueden ser, además de los genéticos, los de orden físico que se advierten con la desregulación del estado de ánimo, el pensamiento, el sueño, el apetito y el comportamiento; o también los de orden ambiental, ocasionados por la pérdida de un ser querido u otro motivo estresante, siempre que no cuente con un sistema de apoyo sólido, al igual que los llamados factores de riesgo, los mismos que se exteriorizan en casos de carencia de apoyo social, abuso de alcohol u otras drogas, dificultades financieras, victimización de abuso, despojo de bienes y asesinato, entre otros.
Si observamos lo que está ocurriendo con la población peruana, sumergida en un medio cargado de inseguridad física, aislamiento social, arrebatos emocionales, incapacidad para cumplir con los deberes ciudadanos o para adoptar buenas decisiones, síntomas de desesperanza e impotencia, ira, estado de ánimo ansioso, irritabilidad, tristeza colectiva, falta de empleo decoroso, podría afirmarse que está afrontando un cuadro preocupante de depresión.
Pero ¿quién o quiénes son los responsables de esta situación mental que afecta en su conjunto a nuestra colectividad? Todos, absolutamente todos, tenemos una cuota de culpabilidad y en ese todos, se encuentran en primera fila quienes han ejercido o ejercen cargos de responsabilidad en los poderes del Estado. Por una razón sencilla, ellos están investidos de autoridad pública y por eso deben de presidir y gobernar una sana concepción del bien común, concepción que se concreta “en el conjunto de las condiciones sociales que permiten y favorecen en los seres humanos el desarrollo integral de la persona”.
Ese señalamiento se evidencia palpando el sentimiento ciudadano. Este en estos momentos no expresa mayor simpatía por el presidente Kuczynski. Tan es así que la desaprobación del jefe de Estado ha aumentado 9 puntos respecto a diciembre último, pero lo mismo se puede decir de Luz Salgado, presidenta del Congreso de la República, que suma en contra un 42 por ciento de desaprobación, 2 puntos más de lo registrado en el último mes del año pasado. Bien se sabe, sin embargo, que a espaldas de dicha funcionaria, se esconde el perfil manipulador de Keiko Fujimori, quien en la práctica oficia de presidenta de la bancada con el mayor número de representantes y a cuya voz se encuentra supeditado el comportamiento, la palabra, el gesto de Galarreta, Becerril, Torres, Salaverry, etc. Keiko tampoco es bien vista por el ciudadano común y corriente, que con un contundente 53 por ciento desaprueba su desempeño político. Otro tanto se debe decir respecto a Verónika Mendoza, lideresa de Frente Amplio, colectivo de izquierda, enfrascado en disputas internas, quien a la fecha tiene una desaprobación del 59 por ciento, porcentaje alto sin lugar a dudas.
En pocas palabras existen quienes contribuyen a la actual crisis depresiva del pueblo. Tal el caso del gobierno que no pasa del 39 por ciento de aprobación y suma solamente 50 de respaldo a favor. Igualmente el Congreso que va de mal en peor. Tiene un 61 por ciento de desaprobación y un preocupante 29 por ciento de quienes aun confían en su labor. Otro tanto en lo que respecta al Poder Judicial que posee un elevado 64 por ciento que lo censura y un escaso 25 por ciento de aprobación. Así las cosas, me pregunto ¿Qué pasará más adelante con estos funcionarios y poderes del Estado? Un adelanto de lo que viene lo ha dado a conocer el fujimorista Miguel Torres, presidente de la Comisión de Constitución del Poder Legislativo, quien, con una sonrisa en los labios, ha citado la voluntad de traerse abajo el lote de 112 decretos legislativos dados por el Ejecutivo y destinados a modernizar el Estado, siempre y cuando no coincidan con los criterios técnicos de su bancada.
Por lo demás la corrupción imperante en la administración de los bienes del Estado debe considerarse como una causal de la situación anímica de la población. Cómo no sentir tristeza, cuando la posta de la corrupción iniciada por Alberto Fujimori, hoy en prisión, pasó a la de Alan García, luego a la de Alejandro Toledo, para llegar donde Ollanta Humala y Nadine Heredia, todos involucrados en los sobornos millonarios institucionalizados por la empresa del brasileño Marcelo Odebrecht. Cómo no caer en el desaliento, cuando el ex primer ministro y hoy congresista Jorge del Castillo, declara con cinismo: “de la etapa aprista hay sospechas; de las otras hay certezas”. Cómo no comprender el desencanto ciudadano, cuando se entera por boca de Pedro Cateriano, el ex primer ministro de Humala, que ha caído en el olvido los sobornos que se dieron cuando el expresidente Fujimori y su asesor Montesinos compraban armas a Moshe Rothschild. Cómo no sentirse impotentes cuando se ve que el juez mixto de Tocache, Gilberto Cáceres, da un fallo para favorecer a quien como Miguel Arévalo Ramírez, está siendo objeto de investigaciones que lo relacionan con el narcotráfico en Perú y con carteles de la droga del extranjero. En fin, cómo no sentir irritabilidad, cuando simultáneamente al anuncio de una “lucha frontal contra la corrupción” de parte del Duberlí Rodríguez, nuevo presidente de la Corte Suprema, se da a conocer que éste ha nombrado como miembros de las Salas que resolverán en última instancia los procesos judiciales del país, a magistrados como Samuel Sánchez Melgarejo y Carlos Ventura Cueva, cuestionados por su desempeño en la Corte de Justicia del Santa y en la Sala Penal de Reos en Cárcel de Lima, respectivamente.
¿El pueblo, nuestra ciudadanía, logrará salir de este estado de depresión? Apostemos por la fe en el mañana mejor. Para ello no basta con llamar la atención sobre la obligación de afianzar la responsabilidad que tenemos, como personas y como miembros de la misma sociedad. Hay que hacer un inventario de los aspectos negativos que nos tienen postrados anímicamente y de las principales dificultades que habrá que tropezar para provocar un verdadero cambio que nos saque de la incertidumbre del futuro. El pueblo no está vencido. La justicia de su causa es superior.

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