El dicho del título ha sido tradicionalmente cómico e irónico, empleándose para describir la total seguridad y ausencia de riesgo, que alguien requiere al invertir o comprar algo. Pareciera que nadie tomara una actitud tan extrema y absurda, como pedir un "huevo calado" pero se da, al menos en este país.
Y se da en Chile desde la época colonial, cuando, según cuenta la historia, los mestizos especialmente, no veían con simpatía la independencia de la Capitanía General de Chile respecto del reino de España; nadie aseguraba que la Colonia seguiría con su paso ordenado y cansino de largas siestas estivales y abrigados inviernos a la orilla del fogón, y lo más importante, el sustento y la defensa militar asegurados.
Transcurrido el tiempo, tampoco es de extrañar la actitud que asumieron los importadores, exportadores y comerciantes, ante la presión que ejerció Argentina para hacerse de la Patagonia chilena. Aquellos, por su lado, presionaban al Gobierno para que cediera ante el requerimiento del gobierno del Plata, “total eran tierras inhóspitas donde solo crecían líquenes y musgos”, al decir de Ch. Darwin.
La inflexibilidad podría ser peligrosa, no fuera a ocurrir que por la tozudez del gobierno de Chile se arruinaran los negocios.
Por nuestra parte aclaramos que, por formación y disciplina tenemos tendencia a estar exento de temores y considerar los mitos como tales, privilegiando lo real y verdadero, sea esto lo que fuere, por lo tanto, decimos que los chilenos somos temerosos y que muchos mitos históricos de la valentía de nuestro pueblo han sido creados precisamente para contrarrestar esta carencia.
Pero los invitamos a situarnos en los tiempos actuales.
Siempre nos ha llamado la atención, entre muchas otras cosas, la tendencia que demuestran los inversionistas, empresarios, industriales y comerciantes cuando se trata de asumir riesgos en sus operaciones; buscan éxito asegurado y mínimo o ningún riesgo. Esta posición ha perjudicado el avance del progreso del país.
Aclaramos. Por ejemplo, los inversionistas, que muchas veces, también son especuladores, corren con buen talante y disposición para invertir en negocios o empresas probadas y comprobadas: bien formadas, con trayectoria, con una buena cartera de clientes y una buena cantidad de prospectos. Reiteramos, es lo que se elige, negocio seguro, nada de riesgos.
Y si a lo anterior le agregamos la característica de Walhalla, Nirvana, Paraíso o El Dorado a que aspiran los ingenieros comerciales, las operaciones financieras o mercantiles no sólo deben ser seguras, sin riesgos, si no que además deben ser con costo cero y ciento por ciento de utilidad. Vaya broma.
Pero, admitimos que esta característica de evitar los riesgos y buscar siempre la ganancia asegurada, ya está incorporada al gen de los chilenos. Cuantas veces hemos escuchado a una mamá que le dice a su hijo pequeño: “no corras porque te puedes caer”; con esa advertencia ya le está infundiendo temor y provocando una parálisis creativa. Seguramente el niño piensa, “no debo correr porque es malo”, luego practicar algún deporte es peligroso. Lo correcto habría sido decir: “fíjate por donde corres”. Entonces, no somos pioneros porque no nos arriesgamos y no tenemos el éxito asegurado de antemano.
Es por eso, que la actividad de las investigaciones científicas y técnicas de nuestras universidades son escuálidas porque ni el Estado ni los privados apuestan a creaciones y ensayos por el temor a que se fracase y se pierda el dinero empleado.
Resulta increíble comprobar que muchas nuevas iniciativas y obras nacionales son hechas con capitales extranjeros, los inversionistas locales no se arriesgan con Chile, buscan oportunidades seguras en el exterior. Y si los empresarios locales deciden invertir aquí, será bajo la premisa: “las pérdidas son públicas y las ganancias privadas”. Por supuesto, hay que ir sobre seguro, sin nada de riesgos, los huevos se compran calados.
Sin embargo, como casi en todo hay excepciones, creemos de justicia mencionar las que corresponden al presente tema. Nos referimos a los pescadores, mineros y campesinos. El pescador con su bote se interna mar adentro, muchas veces de noche o con el cielo encapotado, esperanzado en encontrar un cardumen que le llene las redes; en esta faena no hay posibilidades de “huevo calado”, hay o no hay peces, pero el pescador corre el riesgo. El minero, por su parte, se interna en la mina, que a lo mejor ya conoce, pero lo que no sabe es cuándo puede venir un temblor o un desprendimiento en el socavón que lo aplaste, pero corre el riesgo sin pretender el “huevo calado”. El campesino, prepara la tierra, siembra y se encomienda a las entidades celestiales para que no haya cambios drásticos en el clima o lo afecte una plaga de parásitos, pero también se arriesga y, por supuesto, tampoco tiene derecho al “huevo calado”
En todos los casos, las pérdidas, si las hay, son totalmente privadas.
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