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sábado, 21 de agosto de 2010

El fin del mundo ya ocurrió cuatro veces

¡Qué tanto susto, caray!

Por Camilo Taufic

A propósito de las diferentes catástrofes que sacuden al planeta: terremotos en Chile y 20 millones de damnificados por inundaciones en Pakistán, que apenas si figuran en la prensa nacional, entre otras, nos ha parecido conveniente reproducir esta crónica... ¿realista? Juzgue Ud.

Un erudito francés de hace cuatro siglos, llamado Michel Eyquem de Montaigne, o, simplemente, Montaigne, el célebre autor de los «Ensayos», que en 1580 no podía saber nada de ciencia-ficción, recogió relatos de la Prehistoria que empalman extraordinariamente con un despacho reciente de la CNN, difundido luego por centenares de diarios, radios y televisoras de todo el planeta.

El científico norteamericano Geoffrey Sommer, de la Rand Corp. de California, que hacía estudios para el Pentágono, advirtió inesperadamente a una selecta audiencia de sabios y expertos, que “si el fin del mundo estuviera próximo en nuestros días, por la colisión de un asteroide u otro cuerpo celeste contra la Tierra, nada se sacaría con avisar a la población mundial de la inminente y total catástrofe".

Sólo días antes se había divulgado que Isaac Newton, el padre de la ciencia moderna, que descubrió el concepto de gravedad, había calculado el fin del mundo para el año 2060. Esta afirmación del científico se encuentra estampada en unos manuscritos de 4.500 páginas de su autoría, descubiertas diez años antes en una biblioteca de Jerusalén. El contenido de los mismos había permanecido en secreto.

Newton pasó los últimos años de su vida haciendo estudios bíblicos, cálculos y anotaciones para descifrar en qué fecha se acabaría el mundo. Estudió teología e incluso hebreo para mejorar sus cartas astrológicas, y llegar a conocer las claves numéricas que —según él y otros estudiosos— existen en las Sagradas Escrituras para predecir el futuro.

Para tranquilidad de todos, dos días después del anuncio de la CNN, se difundían urbi et orbi las conclusiones de otro gran científico norteamericano. “El Universo se acabara dentro de dos mil millones de años”, sostuvo Robert Caldwell, físico de la Universidad de Dartmouth, New Hampshire, Estados Unidos. (No se sabe si por encargo de alguna autoridad de gobierno, o por mero amor a la ciencia).

Ante tan contrariadas afirmaciones, los testimonios de la Antigüedad recogidos por Montaigne, en los tres tomos originales de sus «Ensayos» (1580-1588) aparecen mucho más realistas y creíbles, aunque no por eso menos terroríficos. Egipcios y aztecas, con tres mil años de diferencia, habrían tenido registros de cuatro “fines del mundo” efectivamente ocurridos, y signados por la desaparición del sol en cada ocasión. Tal coincidencia en la memoria de ambas civilizaciones, fue descubierta casualmente por el autor de esta crónica, después de leer y releer con ojos del siglo XXI las 1.200 páginas de la obra cumbre del sabio francés... (Y lo digo sin pedantería).

Montaigne escribe en un estilo sencillo, con claridad y precisión, pese a la enormidad abismante de sus conocimientos. (Y siempre permite nuevas y diferentes lecturas). A fines del siglo XVI, el humanista galo había repasado todos los clásicos latinos y griegos y árabes, es decir, los principales libros de las tres lenguas cultas que manejaba entonces la intelectualidad europea, aparte de los escritos en su propio idioma francés, así como en español e italiano. De allí que sus citas tengan un valor excepcional, por la vastedad de sus fuentes.

“Yo no enseño; relato” —escribió Montaigne, en la primera edición de sus «Ensayos». En las páginas 489 Y 778 de esta obra maestra (edición contemporánea de Porrúa, México, 1991, bajo el título ‘Ensayos completos’) se encuentran los testimonios sobre el “fin del mundo” recogidos al pie de las pirámides de Egipto y de México. Estas dos versiones se reproducen aquí en su forma primigenia y textualmente, y nunca antes habían sido relacionadas entre sí por los numerosos seguidores —que los hay muchos en el mundo— de los «Ensayos»

EGIPCIOS: “Platón afirma que el mundo muda de aspecto en todos los sentidos, y que el cielo, el sol y las estrellas cambian a veces el movimiento que en ellos vemos, trasladándose de Occidente a Oriente. Los sacerdotes egipcios hicieron ver a Herodoto (el padre de la historia) las efigies, esculpidas del natural, que de todos sus reyes tenían, y le dijeron que desde su primer rey, que se remontaba a más de once mil años, el sol había cambiado de ruta cuatro veces. Añadiéronle que la tierra y la mar se cambian alternadamente la una en la otra, y que el nacimiento del mundo está indeterminado. Aristóteles y Cicerón dicen lo mismo, y algunos de nuestros contemporáneos sostienen que el mundo es mortal y renaciente, citando al efecto a Salomón e Isaías”.
(Montaigne, ‘Ensayos completos’, pág. 489).

AZTECAS: “Los mexicanos eran algo más civilizados y artistas que los otros nuevos reinos. Como nosotros, creían que el fin del universo estaba próximo, y tomaron por signo de ello la desolación que los europeos llevaron a sus tierras. Opinaban que la existencia del mundo se dividía en cinco Eras, correspondientes a las vidas de cinco soles consecutivos, cuatro de los cuales se habían extinguido ya, siendo el último el que a la sazón nos alumbra.

“El primero sucumbió con todos los seres por universal inundación de las aguas; el segundo, por haber caído el cielo sobre la tierra, destrozando toda cosa viviente. A esta edad asignaban ellos la generación de los gigantes, de los cuales enseñaron a los españoles huesos tales que, en proporción, debió aquella raza medir veinte palmos de altura.

“La tercera era concluyose con un fuego que lo deshizo y consumió todo; y la cuarta con una conmoción de aire y viento que llegó a derribar algunas montañas. Esta vez los hombres no murieron, pero fueron transformados en monos. ¡A tales conclusiones se presta la endeble imaginación humana!

“Después de la muerte de este cuarto sol, el mundo pasó veinticinco años en perpetuas tinieblas, y en el año decimoquinto fueron creados un hombre y una mujer, que rehicieron nuestra especie. Diez años más tarde, reapareció un sol otra vez creado, y desde entonces hacen ellos el cómputo de su Era. Al tercer día de esta creación, murieron los dioses antiguos y nacieron otros nuevos. Sobre cómo creen los indígenas que el presente sol perecerá, el autor en que me informo no dice nada; pero el cuarto cambio coincide con la gran conjunción de astros que hace ochocientos años produjo, según los astrólogos, muchas grandes alteraciones y novedades en el mundo”.
(Montaigne, ‘Ensayos completos’, págs. 778—779).

Es sencillamente increíble que un erudito del siglo XVI haya recogido datos que coinciden con los estudios contemporáneos más recientes de reputados investigadores alemanes. Según el Centro alemán de Investigaciones Geológicas de Potsdam, la cultura maya (vecina de la azteca) habría desaparecido luego de enormes cambios climáticos, entre los siglos VIII y IX de nuestra era. Es decir, precisamente ochocientos años antes de que Montaigne escribiera sus «Ensayos».

“Sobre cómo creen los indígenas que el presente sol perecerá, el autor en que me informo no dice nada” —escribió Montaigne. Se refiere posiblemente a los cronistas de la Conquista de México, Pedro Mártir de Anglería (“Historia del Nuevo Mundo”, publicada en 1530) o al capellán del conquistador Hernán Cortes, Francisco López de Gómara, que recogió de primera fuente muchas relaciones de los sabios aztecas sobrevivientes a la matanza española, y las reprodujo en su “Historia general de las Indias” (1552).

Hay otros detalles asombrosos en los secretos de los aztecas revelados por Montaigne. “Los hombres se transformaron en monos”, por ejemplo. Esto apoya (en 1580) la teoría de Charles Darwin, formulada trescientos años después.

Los aztecas mencionan también a una pareja “que rehizo nuestra especie”, (¿Adán y Eva?), así como aluden inequívocamente al diluvio universal, tradición que reproducen distintas culturas y religiones y, desde luego, la propia Biblia.

Este artículo es una adaptación exclusiva para Krohne Archiv de su autor, con autorización de Planeta, la gran editorial española, que posee los derechos de reproducción del libro “Un Extraterrestre en La Moneda”, que lo contiene. El volumen (de 170 páginas) comprende otras veinte “crónicas asombrosas” de Camilo Taufic, actualmente en librerías.


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