Por Eugenio Alvial Díaz
El viejo dicho, dice. “No hay bien que por mal no venga”.
Por supuesto que, una desgracia o un desastre, sea cual fuere es un mal, mal que nos puede dañar de distintas formas, leve o gravemente, temporal o definitivamente; puede torcer o enderezar el rumbo de nuestras vidas; de un estadio de apacible ensoñación, hacernos caer en una brusca y amarga realidad.
En la mayoría de las ocasiones, las consecuencias de una situación adversa, nos acongoja, entristece, paraliza o deprime hasta el punto de caer en la desesperación oscura, donde no hay luz a un camino de salida, donde a lo lejos no brilla un horizonte mitigador. Las puertas están cerradas, los caminos cortados y las escalas truncas nos hacen pensar que, hasta aquí llegamos, no hay nada más que hacer.
En este punto es donde surge lo positivo del beneficio de la meditación profunda y serena, que nos reactive el organismo y nos aclare la inteligencia para encontrar la clave que despierte la voluntad y nos permita la acción.
Movimiento que nos lleva a la segunda etapa de este proceso, donde, la inmensa mayoría de las veces, se enfrentan la razón acompañada de la lógica contra la intuición. Dicen los estudiosos de estas materias que la razón y lógica son imperfectas porque son de origen humano, en cambio la intuición es perfecta porque es de origen divino.
Si la meditación nos ha llevado a escoger especialmente a la intuición, para salvar algún problema, entonces es indispensable agregar un ingrediente muy importante: la FE.
Ha sido gratificante y aleccionador ver la FE que han demostrado muchas personas que están vinculadas con los mineros atrapados en la mina San José.
Los familiares; las autoridades de Gobierno, entre ellos el Presidente de la nación, que con porfía férrea, ordenó todos los recursos disponibles para salvar 33 vidas, porque su FE así se lo indicaba; todos los técnicos, que se esforzaron en usar sus mejores conocimientos, impulsados por esta ola de FE;
los periodistas, así mismo, que no dejaron de alentar a todos cuanto había en el entorno de la mina, como a los televidentes y escuchas, todos contagiados por la FE.
Esta FE tan maciza que afloró alrededor de este accidente, hizo nacer la ESPERANZA en mucha gente, desde el norte hasta el sur, que diariamente se informaban del progreso o tropiezos que tenían las faenas de rescate, retroalimentando con su espíritu, a través del éter, la FE de los rescatistas quienes, a su vez, acrecentaban la ESPERANZA de todos los que esperábamos el éxito de la gran tarea.
Todo este gran esfuerzo físico y espiritual, de tanta gente, de tan distintos ámbitos y medios sociales, hizo brotar espontáneamente la empatía y comprensión de otros tantos ciudadanos que se concretó en la donación de diversos tipos de elementos materiales y trabajo gratuito que sirve de magnífico soporte para todos aquellos que rodean la mina, firmes en su FE y en su ESPERANZA.
Esta acción solidaria la llamamos CARIDAD, acto caritativo que representa a través de obras o cosas materiales, el amor del ser humano por el prójimo.
La verdad es que estos actos de pureza espiritual de los chilenos, como las muchas lágrimas que derramaron hombres y mujeres, y más tarde las risas y la alegría, producen en un plano superior, grandes destellos de luz pura que iluminan, cubren y anulan los espacios oscuros, que nosotros también creamos por conductas reprobables.
Por la forma como pensamos y actuamos, somos un pueblo algo especial, diríamos, contradictorios, pero en lo íntimo de cada uno de nosotros, somos capaces de practicar la FE, la ESPERANZA y la CARIDAD, por eso y a pesar de todo, estamos contentos de ser chilenos. ¡Viva Chile!
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