Por Hugo Latorre Fuenzalida.
Chile tuvo estrategia de desarrollo explícita, hasta los años 70. Luego, se reemplazó por las propuestas llamadas de “crecimiento económico”. Las primeras se imponían metas de crecimiento integral, aunque siempre hubo sectores que se desarrollaban más rápidamente que otros; las segundas se caracterizan por definir sólo un crecimiento cuantitativo de los guarismos productivos; lo demás vendría por efecto de las fuerzas autonómicos del mercado.
Los resultados son diferentes: la estrategia de desarrollo explícita alcanzó tasas de crecimiento económico mediano pero con equidad integrativa digna de resaltar en un país con alta tasa de crecimiento demográfico.
La propuesta basada en el crecimiento, ha tenido episodios de alto crecimiento acompañado de crisis y caídas enormes, lo que hace promediar en un nivel bastante pobre las tasas de crecimiento de mediano y largo plazo.
Pero, amén de no alcanzar metas auspiciosas, el modelo de crecimiento, al abandonar a su suerte a los restantes componentes del desarrollo (o a la voluntad del mercado), ha derivado en un rezago peligroso de diversas variables sociales y económicas, difíciles de remontar a estas alturas: como ejemplo tenemos una educación pública rezagada en más de 20 años, con un financiamiento percápita que es la mitad de lo mínimo requerido para los tiempos que corren; un profesorado al que se le marginó de los avances modernos de la enseñanza por 30 años (al arrasar con los pedagógicos y las escuelas normales; se les degradó todo lo posible en los salarios y también en prestigio social.
También una salud pública deficitaria y devaluada a niveles calamitosos, con mayor inversión pero con una lógica privatista que la hace inviable a mediano plazo; los costos del Auge se disparan a la estratósfera, producto de las transferencias de atenciones hacia el sector privado: partieron en 30.000 millones de pesos el primer año y al cuarto ya se eleva a 500.000 millones de pesos de transferencias públicas. Por eso los hospitales se endeudan y las clínicas privadas crecen a ritmo de 1300 camas por año, mientras que las camas hospitalarias sólo lo hacen a ritmo de 300 camas por año (ahora anuladas, debido al terremoto).
Lo mismo podemos decir de los servicios básicos y del mundo laboral: pagamos el doble en las tarifas de energía que un ciudadano norteamericano; lo mismo acontece con las tarifas de la educación superior y de telefonía; se nos han cargados costos adicionales con todo tipo de privatización o concesiones, de tal modo que tenemos una sociedad a la que se le suben los costos de vivir, pero no se le dan las oportunidades de incrementar sus ingresos.
Esto último es por una política debidamente planificada (la única planificación constatable) de evitar el crecimiento de las organizaciones sindicales y cualquier tipo de organización social que pueda vulnerar la rentabilidad de los agentes empresariales, aunque alcance esa rentabilidad niveles escandalosos, como de hecho acontece en Chile.
La concentración de la riqueza se eleva a una escala geométrica, mientras los salarios se empinan poco más del promedio latinoamericano que, según estudios de la Cepal, no alcanzó en la etapa de mayor crecimiento de las economías regionales el 5% real. Claro que si se separan por segmentos de ingresos, los más altos suben en proporción que muchas veces duplica el de 1988. Deben saber los chilenos que el ingreso medio recién en 1992 alcanzó a igualar al que se tenía en 1981, por eso es que muchas cifras de crecimiento de los salarios son más bien una recuperación antes que un crecimiento efectivo. Las sucesivas crisis (asiática y financiera), se han encargado de regular a la baja cualquier progreso en términos de salarios.
Pero el problema mayor radica en que estamos siguiendo de manera resignada un modelo que no es el exitoso a escala mundial. En efecto, el modelo de crecimiento, sustentado en la ideología neoliberal, seguido por EE.UU. , América Latina y algunos países de Occidente, no es el que realmente gana la competencia en la carrera hacia el éxito económico y social a nivel planetario. El modelo que la lleva es lejos el NEOKEYNESIANO, y está siendo seguido por el mundo en desarrollo ubicado en el Asia emergente, y sólo algunos países de Occidente como Finlandia.
El modelo NEOKEYNESIANO se caracteriza por auspiciar el desarrollo integrador y “sobre los dos pies”: es decir impulsando el desarrollo de sus mercados internos, pero preparando a la economía para adquirir competitividad en los mercados foráneos; toma como agentes del desarrollo al sector privado, pero en estrecha alianza simbiótica con el sector público (sin inhibiciones); toma las tecnologías tradicionales, a las que incorpora aceleradamente tecnología de punta (mecatrónica); pero también acoge a las empresas transnacionales a las que pone a trabajar en los procesos de actualización tecnológica, donde los agentes locales son sumados íntegramente.
Es decir, hay una preocupación planificada por acceder a la competencia por el conocimiento, base y fundamento de todo desarrollo futurista. De hecho, el mundo asiático ha tenido una velocidad de incorporación tecnológica en las últimas dos décadas que va desde el 320% al 480% (los llamados “Tigres”), mientras que China y la India bordean el 2000% de integración tecnológica.
¿Saben cuál es la velocidad de integración tecnológica de América Latina en ese mismo período? Pues no se disgusten: apenas entre el 60% y el 80% Es decir, que mientras esos países del Asia viajan en Jet hacia el desarrollo, nosotros, en esta parte del mundo que fue tan promisoria en otros tiempos vamos viajando en calesín, contemplando distraídamente el paisaje y cantando alegres tonadas.
Nos han impuesto la receta equivocada, pero lo peor no está en quién sugiere el menú, sino en quienes lo cocinan de manera resignada y sin capacidad para agregar ni siquiera un ingrediente, para darle un toque de sabor algo diferente, algo propio, que por último haga decir que somos aún algo originales.
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