Por Hugo Latorre Fuenzalida
¿Podemos hablar de una cultura en Chile? ¿Qué podríamos definir como cultura de un país?
Estas son preguntas que debemos plantearnos a estas alturas, cuando nuestros presidentes acostumbran a decirnos que estamos ad portas de dejar atrás el subdesarrollo e ingresar con todos los méritos al selecto club de los países desarrollados.
Ser desarrollados requiere tener una cultura también desarrollada; por eso es importante la pregunta. Porque ser un país desarrollado no es sólo contar con un producto interno (PIB) ubicado sobre cierta cota mínima; es mucho más que eso.
1.- En términos macro se puede decir que es requisito contar con una homogeneidad ético-social, es decir que la totalidad de la población se sienta habitando un mismo ambiente compartido con básica igualdad de pertenencia.
2.-También es exigencia básica el contar con institucionalidad válida, efectiva y eficiente, ante la cual se sienten suscriptores toda la población que habita el territorio.
3.- Por otra parte, tanto lo jurídico, lo territorial como la diversidad étnica o social debe ser instalada dentro de un modelo de integración equitativa, que evite segmentaciones y discriminaciones odiosas y permanentes.
Por tanto, la centralidad y descentralización del poder deben alcanzar un equilibrio estable; la participación política y social debe ser un fenómeno de integración creciente; las disfunciones socioeconómicas deben ser resueltas de manera democrática y no conflictiva; el respeto a las personalidades y diversidades debe ser una práctica enquistada en el diario vivir; la violencia debe ser sustituida por el diálogo.
En consecuencia, tener bases de una cultura desarrollada, es contar con una educación de estándares elevados; con desarrollos tecnológicos endógenos de cierta dimensión y con real repercusión en las estructuras productivas y de consumo; requiere contar con una salud universalizada, equitativa y eficiente; igualmente, contar con una población abundante en las áreas formales del trabajo, remunerada según exigencias modernas y con niveles de productividad también exigente; requiere una distribución del ingreso que permita incorporar a toda la población en estatus de ciudadanía; un aparato de seguridad social que garantice la plena integración al sistema de vida de bienestar, además de un funcionamiento del Estado tal que garantice los servicios elementales como justicia, paz social, estado de derecho y apoyo institucional a las diversas instancias que conforman el amplio abanico de actores de una sociedad compleja.
Pero sobre todo, demanda de una Cultura humana moderna.
¿Qué significa eso?
Pues simplemente que todas esas funcionalidades simbióticas que hemos expuesto ya estén internalizadas en el ADN de la convivencia. Pues eso es lo que permite que las virtudes de una cultura tengan expresión automática, fácil, permanente y de manera compartida.
Esa predecible respuesta de los ciudadanos, de manera consensuada, donde nadie pueda presentarse como enquistada disfuncionalidad patológica, ante las diversas e inevitables situaciones que problematizan a una comunidad, es lo que constituye el principio básico de una cultura moderna.
La capacidad integradora y participativa, que empuja hacia un mismo norte las acciones trascendentales de una comunidad, forma parte de otro rasgo visible de una cultura moderna.
El consenso orgánico, ese que lleva a consolidar a las instituciones antes que a deslegitimarlas, forma parte de una conducta cultural que refleja una corriente constructiva y, humana.
La confianza en sí mismo; esa que permite superar las particularidades y diferencias, así como el éxito de otros, y que más bien aplaude los logros de sus iguales, como si fuera propio, implica un desarrollo elevado de una personalidad fuertemente autosustentada; pero también revela una confianza en las alternativas y oportunidades equilibradas del sistema global, pues no ve en las ventajas circunstanciales de otros una injusticia, que se instalan como sesgo permanente de asimetrías estructurales.
“La cultura no es un aditamento superestructural; la cultura es la forma como una sociedad organiza sus valores y creencias; sobre qué códigos se comunica y cómo organiza las relaciones de producción; qué produce y para quién produce; también es parte de la cultura el qué se consume y para qué consume. En fin, la cultura se organiza y está penetrada por todos los quehaceres de los hombres que conviven bajo un modelo dominante o consensualmente organizado de sociedad”.
“En la cultura todo es compromiso, nada es excrecencia de élites ni populismos ornamentales. En la cultura se resume lo más humano de la convivencia, lo más creativo y es donde todos concurren a labrar su identidad, auténtico o mistificada.”
“Por eso creo que es tiempo de detenernos de evaluar qué está pasando con nuestros valores. La razón es nodriza de la libertad, pero también ha oficiado como la ciencia que acredita terribles pero sutiles mecanismos de represión o perversión de esa misma libertad”.
“La cultura, con sus valores, debemos construirla política, social y económicamente, pues la cultura no es entelequia, es la vida misma en todas sus dimensiones.”(Cita“La América seducida”: Hugo Latorre 1997).
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