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miércoles, 20 de julio de 2011

LAS “ESCAPADAS” DE LA ECONOMÍA

Por Hugo Latorre Fuenzalida

Vivimos tiempos revolucionarios y estas revoluciones no vienen impuestas por un dogma ideológico que exige el “Deus ex machina” de su aplicación a sangre y fuego, como sucedió en los tiempos del ideologismo moderno. La revolución actual tiene una característica diferente: refleja las aporías, las inconsistencias y las inviabilidades de la ciencia económica imperante y también da cuenta de una emergencia social de características especiales, justamente reactiva a esas incompetencias y desmadres económicas del presente.

Es decir que, como todos los tiempos decadentes, las causas económicas y las culturales se combinan para dar con procesos de cambios irrefrenables. Cuando a estas causas culturales y económicas se le suman las determinantes políticas (cambios en el poder), entonces damos con un cambio histórico, acontecimiento que pocas veces se ha dado en occidente: Siglo V A. de C., en Grecia, Siglo XV en Europa, y pare de contar, pues las otras revoluciones han abarcado dos aspectos del cambio, pero no los tres.

Muchos autores vienen planteando este fracaso de la economía a nivel planetario, y su fuero de ciencia. Sus paradigmas vienen siendo cuestionados de manera integral desde hace medio siglo (Hazel Henderson 1981. “La política de la edad solar”).

La economía clásica presenta, según diversos autores, las llamadas “escapadas”, como las del “interés compuesto”, una fantasmagoría que permite asignarles valor al capital por sobre el valor mismo, cosa que no se encuentra respaldada en ninguna realidad física o natural. Este interés compuesto permite multiplicar, por arte de la fantástica imaginación, la riqueza de los que acumulan capital, concentrando de manera astronómica la riqueza nominal y acentuando la desigualdad en la distribución; dos artificios que se hacen responsable, como sabemos, de la crisis actual.

Otra “escapada” de los equilibrios naturales a los que echa mano la teoría clásica de la economía marginalista y maximalista, es la “acumulación de capital”. Con esta acumulación de capital, como instrumento del crecimiento del producto, se llega a las mega- empresas, a los monopolios y a la integración vertical e irradiación horizontal de ese poder concentrado de la economía; de esta manera las empresas se hacen monopólicas, luego transnacionales, luego financieras, cerrando el círculo megalomaniaco de poder.

Pero lo que señalan los economistas que trabajan desde los modelos sistémicos naturales es que los clásicos de la economía aplican un modelo lineal para procesos que son integrados.

Para ellos, el modelo de acumulación “escapado” no tiene ninguna relación con el mundo real, lo tiene sólo con el sistema de valores (ideología). Pero el efecto sobre el mundo real se hace sentir sobre las espaldas de las grandes masas, forzado por los grupos de personas que creen que sus aspiraciones son legítimas y se amparan en leyes, abogados y policías para poder aplicar un sistema de estas características. En la naturaleza, estas “escapadas” se pagan con hambre o aniquilación equilibradora.

Los teóricos del pensamiento “morfogenético” sostienen que la realidad no es lineal, sino que se da un sistema complejo y por tanto “integrado”. Tratar de distinguir entre causa y efecto en un sistema complejo se vuelve prácticamente imposible, pues es como adivinar qué está primero, el huevo o la gallina; tal como sucede con la inflación, pues se toma a la inflación como “causa”, pero la inflación también es un “efecto” que reconoce otras causas estructurales más profundas, que a su vez son efecto de otras causas.

Otro manifiesto de los críticos se señala en el concepto de que las sociedades industriales son sistemas cibernéticos y no lineales, gobernados por miles de rizos de retroalimentación; pero aún se sienten a gusto, los ortodoxos, tratándolos como sistemas de equilibrio, tipo termoestato. En verdad afirman los críticos (Hazel Henderson, Magoroh Maruyama, Murray Turoff, etc.) las sociedades industriales recientes son de tipo “morfogenético”, es decir sistemas en constante “desequilibrio” y en evolución hacia estados nuevos, por definición impredecibles.

“El modelo de equilibrio de la oferta y la demanda en que se basa la filosofía del mercado libre y del laissez faire, hoy resulta un concepto demasiado atomista y lineal, carente de las consideraciones sistémicas de una pléyade de variables nuevas que sus cultivadores siguen considerando como “exógenas”, como señala Nicholás Georgescu-Roegen en: “ La ley de entropía en los procesos económicos”.

Pero Georgescu –Roegen denuncia algo más actual y concreto aún: “Esta errónea aplicación de la teoría microeconómica al sistema macroeconómico, que es necesariamente interactuante y complejo, introduce errores de orden de magnitud que hoy pueden explicar la desintegración de la administración macroeconómica en todos los países industriales maduros.

Kennet Boulding, advierte, por su parte, respecto al tema de la productividad en economía. Sostiene que la producción incremental proviene del conocimiento. Que la inversión “ignorante” y descaminada que no produce nada fundamentalmente nuevo, aunque pueda llegar a ser lucrativo como nuevo producto.

No hay productividad real, pero sí desencaminada, cuando se incrementa la “productividad” disminuyendo o despidiendo trabajadores o externalizando sus servicios para que no aparezcan en las cuentas de la empresa o del país.

Respecto a la fijación de los costos del salario, Schumpeter señala que éstos están fijados políticamente, que no se pueden derivar de costos objetivos o técnicos. Si Marx y la teoría liberal los fijan desde los costos de subsistencia, Schumpeter ni siquiera lo intenta.

Como vemos, las teorías económicas son en gran parte elucubraciones metafísicas que ocultan una ideología que, a su vez, oculta un interés. Tal como señalaba Walter Benjamin acerca de quienes escribían la historia: “La historia la escriben los vencedores”, acontece algo similar con quienes escriben e implementan las teorías económicas.

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