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viernes, 22 de julio de 2011

LA IGNORANCIA ES UN “MAL” DE CONSUMO


Por Enrique Fernández

Cuando el Presidente Pedro Aguirre Cerda dijo que “gobernar es educar”, lo hizo apoyado en sus convicciones humanistas y su condición de maestro. Lo mismo pensaba Platón en la antigua Grecia, donde tres siglos antes de Cristo afirmaba que “el objetivo de la educación es la virtud y el deseo de convertirse en un buen ciudadano”.

Cuando el Presidente Sebastián Piñera dice que “la educación es un bien de consumo”, lo hace desde sus convicciones mercantilistas y su condición de economista neoliberal. Lo mismo pensaba Milton Friedman, inspirador de la Escuela de Chicago y del modelo que impuso por la fuerza la dictadura del general Augusto Pinochet. Friedman, en un artículo publicado a mediados de 2005, aboga por “un mercado competitivo de educación privada al servicio de padres que tienen la libertad de escoger la que consideran es la mejor escuela”.

Libertad de elegir la mejor escuela… Como quien elige el mejor refrigerador o la mejor lavadora, que en la oferta del mercado son bienes de consumo durables. Escoger la mejor universidad, como quien busca en el supermercado la mejor mantequilla o el mejor yogurt, que son bienes de consumo no perdurables… Pero en uno y otro caso, aquello que es mejor siempre tendrá un precio más alto, por la ley de la oferta y la demanda. Es lo que ocurre por cierto con la educación, cuando la consideramos un bien de consumo.

¿A qué se debe la diferencia tan profunda entre las visiones de Aguirre Cerda y Piñera? ¿Por qué es tan enorme la distancia entre las ideas de Platón y Friedman? La respuesta surge de la barrera insalvable que existe entre el humanismo, vinculado a la esencia del ser humano, y el materialismo neoliberal, cuyo principal marco de referencia es el mercado. Para el presidente Piñera y el economista Friedman, la educación se sitúa al mismo nivel que cualquier otro bien transable.

Pero los economistas neoliberales y sus seguidores tienen, además, una nefasta tendencia a modificar el verdadero sentido de las palabras, como si quisieran crear un lenguaje propio al que no tenga acceso el hombre común. Así, día tras día, van erosionando el rico idioma español con la complicidad de algunos líderes de opinión, periodistas y medios de comunicación.

Veamos algunos ejemplos prácticos:

En tiempos de la dictadura militar, el entonces ministro de Hacienda Sergio de Castro decía que era necesario el “ahorro externo”. En realidad a lo que se refería era a la “deuda externa”, pero la disfrazaba de “ahorro” para no causar alarma pública. Después alguien aludió al auge de la “industria turística”. Como usted sabe, la industria es una actividad que produce bienes. La industria siderúrgica fabrica acero y la industria textil produce telas. Pero el turismo no es una industria que genera bienes materiales, sino un servicio o actividad comercial y no industrial. Con igual desenvoltura los economistas y los medios se refieren al comercio de las grandes tiendas como “industria del retail”.

Y en el colmo de la desaprensión, nos informan que ha crecido “el parque automotriz” en lugar del parque automotor. ¿Por qué automotor? Por la misma razón que usted dice “emperador” si evoca a Napoleón y “emperatriz” si se refiere a su esposa Josefina. Usted dice “actor” y “actriz”, según sea masculino o femenino. Por lo tanto, en el caso de las ventas de automóviles deberíamos precisar que se trata del comercio automotor, pero la producción de esos vehículos proviene de la industria automotriz.

No es extraño, pues, que la contaminación del idioma y de las ideas llegue a modificar aquello que los filósofos griegos descubrieron hace 2.400 años: que la educación es inherente al desarrollo humano y, por lo tanto, un derecho del que nadie debe ser excluido.

La Unesco (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura) observó con atención, hace cinco años, la rebelión que lanzaron los “pingüinos” contra el Gobierno de la Presidenta Michelle Bachelet. En ese movimiento, a mediados de 2006, los estudiantes secundarios pedían la reforma de la Ley General de Educación para terminar con los liceos municipalizados y recuperar el papel que tuvo el Estado en la formación de sus futuros ciudadanos.

“Para la Unesco –advirtió entonces la organización internacional-, la educación es un bien público y un derecho humano del que nadie puede estar excluido". "Concebir la educación como derecho y no como un mero servicio o una mercancía –agregó en un comunicado-, exige un rol garante del Estado para asegurar una educación obligatoria y gratuita a todos los ciudadanos, porque los derechos no se compran ni se transan".

La postura de este organismo técnico admite la existencia de colegios o universidades privadas, aunque sobre la base de que “la libertad de enseñanza no conduzca a la desigualdad de oportunidades de determinados grupos dentro de la sociedad".

Es decir, el conocimiento al servicio de todos.

Eso proponía Sócrates, maestro espiritual de Platón y otros jóvenes griegos. Y su propuesta fue considerada a tal punto peligrosa, que las autoridades de Atenas lo condenaron a muerte. Sin embargo, antes de beber la cicuta envenenada dejó un mensaje que tiene plena vigencia 24 siglos después:

“Sólo hay un bien: el conocimiento. Sólo hay un mal: la ignorancia”.

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