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jueves, 28 de julio de 2011

EL MAPA DE LA "PODREDUMBRE"

Por Hugo Latorre Fuenzalida


“El poder corrompe, pero el poder absoluto corrompe absolutamente”.


"La Segunda", ese inefable periódico de la derecha mercurial, acostumbra a entregar estos rankings estrambóticos de un país recambolesco como Chile.

"El mapa del poder en Chile" o el ranking de "los más altos salarios" en los "directores de empresas de más altos ingresos","los grupos económicos y sus rentabilidades", "los bancos y sus nuevos productos exitosos", "Las AFP más rentables";"los ingresos más altos entre los más altos; las mujeres empresarias exitosas, etc. Todas estas grandezas en medio de una precariedad asombrosamente soportada de manera pacífica por las mayorías nacionales, por unos padres agobiados por los cobros especulativos de los colegios y universidades, donde, además de ser expoliados por aranceles expropiatorios, sus hijos son victimizados con promedios de 60% de permanencia por encima a la norma de duración de sus carreras, simplemente porque no pueden terminar de pagar el año escolar o porque a las universidades les es rentable sobrematricular en primer año y luego cercenar cabezas de manera aleatoria y casi siempre fraudulenta.

Este "mapa" de los logreros del poder que se han hecho de Chile y han hecho de Chile un país atrapado, donde la resignación ha campeado los últimos 20 años, mezclado con aquella esperanza que las promesas de los políticos "democráticos" cambiarían su oprobiosa situación que en verdad nunca cambió; y resignados por los 17 años de dictadura que antecedieron, cuando la muerte, la cárcel o la diabólica  propaganda unilateral, extinguían cualquier asomo de autonomía, lucidez o rebeldía.

Ha sido el maximalismo ideológico de los hombres de los negocios lo que ha llevado a este libertinaje de los intereses privados por sobre los intereses sociales y públicos. Esto ha desequilibrado las relaciones de "poder" haciéndolas insanas, es decir corrompidas, como es propio de la naturaleza humana, toda vez que caen los resguardos y frenos de sus apetencias eternamente totalistas.

La violencia militar, el violentamiento publicitario-ideológico y la disolución de toda estructura de ciudadanía, aplicado por largo tiempo, terminaron por jibarizar el alma y la mente de los chilenos, quienes, finalmente asumieron como verdad los derechos de los de arriba y la legitimación de esa voluntad que los lleva a hacer y deshacer, como también condujo a internalizar la inferioridad propia, como natural e inmodificable.

De esta manera las tropelías de los abusadores de todo tipo se barnizó con tintes  de jurisprudencia y de derecho, como ha sucedido tantas veces en la historia, toda vez que el poder es usurpado y concentrado, sea en las manos de los déspotas de izquierda o de derecha.

Nada asombra tanto como ver a los hombres resignados a aceptar como normal condiciones que son alevosamente abusivas, injustas, ofensivas y dañinas.

No me pudo sorprender la derrota de la Concertación, por su alta traición al pueblo de Chile y su dignidad; pero me escandalizó sobremanera la autorización electoral que dieron los chilenos para que los hijos de la dictadura, los que son causa y origen de esta calamidad nacional, llegaran al poder en gloria y majestad.

Luego de este triunfo de la derecha, Chile me pareció un país moralmente perdido o extraviado en un limbo ético. Ninguna conciencia podía avalar, por muy desviada y confusa que esté, a un sector político como el de la derecha chilena, pues ahí está concentrado todos los peores instintos del salvajismo y barbarie política. En ellos encarna el espíritu del dictador militarista; en ellos anida la fiera voraz del interés corporativo y el personal; en ellos se complace la muerte por simple expediente ideológico; en ellos se reproduce el espíritu de injusticia como justicia natural, en ellos campea la indiferencia del interés nacional, que debe ser anulado ante el interés de sus negocios privados; en ellos profita la corrupción más descarada y permanente, instalando una sociedad de Alí Babá, para luego escandalizar de la microdelincuencia que los pobres deben ejercer como estrategia minimalista de supervivencia, de compensación o simple imitación de las grandes fechorías del poder, ventajismo que ni siquiera se detiene ante el crimen para imponer sus intereses.

Esta infatuada exhibición no engrandece ni al periodismo ni a la política. Habla sólo de su desconexión, de su extemporaneidad y de su envilecida conciencia. Si hasta un hombre como Sebastián Piñera sostiene que la desigualdad y la injusticia no dan para más. Ese reconocimiento deja manifiesto que el malestar de la sociedad chilena tiene raíces tan profundas y razones tan extremas, que hace imposible resolverlas desde el sistema mismo.

Toda esta vanagloria de “poder”, que exhibe la prensa de derecha, será barrida, pues lo que ha creado en Chile y en el mundo es insostenible e insufrible. La revolución cultural que impone la globalización camina justamente en oposición radical con las formas organizativas del poder en el neoliberalismo especulativo y marginador. Ni la juventud ni los adultos, ahora mucho más informados y conectados universalmente, estarán dispuestos a tolerar este absurdo, esta insensatez y esta vileza planificada por los ostentadores del “poder”.

Difícilmente los jóvenes van a permitir ser marginados de un derecho al trabajo acorde a su preparación, con remuneración decente y estable; tampoco se marginarán de su postura vigilante ante los atropellos a la naturaleza y al medio ambiente, a las guerras prepotentes y a las falacias especulativas. Como tampoco aceptarán la intermediación de dirigentes y partidos que defraudan y corrompen las democracias, que aíslan y marginan de la participación, que crean lazos nepotistas y trenzas de interés entre política y negocios.

Viene un cambio radical en las relaciones de poder en el mundo. Eso ya se comienza a hacer evidente en los movimientos civiles en todo el planeta, que adquieren cada vez más fuerza y eficacia. Chile mismo comienza a despertar por estos días a una nueva vigilancia social, a una demanda organizada y frontal de derechos burlados hasta ahora. Esta es una señal irrefutable de que ya no se puede continuar con un “poder” centrípeto, corrompido y autoritario. Su tiempo se agota y el tiempo de “otro poder” asoma en el horizonte.

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