El mundo del hombre es imaginario, es lo ilusorio. Es la exclusiva condición de los humanos. Todos los otros miembros del reino animal carecen de esta cualidad. Eso nos hace ser seres especiales: capaces de esperar mejores cosas y también de sufrir por las decepciones. Lo triste es que para el 90% de la humanidad la tendencia dominante es la decepción y el sufrimiento; sólo para una mínima fracción la vida alberga esperanzas superiores en la medida que transcurren los años.
Pero así y todo su goce esplendente del vivir, no es permanente ni está asegurado cien por cien. Tampoco es un tema de clase social, solamente; es como dice Calderón de la Barca:”Sueña el rico en su riqueza, que más cuidado le ofrece y sueña el pobre que padece su miseria y su pobreza”.
Somos seres frágiles, nos enfermamos, sufrimos accidentes, podemos ser rechazados, agredidos o no reconocidos por nuestros semejantes, y todo eso nos causa sufrimiento. Nadie es tan autovalente como para sabérselas todas, dominarlo todo y tenerlo todo. Dependemos de otros, de uno u otra forma, querámoslo o no. Pero nos las arreglamos para tratar de competir destructivamente unos contra otros.
El errar es la condición más humana. Goethe dijo una vez en su “Fausto”: “El hombre mientras habite la Tierra, yerra”. Y esa es la más total de las verdades. Sólo ensayamos alternativas, pero como irónicamente relata el mismo sabio alemán, en esa parte titulada “Diálogo en el Cielo”, por boca de Mefistófeles, quien advierte a Dios: “Señor, no te ufanes de tu creación. El hombre es un insensato. Le has dado todo para que sea feliz: inteligencia, razón, abundantes bienes, sin embargo quiere tener el cielo en la Tierra y lo ambiciona todo, y en ese afán comete locuras”.
Entonces Dios replica a Mefistófeles: ”Pues para eso estás tú, para que lo disciplines, para que aprenda del error; tú eres experto en celadas”.
Pues el hombre está desde siempre entre la esperanza y la decepción, entre certezas precarias y el error….También del horror. Sin embargo aún cree, todavía guarda esperanzas y cada año en estas fechas se desean, mutuamente, grandes y auspiciosas promesas.
También podemos preguntarnos ¿Vive el hombre una mejor vida que nuestros antepasados?
Es una cuestión complicada de responder. ¿Sobre qué parámetros podemos comparar?
Que tenemos más conocimiento, más ciencia y tecnología, con lo cual la naturaleza la tenemos más a nuestro servicio que en tiempos pretéritos, es verdad. ¿Pero acaso esos beneficios rigen para toda la humanidad o sólo para una pequeña fracción, que es siempre la más privilegiada?
Nunca tantos seres humanos pasaron hambre, como acontece en nuestra era tecnológica y productivista; Nunca tantos seres humanos enferman y mueren de enfermedades tratables, sólo por no alcanzar tratamiento, como muestran las cifras en nuestros tiempos; nunca tantos seres humanos murieron por violencia y guerras como acontece ahora.
¿Entonces, podemos hablar legítimamente de estar construyendo un mundo esperanzador, como destino cierto de la historia; una humanidad que vive cada día más feliz?
La ciencia del Gran siglo XVII; el pensamiento filosófico optimista del Siglo de las Luces (Siglo XVIII) y las revoluciones políticas, imprimieron a la historia un sentido de progreso que no podemos borrar hasta hoy. Pero si se mira con objetividad todo este tiempo, veremos que siguen los hombres atrapados en estructuras de injusticia, de violencia, de enajenación y alienación, lo que hace parecer muy pretensiosa la idea de tener una mejor vida a medida que se incrementa el progreso tecnológico, el saber científico y dominio material.
Es que la decepción del Iluminismo y las consecuente dominación económica de la clase burguesa, derivó en el revolucionarismo; la explotación y el uso totalista de lo material y productivo, también llevó a las crisis ambientales y al agotamiento progresivo de los recursos del Planeta. La propia defraudación revolucionaria, ha llevado a una especie de escepticismo anómico, a un nihilismo pesimista o a un existencialismo desesperanzado.
La fe, las creencias y la religión misma, ha generado esa especie de pugnacidad, que dan en llamar “conflicto de civilizaciones”. La liberación por la fe se transforma entonces en enrolamiento militante dispuesto al combate agresivo o al repliegue intimista o conservador. Donde lo único que emerge, desde el lado laico, es que la dominante de un mundo de masas, adherido fervorosamente al consumo y al goce material, arrastra a la humanidad hacia un individualismo chato y pasotista, propicio a todo tipo de extremismos y a una banalización de la existencia, a toda manipulación y seducción espúrea (incluso desde la religión), en que, en definitiva, se adelgaza peligrosamente la sustentabilidad del sujeto como actor consciente y soberano en la definición de su destino.
Se ha ido forjando un mundo confuso y aglomerado; eso significa desorientado y circular. Es cierto que se han ido aminorando ciertas dificultades por la actividad creativa del hombre; pero también es indesmentible el hecho que se van forjando nuevos grandes problemas, justamente por la propia intervención humana, y para los que no tenemos respuestas efectivas. En consecuencia, es difícil hablar de un desarrollo lineal de nuestra historia hacia el progreso, el bienestar y la esperanza de plenitud, que los hombres se prometen cada año, en función del tiempo que vendrá. No pasa de ser, al parecer, otro gran mito, otra gran creación fantasiosa de nuestra cultura, pero que permite, a la mayoría de los hombres, disponer de una ilusión momentánea y olvidar que su vida sólo se compone de días, donde cada día nos acarrea un nuevo afán.
Entonces: ¡ Que tengas un buen año!
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