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sábado, 29 de enero de 2011

Divagaciones bajo el calor

Por Gabriel Sanhueza Suárez


El calor de este largo y tedioso enero en Santiago me quita las energías. Me siento como stand by, sin poder partir, sin tener ideas para escribir, sin fuerzas para realizar alguna acción.

Es uno de esos días lesos, donde sólo dan ganas de quedarse desparramado en el sofá, haciendo zapping con el control remoto. Ni siquiera pensar en salir a la calle, donde está el peligro que te caiga en la cabeza una paloma asada. No puedes contar ni con la ayuda del ventilador, porque lo más seguro es que te tire aire caliente.

¿Cómo capear el calor, que según la tele llegará esta tarde (26 de enero) a los 32 grados otra vez?. Soy tradicional y no se me ocurre otra cosa que hacerme una naranjada enorme, en el jarro más grande que encuentre y repletarlo hasta arriba de hielo. Lo otro que pienso es en mojarme la cabeza cada diez minutos.

En Centro América el consejo freak es que hay que tomarse una taza de café caliente para pasar la canícula. Nunca supe porque funcionaba. Eso me hace acordar de Managua, la ciudad más calurosa y húmeda que he conocido en toda mi vida, sin árboles y donde hasta los perros callejeros andan lentísimos, apegados a las paredes para agarrar un poco de sombra.

A propósito, canícula, la época más calurosa del año, en latín significa perrita. Quizás por ello me siento como un can sin aliento.

El recuerdo de Managua me hace sentir mejor y más aún cuando la radio informa que la sensación térmica en Buenos Aires es de 42 grados Celsius.

Lo que más me fastidia en esta situación es comprobar una vez más, que me alegra saber que a otros les va peor que a mí. Un aspecto deleznable de mi personalidad.

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