Por Yoani Sánchez
Desde La Habana

La piratería ha dejado de ser algo que se susurraba al oído de los interesados para mostrarse públicamente en improvisados anaqueles de madera y cartón. Cualquiera puede poner en jaque a las discográficas y a las productoras, siempre y cuando no traspase la línea de lo ideológicamente aceptado.
Llama la atención que en medio de la osadía de saltarse el copyright, nadie se atreva a ofertar los programas prohibidos y populares que sí recorren las redes alternativas de información. Están ausentes de los catálogos públicos esos documentales –tan vistos en los hogares cubanos- que abordan nuestra historia nacional desde una óptica diferente a la oficial.
No aparecen tampoco, en los estantes que se exhiben en portales y ventanas, los filmes que muestran la situación de la Rumanía de Ceausescu, la Rusia de Stalin, la Corea del Norte de Kim Jong Il. Los verdaderos hits del mundo underground harían peligrar la licencia de cualquier recién estrenado cuentapropista. Se conoce incluso de “visitas” de advertencia hechas a los nuevos empresarios, para que ni se les ocurra brindar ciertos materiales conflictivos. El pacto de la censura se ha cerrado.
Ajeno al tema del control, está el de la rentabilidad de estos pequeños negocios. Cuando comenzaron a crecer, el precio de un DVD con cinco películas estaba alrededor de los 50 pesos nacionales. Hoy, en vistas de la profusión de vendedores, apenas si supera unos 30. Muchos de ellos no llegarán al primer semestre como trabajadores independientes. Otros diversificarán su producción y ampliarán sus puntos de venta.
Sin embargo, para mantenerse a flote y con ganancias, probablemente apelarán a esas temáticas hoy condenadas. En un par de meses una buena parte de ellos tendrá, además de la oferta visible, otro anaquel escondido, sólo para clientes muy confiables, para satisfacer a los inquietos buscadores de lo prohibido.
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