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sábado, 25 de septiembre de 2010

¿Y la reconstrucción?


Por Hugo Latorre Fuenzalida

Dicen que los bebés, cuando comienzan a manipular objetos con sus manos, presentan una conducta característica: pueden fijar muy poco tiempo su atención en cada juguete que se les pone a su alcance. Lo miran, lo pasan por su boca (fase oral) y luego desvían la mirada para buscar otro elemento y olvidan el que tenían recién en sus manos.

Bueno, algo similar pasa con la capacidad atencional de nuestro pueblo….pero sobre todo de nuestros dirigentes. Con lo del terremoto-maremoto, se hizo un despliegue y movilización bastante extensa e intensa, tanto por el aparato de gobierno como por la población civil, que en ejemplar voluntariado concurrió, incluso desde zonas lejanas, a solidarizar y ayudar a sus compatriotas afectados.

Es cierto que tocó el cambio de gobierno, entonces las fallas de la primera etapa son adjudicables plenamente al gobierno de Bachelet; pero no es menos cierto que luego de que la casaca roja del Presidente anduvo exhibiéndose por cada rincón de las zonas afectadas, los resultados en términos de actividad reconstructiva han sido pocos, hasta ahora. Claro que se han repartido esas famosas mediaguas, pero son refugios para salir del paso, y a medio salir, porque esas construcciones no permiten resolver nada, excepto guarecerse temporalmente del agua y el frío, siempre que las forren con plástico y les pongan letrinas en el exterior, a una distancia que permita llegar en caso de colitis compulsiva y en cantidades suficientes para que no se formen verdaderas batallas “letrinales” entre los vecinos, que buscan simultáneamente acceder al privado.

Un amigo de Talca, que me visitó la semana que termina, me dijo literalmente: “La verdad es que esa ciudad está tal cual quedó, es decir en el suelo. Se han levantado unas precarias construcciones donde había comercio, pues la gente siente como prioritario seguir trabajando para poder obtener ingresos, pero todo lo que es residencial sigue ahí, incluso en la zona cercana a la estación de Ferrocarril, llega a dar pena, es un peladero de cuadras y cuadras; como una ciudad de posguerra.

Lo mismo he podido presenciar en Curicó, por donde he pasado varias veces luego del desastre.

Esto está demostrando que luego del entusiasmo inicial y las promesas correspondientes (muy del mundo fantasioso y lleno de optimismo que caracteriza a los políticos), todo ha quedado ahí, dejado al libre arbitrio de las víctimas, que ya verán cómo se las arreglan para remontar esa pérdida de capital tan enorme. El gobierno anda en otra y los municipios no están ni ahí, y en verdad tampoco pueden hacer mucho, fuera de levantar la voz en nombre de sus representados.

Ahora la casaquita roja anda metida en el norte tratando de desenterrar a los mineros, y en el sur, tratando de apagar el incendio mapuche. Pero de la reconstrucción del país, naca la perisnaca.

Y esto parece que va a quedar ahí no más. El gobierno, por lo que ha dicho, se ocupará de reponer las edificaciones públicas que se dañaron y punto. Los demás son privados, en consecuencia, en una sociedad de libre mercado, cada cual se debe rascar con sus uñitas, aunque le hayan quedado mochas.

Lo terrible es que esta gente que gerencia ahora el gobierno de Chile no parece darse cuenta que esta catástrofe es insuperable con esa lógica privatista, desentendida, desatenta y olímpica. No cae en la cuenta que este desastre es similar al de una guerra, que la pérdida de capital físico es tan inmenso que los privados no lo pueden superar, aunque lo deseen.

Lo único razonable, lógico y patriótico es declarar un estado de movilización nacional y definir un plan de reconstrucción, donde participen los municipios, se activen las olvidadas juntas de vecinos y se incorporen las universidades, los” milicos”, la juventud, los clubes deportivos, los bomberos y hasta los “pacos”. Todos en un solo esfuerzo, en un solo hálito.

Un plan de reconstrucción nacional se aborda como una cruzada civil, donde la ciudadanía adquiere un protagonismo de integración decisiva y decisoria. Eso ayudaría a desoxidar la vieja malla social, arrumbada en cualquier rincón de la escuálida memoria chilena.

También ayudaría a instalar nuevos planes urbanísticos, donde se incorpore un gusto estético superior, con predominio de las formas de nuestra arquitectura tradicional, pero asegurada con materiales de nueva generación. Esta calamidad debe ser convertida en una oportunidad para mejorar lo que estaba mal y hacer planes de urbanismo futurista.

Pero para hacer todas estas cosas, se requiere conducción, liderazgo, inteligencia y fe en el futuro. También se necesita obtener recursos frescos y tener un concepto de Estado y de país, de responsabilidad colectiva y de espíritu participativo. Porque, finalmente, somos todos una nación, un territorio, una comunidad y un destino.

Por eso esta desidia, este olvido, esta desatención tan psicológicamente pueril, me parece de una irresponsabilidad injustificada. Ya vamos a cumplir el tiempo que toma una preñez y nada, no asoma ni una iniciativa; y nos van poniendo al alcance de nuestras manos otros objetivos, como el de los mineros, el bicentenario y los mapuches; entonces nuestra televisión, radio y prensa vuelcan sus ojitos a esos nuevos eventos (y los políticos parten detrás), y se olvidan de esto otro, que es bastante más magno, desafiante y extenso en repercusiones.

No pretendo restarle importancia a los otros acontecimientos, pero no demandan “todo” el aparato del gobierno para resolverlos, en cambio la reconstrucción sí demanda a todo el equipo gubernamental y, más aún, exige a todo el estado y a la comunidad organizada. Nadie puede quedar afuera; tenemos que pensar que esta tarea es como reconstruir el país después de una guerra; guerra de la naturaleza, pero igualmente desastrosa; igualmente plena de significación nacional y patriótica.

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