Opinión política
SE PROFUNDIZA EL IRREALISMO CON
RENUNCIA: SALE UN MINISTRO CONSERVADOR DC Y ENTRA UNO MÁS PECHOÑO
Por Rafael Luis Gumucio Rivas
Es obvio que el ahora ex ministro del
Interior, Jorge Burgos, haya terminado por agotarse en el ejercicio de hacer de
recadero de la oposición democratacristiana al gobierno de Michelle Bachelet.
En el presidencialismo chileno los ministros son solamente secretarios de
Estado, por consiguiente, son sirvientes del Presidente de turno. El único
equilibrio entre el “rey o reina” en nuestro sistema político han sido siempre
los partidos de gobierno. En el caso de la Presidenta Bachelet con la Nueva
Mayoría y, anteriormente, con los gobiernos de la Concertación, existe un
cuoteo por el ministerio del Interior que debe corresponder a un representante de la Democracia Cristiana. Poco o
nada importante es que este Partido cuente o no con el apoyo popular,que en muchas
ocasiones, pueden vetar o aprobar algunas de las medidas que ha querido
implementar el omnipotente Jefe de Estado, Jefe de Gobierno y Jefe de la
combinación política en el poder.
Si revisamos nuestra historia veremos que
el veto del Partido Radical a los tres Presidentes de sus filas, Pedro Aguirre
Cerda, Juan Antonio Ríos y Gabriel González Videla siempre lograban, así fuera
haciéndole la vida imposible a los Mandatarios, equiparar el poder del Jefe de
Estado al del Consejo Ejecutivo Nacional del Partido (CEN). Al referirnos al
gobierno de Eduardo Frei Montalva, el caso del veto del democratacristiano –
partido único de gobierno en ese período – fue aún profundo, conduciendo al
quiebre de ese Partido.
En el primer gobierno de Michelle
Bachelet la Presidenta no logró entenderse con ninguno de sus ministros del
Interior, todos ellos democratacristianos – Andrés Zaldívar, poderoso dirigente
de ese Partido – hoy destacado “chef de cocina” del Senado – salió muy rápido
del gabinete luego de la crisis ocasionada por “los pingüinos -; Belisario
Velasco tuvo que renunciar al lograr una entrevista con la Presidenta, en la
cual estaba dispuesto hacerle ver sus críticas por el Transantiago; Edmundo
Pérez Yoma, el último de los ministros democratacristianos, pudo sortear en
mejor forma la malquerencia de “su majestad”.
En el segundo período, después de la
caída de su hijo político, Rodrigo Pañailillo, la Democracia Cristiana recuperó
su territorio feudal en el ministerio del Interior con la llegada de Jorge
Burgos, quien debía encabezar un período denominado “realismo sin renuncia”,
que ha terminado en un irrealismo con renuncia. A diferencia de los partidos
políticos en el período republicano (1925-1973), que tenían un asentamiento en
la sociedad civil, hoy son mafias feudales que tienen un rechazo popular de más
de un 90%, por consiguiente, su poder de veto frente al Presidente ejercicio es
aún menor. La Presidenta Bachelet ha demostrado en muchas ocasiones su lejanía
– a veces prescindencia – de las direcciones partidarias, sin embargo, se ve
forzada a mantener el cuoteo establecido para los partidos que conforman la
combinación de gobierno, en especial, en el caso de la Democracia Cristiana.
La Democracia Cristiana, bajo la tutela
de los Walker, cumple el papel de un Partido de oposición – incluso más
eficiente que la misma derecha – inserto en un gobierno que pretendía llevar a
cabo algunas reformas estructurales, especialmente en educación y en sistema
laboral. La misión de Jorge Burgos era llevar a cabo la restauración del viejo
orden concertacionista, cumpliendo las órdenes tanto de los líderes de su
Partido, como de los de la ex Concertación.
Jorge Burgos quiso ser una especie de
“Primer Ministro” en un régimen presidencialista absolutista y, lógicamente,
tan peregrina idea tenía que fracasar, pues por muy complicada que estuviera
Michelle Bachelet – especialmente por el caso “Caval”, difícilmente hubiera
aceptado la permanencia de un “Primer Ministro” que no rindiera cuentas a la
Presidenta, menos al Parlamento, sin contar con cualidades personales propias
para jugar ese papel por parte del ministro del Interior.
Así se movía siempre entre tres aguas –
la directiva de su Partido, especialmente los más conservadores, el “partido
del orden”, representado por los dirigentes concertacionistas,
que nunca han perdido el poder, y por la presión de la Presidenta y del
“segundo piso”. Servir a tantos señores y salir incólume es una tarea de
titanes.
Al final, el período de Burgos no logró
convencer ni a amigos, ni a enemigos, y se caracterizó por una serie de
situaciones tragicómicas, por ejemplo, cuando el “segundo piso” lo dejó fuera
de la comitiva a la Araucanía. La conspiración con algunos dignatarios de la
Concertación, entre ellos Ricardo Lagos Escobar a quien recibió en gloria y
majestad en el Palacio de La Moneda y en ausencia de la Presidenta, sólo logró
convertirse en un golpe de efecto.
Burgos termina sin pena ni gloria y reemplazado
inmediatamente – en forma muy sospechosa – por otro democratacristiano mucho
más reaccionario que el mismo ex ministro del Interior. Mario Fernández,
durante el gobierno de Ricardo Lagos,
estuvo en contra de la ley de divorcio pretextando su calidad de
católico y fiel seguidor de la doctrina de la iglesia – recordemos también que
como miembro del Tribunal Constitucional, votó en contra de la “píldora del día
después” -.
Ya está claro, con la entrada de Mario
Fernández al ministerio del Interior, se impone la contrarreforma impuesta por
el “partido del orden”, bajo la jefatura de la Democracia Cristiana, cuyo lema
es “el irrealismo con renuncia”.
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