UNA
EXTRAÑA DESIGNACIÓN
Por Carlos Peña (*)
La salida de Jorge Burgos de La Moneda y la llegada de Mario Fernández ponen de manifiesto un problema recurrente en el Gobierno. ¿Cuál? La falta de una agenda clara que permita despersonalizar los cargos, seleccionar con neutralidad afectiva a quienes los ejercen y predecir, en un cierto rango, las decisiones en momentos críticos.
La designación de Mario Fernández muestra, como en un ejemplo, esa carencia.
En efecto, ¿qué podría explicar que Mario Fernández, católico ferviente, opositor del matrimonio igualitario, la píldora del día después y del aborto, llegue a encabezar el gabinete de la Presidenta Michelle Bachelet, quien, al revés de él, se ha empeñado en acoger en la ley esas tres cosas?
Salvo que la Presidenta Bachelet haya subido de la tierra al cielo o que el propio Mario Fernández, bajado del cielo a la tierra, no hay explicación ideológica para esta designación sorprendente. Es difícil imaginar al nuevo ministro apoyando el proyecto de aborto, la distribución de la píldora o el matrimonio igualitario, proyectos todos esos que si bien no forman parte de la obra gruesa del Gobierno, sí, es de suponer, integran todavía su identidad (y no cabe duda, el programa). Pero así y todo, se le pone a la cabeza del equipo político.
No cabe duda. Descartada una conversión al revés o que ahora sea la política y no la fe la que obre milagros, la llegada de Mario Fernández, quien alguna vez llegó a alegar objeción de conciencia frente a la ley de divorcio, no tiene explicación ideológica alguna.
Y ese es el problema.
Que la Mandataria adopte una decisión tan relevante como la de quién encabeza el gabinete, sin que sea posible dilucidar razón ideológica o programática alguna que le subyaga.
Y se trata de un problema, porque si esa razón no se encuentra y si, por lo mismo, el Gobierno no tiene un puñado de ideas que permitan orientar sus decisiones, se arriesga el peligro de que sea la subjetividad de quien está en el poder la que al final impere: la simple fluidez de la interacción, la simpatía y la espontaneidad de la relación personal la que acabe guiando las decisiones para que alguien salga o entre al Gobierno.
El Estado moderno (enseña Weber) se caracteriza porque, en algún nivel, las decisiones se adoptan sine ira et studio , con reflexión y sin ira. Lo que Weber quería decir es que en la sociedad moderna, las decisiones que atingen al manejo del Estado se encuentran, de algún modo, prefijadas en un conjunto de reglas o ideas programáticas, que permiten predecirlas. Y es razonable porque en la complejidad de las sociedades es mejor disminuir la contingencia. La predictibilidad de las decisiones sería así una muestra del grado de racionalización con que se manejan los asuntos públicos. Ahora bien, ¿quién, atendiendo al programa gubernamental y los proyectos de índole valórica que ha impulsado, habría podido predecir que el sujeto que sustituiría al agotado Jorge Burgos sería Mario Fernández, un hombre que declaró alguna vez prestar oídos a la Iglesia incluso en las decisiones jurisdiccionales que adoptó mientras integró el Tribunal Constitucional, y que en un proyecto hoy tan inocente como el de la ley de divorcio pidió se le excusara de tramitarlo por padecer un conflicto ético al hacerlo?
Simplemente, nadie.
Alguien arriesgará la hipótesis de que este nombramiento esconde una voluntad decidida de la Presidenta por impulsar una asamblea constituyente -mecanismo que Mario Fernández ha declarado apoyar-, zanjando así, con su designación, un asunto que el ex ministro Burgos mantuvo a raya con la fórmula del proceso constituyente; pero esa hipótesis se revelará a poco andar equivocada. En realidad, Fernández es partidario de la misma fórmula procedimental que ya se echó a andar: trasladar la decisión final al Congreso.
No hay caso.
La designación de Mario Fernández carece de la única explicación plausible que puede solicitarse en un asunto de interés público: una explicación de índole ideológica o política.
Alguna vez, los historiadores del futuro mirarán hacia este tiempo y dirán, ¡qué extraña época esta en que un gobierno de izquierda, que promovía la distribución de la píldora, la despenalización del aborto y la admisión del matrimonio igualitario, tenía como jefe de gabinete a un católico ferviente que, cuando le llegó el caso, militó en contra de todas esas cosas!
(*) - El autor es columnista permanente de El Mercurio
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