Perú futuro
AHORA TOCA COMBATIR LA POBREZA Y LA MISERIA SOCIAL
Por Roberto Mejía Alarcón
El próximo presidente constitucional tiene un serio
compromiso con el país: debe combatir en todos los frentes la pobreza y la
miseria social que afecta, con toda su perversidad, a una significativa mayoría
de la ciudadanía. ¿Podrá cumplir con lo prometido durante la campaña electoral?
¿Llegará a comprender ese mensaje tácito que le ha dejado un pueblo anhelante
de su redención humana? La expectativa es visible y se expresa con esperanza,
en la medida en que se interpreta a la democracia, no solamente como un
ejercicio cívico para elegir al nuevo mandatario, sino también como una
forma de vida.
La pobreza y la miseria social provienen, se
componen y se establecen como violencia y daño humano, social y ecológico de
una economía calificada acertadamente de salvaje, egoísta y profundamente
errónea como orden, funcionamiento y eficacia. Las pruebas saltan a la vista,
tanto que los más altos organismos que manejan las riendas de la economía
mundial, a estas alturas ya muestran preocupación para que el mal no se
profundize en países de la Europa Central, la totalidad de América Latina y,
por supuesto en Africa y Medio Oriente. Preocupación, por cierto que todavía se
encuentra en el tramo del cálculo y en el terreno de las intenciones. Y nada
más.
El tiempo en contraste corre sin que se haya
logrado superar el daño causado y esto es más que suficiente para que sea
tomado en consideración para que aquel que administre, desde el próximo
semestre, los destinos del Perú, más allá de los marcos teóricos que le
acompañan, haga el esfuerzo supremo de flexibilizar la rudeza de una economía
que constituye el defecto absurdo y el abuso congénito de una sociedad como la
nuestra que se caracteriza por ser desigual. Se entiende que la tarea no es
nada fácil, que es menester nutrir y mejorar el acopio eficiente de riqueza
para el desarrollo económico, pero al mismo tiempo resulta impostergable que se
luche a brazo partido para que en democracia haya el justo reparto social de
los ingresos, de los recursos, en favor de los más débiles.
No es exagerado citar que a causa del actual
sistema económico los problemas políticos y sociales siguen irresueltos y que
los mismos constituyen el caldo de cultivo de los brotes de violencia,
delincuencia, inseguridad y corrupción, como nunca antes se vió en el Perú. Las
estadísticas oficiales pueden decir e inventar lo que quieran, pero jamás
podrán borrar las imágenes de millones de compatriotas, que viven sobre todo en
las alturas andinas y la profundidad de la Amazonía, en condiciones
infrahumanas. Todo porque el Estado mantiene una actitud frágil, tímida, para
asumir con más inteligencia y sensibilidad la tarea de disminuir las
desventajas sociales y crear oportunidades iguales de promoción humana y de
ascenso social.
Un ejemplo de lo que ocurre hoy en día en nuestro
país y otros del continente tiene que ver con la vigencia de un sistema
tributario que es más aliviado para quienes tienen grandes ingresos y más
pesado para los consumidores de menores ingresos. Esta es una muestra de una
realidad contundente e irrefutable, que prueba que la economía de mercado no es
la solución que se requiere. Más bien resulta todo lo contrario dado el
empeoramiento de las privaciones básicas de la gente pobre, de su debilidad
social y de su sufrimiento humano como efecto de los “shock ultraliberales”, que
fue eso lo que hizo el régimen de los años noventa del reciente siglo pasado.
El mercado sin vigilancia ni contrapeso social se ha revelado como rápido y
brutalmente como un mal sistema de administración social, como mecanismo de
postergación de una elevada proporción de la población, como carestía y falta
de bienes y de medios para la iniciativa, el emprendimiento popular y la
promoción colectiva o grupal. Para quienes viven de su trabajo, formal o
informal, y para los sectores de mayor pobreza, los efectos económicos del
mercado no han significado avance y prosperidad social como tal. Más bien han
sido freno de la movilidad social y pérdida y mayor alejamiento y eliminación
de los flujos de ingreso, atribuidos y orientados por el mercado sin un Estado que
canalice y preserve una adecuada y permanente aplicación social de la riqueza.
Pero en fin, el pueblo mayoritario ya se pronunció
al respecto. Le ha escuchado y le ha creído a quien tiene el mejor perfil de
estadísta, de personaje serio y transparente. Quizás hayan sido, al mismo
tiempo, muchos los que le han dado su voto sin una identidad o coincidencia
ideológica. Pero, de todos modos, le han dado su voto de confianza. Eso es lo
real. Por eso ahora le corresponde a él, haciendo uso de su experiencia, de su
honestidad, iniciar el camino tan difícil de redimir, de desoprimir a los más
débiles de la vida social, desasistidos en el mercado por la desintegración de
la solidaridad social, por la despreocupación y relegamiento del bien común,
por la completa prescindencia acerca de la persona, que hay en la lógica y en
las leyes del mercado.
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