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jueves, 9 de junio de 2016

Perú futuro
AHORA TOCA COMBATIR LA POBREZA Y LA MISERIA SOCIAL
 Por Roberto Mejía Alarcón
El próximo presidente constitucional tiene un serio compromiso con el país: debe combatir en todos los frentes la pobreza y la miseria social que afecta, con toda su perversidad, a una significativa mayoría de la ciudadanía. ¿Podrá cumplir con lo prometido durante la campaña electoral? ¿Llegará a comprender ese mensaje tácito que le ha dejado un pueblo anhelante de su redención humana? La expectativa es visible y se expresa con esperanza, en la medida en que se interpreta a la democracia, no solamente como un ejercicio cívico para elegir al nuevo mandatario, sino también como una forma de vida.

La pobreza y la miseria social provienen, se componen y se establecen como violencia y daño humano, social y ecológico de una economía calificada acertadamente de salvaje, egoísta y profundamente errónea como orden, funcionamiento y eficacia. Las pruebas saltan a la vista, tanto que los más altos organismos que manejan las riendas de la economía mundial, a estas alturas ya muestran preocupación para que el mal no se profundize en países de la Europa Central, la totalidad de América Latina y, por supuesto en Africa y Medio Oriente. Preocupación, por cierto que todavía se encuentra en el tramo del cálculo y en el terreno de las intenciones. Y nada más.
El tiempo en contraste corre sin que se haya logrado superar el daño causado y esto es más que suficiente para que sea tomado en consideración para que aquel que administre, desde el próximo semestre, los destinos del Perú, más allá de los marcos teóricos que le acompañan, haga el esfuerzo supremo de flexibilizar la rudeza de una economía que constituye el defecto absurdo y el abuso congénito de una sociedad como la nuestra que se caracteriza por ser desigual. Se entiende que la tarea no es nada fácil, que es menester nutrir y mejorar el acopio eficiente de riqueza para el desarrollo económico, pero al mismo tiempo resulta impostergable que se luche a brazo partido para que en democracia haya el justo reparto social de los ingresos, de los recursos, en favor de los más débiles.
No es exagerado citar que a causa del actual sistema económico los problemas políticos y sociales siguen irresueltos y que los mismos constituyen el caldo de cultivo de los brotes de violencia, delincuencia, inseguridad y corrupción, como nunca antes se vió en el Perú. Las estadísticas oficiales pueden decir e inventar lo que quieran, pero jamás podrán borrar las imágenes de millones de compatriotas, que viven sobre todo en las alturas andinas y la profundidad de la Amazonía, en condiciones infrahumanas. Todo porque el Estado mantiene una actitud frágil, tímida, para asumir con más inteligencia y sensibilidad la tarea de disminuir las desventajas sociales y crear oportunidades iguales de promoción humana y de ascenso social.
Un ejemplo de lo que ocurre hoy en día en nuestro país y otros del continente tiene que ver con la vigencia de un sistema tributario que es más aliviado para quienes tienen grandes ingresos y más pesado para los consumidores de menores ingresos. Esta es una muestra de una realidad contundente e irrefutable, que prueba que la economía de mercado no es la solución que se requiere. Más bien resulta todo lo contrario dado el empeoramiento de las privaciones básicas de la gente pobre, de su debilidad social y de su sufrimiento humano como efecto de los “shock ultraliberales”, que fue eso lo que hizo el régimen de los años noventa del reciente siglo pasado. El mercado sin vigilancia ni contrapeso social se ha revelado como rápido y brutalmente como un mal sistema de administración social, como mecanismo de postergación de una elevada proporción de la población, como carestía y falta de bienes y de medios para la iniciativa, el emprendimiento popular y la promoción colectiva o grupal. Para quienes viven de su trabajo, formal o informal, y para los sectores de mayor pobreza, los efectos económicos del mercado no han significado avance y prosperidad social como tal. Más bien han sido freno de la movilidad social y pérdida y mayor alejamiento y eliminación de los flujos de ingreso, atribuidos y orientados por el mercado sin un Estado que canalice y preserve una adecuada y permanente aplicación social de la riqueza.
Pero en fin, el pueblo mayoritario ya se pronunció al respecto. Le ha escuchado y le ha creído a quien tiene el mejor perfil de estadísta, de personaje serio y transparente. Quizás hayan sido, al mismo tiempo, muchos los que le han dado su voto sin una identidad o coincidencia ideológica. Pero, de todos modos, le han dado su voto de confianza. Eso es lo real. Por eso ahora le corresponde a él, haciendo uso de su experiencia, de su honestidad, iniciar el camino tan difícil de redimir, de desoprimir a los más débiles de la vida social, desasistidos en el mercado por la desintegración de la solidaridad social, por la despreocupación y relegamiento del bien común, por la completa prescindencia acerca de la persona, que hay en la lógica y en las leyes del mercado.

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