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viernes, 24 de junio de 2016

Opinión de un experto

CRECIMIENTO Y DESARROLLO: NO ES SÓLO UN PROBLEMA SEMÁNTICO

Por Hugo Latorre Fuenzalida

Desde que se impuso la globalización en su modalidad occidental, representada por los regímenes de Reagan en EE.UU. Thatcher en el Reino Unido y Pinochet en Chile, a los que se sumaron luego Menem en Argentina y en parte Fujimori en Perú, se instaló la idea que la economía tenía el CRECIMIENTO del PIB como única misión.
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Las estrategias seguidas  con el soporte del “Consenso de Washington”, se basan en la privatización de todos los recursos posibles y la desregulación de todas las actividades que crean riqueza. Pero no se conformaron con esas medidas, sino que avanzaron a otras más audaces, como son las de transferir recursos desde la función y desde los presupuestos de los Estados hacia las entidades privadas mediantes estímulos, subsidios, incentivos tributarios, exenciones de toda clase de pagos, reembolsos sobre cobros puramente nominativos, etc.
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Cuando se da esta situación de establecer unas reglas del juego económico donde todos los beneficios se derivan hacia las empresas y ninguna obligación; cuando el sostén del gasto del Estado lo financia el salario y no la ganancia del capital, cuando la legislación permite la certeza jurídica sobre la propiedad pero no sobre los derechos vitales de la persona, entonces el gran cientista social Oscar Varsavski  plantea que se ha estructurado un modelo EMPRESOCÉNTRICO.
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Este modelo permite una acumulación geométrica del capital y un estancamiento o un progresivo desmejoramiento comparativo del salario; el ahorro de la economía se concentra en el sector capital mientras que la deuda social se concentra en el sector  de las familias; por otra parte, el ahorro obligatorio del trabajo (Fondos sociales) son transferidos para beneficio de la inversión del capita (y del lucro) y no para la inversión con direccionalidad de beneficio  y rentabilidad social.
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En un modelo EMPRESOCÉNTRICO las inversiones se destinan a las áreas de rentabilidad más rápida y abultadas pero que no son las de mejor calidad o las socialmente más necesarias; esto hace que dichas inversiones  sean habitualmente de mala calidad si se les mide con un parámetro estratégico; también es normal que sean inversiones de corto plazo, pues lo que se busca en el sector privado es la recuperación rápida de la inversión; también es habitual que se invierta ahí donde el Estado subsidia generosamente la actividad inversora, donde la aportación de capital público reemplaza al aporte del capital privado y el riesgo es igualmente mínimo (ver sistemas de transporte urbano y de usufructo de concesiones carreteras; construcción privada de hospitales y cárceles).
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El crecimiento bajo este modelo puede ser tremendamente engañoso, pues se da, la más de las veces, un “crecimiento monstruoide”, donde la cabeza se hipertrofia cargando a un cuerpo esmirriado; la concentración excesiva del ingreso en pocas manos debilita el cuerpo social y económico, así como explota ciertas vetas altamente rentables dejando de lado otras áreas de la producción que permitiría irradiar estímulos de inversión en diversidad, lo que, se sabe, alienta el multiplicador y acelerador keynesiano, que dinamiza la actividad interna, el empleo y extiende  el círculo de la inversión en el tiempo y en el espacio.
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Por el contrario, el modelo concentrador, al que se le agrega la dimensión extractiva y primaria, tienden a transferir al exterior la dinámica del multiplicador keynesiano, enriqueciendo a economías  exteriores en vez de las propias. Estas economías abiertas en extremo y sesgadas restrictivamente en la producción interna perpetúan los salarios bajos con subutilización de factores,  desestímulo tecnológico y competitivo, lo que le inhabilita a  adquirir competitividad externa creciente.
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Todo esto hace a la economía de este modelo fluctuante y muy dependiente de las oscilaciones externas de los mercados y flujos, así como propensas a una fatal ralentización del crecimiento a largo plazo y pérdida de ventajas productivas adquiridas, debiendo permanecer resignada a lo que la naturaleza dio. Es decir, es necesariamente una propuesta pasiva y nunca de creación de competencias activas, fruto del esfuerzo social organizado.
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Es por todo lo anterior que obras que vienen hablando de estos temas del DESARROLLO real y efectivo, plantean la necesidad de forjar sociedades inclusivas, creativas, integrativas y equilibradas económica y socialmente.
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Eso nos lo decía ya Myrdal, Joan Robinson, Anibal Pinto en “Chile un curso de economía frustrado”, Ugo Pipitone en su famoso libro “Estrategias comparadas de salida del atraso”, también Jeffery Sachs en “El fin de la pobreza” o “Por qué fracasan los países” de Acemoglu y James Robinson. Si hasta el mismo Piketty en “El capital en el siglo XXI” reconoce que las etapas de mayor prosperidad del capitalismo se realizan en los períodos en que se desarrolla una estrategia inclusiva e integradora del DESARROLLO.
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Por tanto, la diferencia entre CRECIMIENTO y DESARROLLO radica en que el último propone un crecimiento armónico de las diversas áreas de la economía; un desarrollo equilibrado y fundamentalmente simbiótico; esto hace que la economía crezca sobre los dos pies: el mercado interno y el externo, las tecnologías en sus diversas  fases de desarrollo; las áreas de la producción de manera balanceada ( primaria, secundaria y terciaria); equilibrio geográfico de las inversiones; equilibrio en la distribución del ingreso nacional; balance entre las inversiones privadas y públicas, entre las inversiones de corto, mediano y largo plazo.
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En resumen, “crecimiento” es un simple indicador cuantitativo y aleatorio de rendimiento de una economía, sin integrar elementos cualitativos. “Desarrollo” es un crecimiento cuantitativo armónico, balanceado y también cualitativo de una sociedad.
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En Chile hemos estado cultivando la adicción al “crecimiento”, sin considerar que por ser una sociedad incompleta y en formación, primero debemos aspirar a las fases elementales y obligadas del “desrrollo”, de lo contrario estaremos formando una estructura monstruoide, desarticulada e inestable.

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