La opinión profunda
LO QUE QUEDA DEL DÍA..O LO QUE QUEDA DEL GOBIERNO
Por Hugo Latorre Fuenzalida
Esa famosa película de los años 80
protagonizada por el también famoso Anthony Hopkins, nos relata la vida del
personal de servicio de una familia aristocrática inglesa. En este film se da
uno por enterado de las miserias y grandezas que se viven en los pocos espacios
de tiempo libre de esta servidumbre, cuya función es mantener al detalle todo
lo que se requiere para que esa aristocracia superior discurra sobre los temas
mundiales y nacionales, es decir lo trascendente enfrentado a lo
intrascendente.
En una parte del film un ministro del
gobierno británico esboza la tesis que el pueblo llano es absolutamente
inepto y desinteresado sobre los temas políticos; para corroborar su postura
interroga al mayordomo de la mansión sobre diversos temas que ya discutían los
políticos en la sobremesa.
Obviamente, este eficiente mayordomo no
pudo responder ni mínimamente las inquisitorias del avezado político.
En Chile, tenemos una corte de gobierno
con políticos que tampoco son capaces de dar respuestas a los temas relevantes
de nuestra sociedad globalizada. Son como verdaderos mayordomos de
palacio. Se contentan con lo anecdótico personal, con la trivialidad del día a
día, con las imágenes públicas y con las encuestas que les hablan de lo
malquistos que son ante el pueblo; pueblo que, a su vez, no les queda más que
sufrir “lo que queda del día” arriba de un Transantiago, con colas de
espera, manoseos, insultos, puñetazos y abundante rumiar en soliloquio la
desesperanza existencial.
Se cambian los ministros como quien
echa a la nana. Como estos personajes llegan puestos ahí sin mérito especial,
es decir sin una trayectoria de crédito calificador, sino simplemente por
fidelidad partidaria (que es lo mismo que ser miembro de la trenza de poder
dentro de los que manejan las cajas de fondo de los partidos políticos (en
estrecha connivencia con Penta , Soquimich o Corpesca), también desaparecen sin
trascendencia alguna. Nada en la función del Estado se altera, porque nada
hicieron que pudiera marcar una diferencia. Los ministros tienen
sensibilidades, como cualquier especimen vivo, pero no tienen programa ni alma,
no vienen a innovar nada; concurren al llamado del poder por el poder; no para
servir, sino para hacer lo que “el sistema” les manda, y ese alguien que impone
el sistema es tan insondable como el Ser heideggeriano, lo que hace que
finalmente nadie sepa quién sostiene las riendas, aunque a veces asoma un bulto
que casi todos apuestan a que es “el que la lleva”.
Pero los ministros del Interior son
especialmente histriónicos. Estos personajes pretenden ser premieres, pero no
los autoriza la Constitución; pretenden ser siniestramente informados de todos
los vericuetos del poder; pero los pilla a veces la ausencia del apuntador y se
quedan abajo del avión; sueñan con liquidar a los malandros, pero resulta que
los más peligrosos los tienen entre sus amistades y socios; pretenden ser
católicos fervientes o masones jerárquicos; pero eso es como vestirse con
un kipá, una boina roja o un crucifijo en la solapa, o como aquél candidato presidencial que vestía a la usanza
oriental, es decir puro dandismo exhibicionista. Eso es pura postura para el
espejo; ahí no hay nada que uno pueda tomar en serio, excepto que sean del Opus
u otra cofradía de esas que sí tienen consecuencia política; porque un
fanático ortodoxo (como un “Chicago boy”, que habitualmente es también Opus),
uno sabe para dónde tira y para donde no jalará nunca. Son como toro ante el
paño rojo, y pueden caerle cien lanzazos dados por la realidad, pero el
tipo sigue con la cabeza apuntando al frente, aunque se desnuque. Están
especialmente dotados para lo unidimensional, para la inflexibilidad, es decir
para lo inhumano. Porque lo que ha hecho prevalecer al hombre sobre el planeta es
su adaptabilidad extraordinaria, de lo contrario nos hubiesen extinguido otros
depredadores del Reino. No……, estos tipos son doctrinarios como un reptil de
pantano.
Ellos no saben más que de
rentabilidades; pero de las rentabilidades propias, porque las externalidades
que provocan sus rentabilidades personales, no se enteran. De hecho, no les
importan ni los desaparecidos, ni los desnutridos, tampoco los viejos, los
enfermos, los estudiantes desilustrados, las calamidades del medio ambiente, la
liquidación de las semillas naturales diezmadas por las de “Monsanto” , etc.
Pero estos funcionarios que viven en
“lo que queda del día”, no tienen acceso a vuelos de altura, a discurrir con
libertad, a innovar el poder, a conocer otras realidades, a apreciar lo diverso,
a creer en el genio sorprendente del otro; ellos viven la chimuchina del
personal de Palacio, esa pequeñez que sin embargo roba energías y tiempo. Ellos
sólo son mandados; llevan sirven y se retiran; cuando rompen algo, culpan al de
menor rango en la servidumbre, siempre el hilo más delgado.
Así va transcurriendo este
gobierno-como transcurrieron otros- ocupados en nombrar y deshacerse de
funcionarios irrelevantes, con ideas intrascendentes y resultados operativos
deficientes (cuando no, sospechosos).
Ojalá tuvieran la virtuosidad actoral
de un Hopkins, pues sería al menos entretenido de mirar; pero estas sagas
de gobiernos se parecen más a los culebrones tropicales: ineptos y lateros;
carentes de arte y de grandeza.
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