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viernes, 10 de junio de 2016

La opinión profunda
LO QUE QUEDA DEL DÍA..O LO QUE QUEDA DEL GOBIERNO
Por Hugo Latorre Fuenzalida

Esa famosa película de los años 80 protagonizada por el también famoso Anthony Hopkins, nos relata la vida del personal de servicio de una familia aristocrática inglesa. En este film se da uno por enterado de las miserias y grandezas que se viven en los pocos espacios de tiempo libre de esta servidumbre, cuya función es mantener al detalle todo lo que se requiere para que esa aristocracia superior discurra sobre los temas mundiales y nacionales, es decir lo trascendente enfrentado a lo intrascendente.
En una parte del film un ministro del gobierno británico esboza la tesis que el pueblo llano  es absolutamente inepto y desinteresado sobre los temas políticos; para corroborar su postura interroga al mayordomo de la mansión sobre diversos temas que ya discutían los políticos en la sobremesa.
Obviamente, este eficiente mayordomo no pudo responder ni mínimamente las inquisitorias del avezado político.
En Chile, tenemos una corte de gobierno con políticos que tampoco son capaces de dar respuestas a los temas relevantes de nuestra sociedad globalizada.  Son como verdaderos mayordomos de palacio. Se contentan con lo anecdótico personal, con la trivialidad del día a día, con las imágenes públicas y con las encuestas que les hablan de lo malquistos que son ante el pueblo; pueblo que, a su vez, no les queda más que sufrir “lo que queda del día”  arriba de un Transantiago, con colas de espera, manoseos, insultos, puñetazos y abundante rumiar en soliloquio la desesperanza existencial.
Se cambian los ministros como quien echa a la nana. Como estos personajes llegan puestos ahí sin mérito especial, es decir sin una trayectoria de crédito calificador, sino simplemente por fidelidad partidaria (que es lo mismo que ser miembro de la trenza de poder dentro de los que manejan las cajas de fondo de los partidos políticos (en estrecha connivencia con Penta , Soquimich o Corpesca), también desaparecen sin trascendencia alguna. Nada en la función del Estado se altera, porque nada hicieron que pudiera marcar una diferencia. Los ministros tienen sensibilidades, como cualquier especimen vivo, pero no tienen programa ni alma, no vienen a innovar nada; concurren al llamado del poder por el poder; no para servir, sino para hacer lo que “el sistema” les manda, y ese alguien que impone el sistema es tan insondable como el Ser heideggeriano, lo que hace que finalmente nadie sepa quién sostiene las riendas, aunque a veces asoma un bulto que casi todos  apuestan a que es “el que la lleva”.
Pero los ministros del Interior son especialmente histriónicos. Estos personajes pretenden ser premieres, pero no los autoriza la Constitución; pretenden ser siniestramente informados de todos los vericuetos del poder; pero los pilla a veces la ausencia del apuntador y se quedan abajo del avión; sueñan con liquidar a los malandros, pero resulta que los más peligrosos los tienen entre sus amistades y socios; pretenden ser católicos fervientes o masones jerárquicos; pero eso es como vestirse con  un kipá, una boina roja o un crucifijo en la solapa, o como aquél  candidato presidencial que vestía a la usanza oriental, es decir puro dandismo exhibicionista. Eso es pura postura para el espejo; ahí no hay nada que uno pueda tomar en serio, excepto que sean del Opus u otra cofradía de esas  que sí tienen consecuencia política; porque un fanático ortodoxo (como un “Chicago boy”, que habitualmente es también Opus), uno sabe para dónde tira y para donde no jalará nunca. Son como toro ante el paño rojo, y pueden  caerle cien lanzazos dados por la realidad, pero el tipo sigue con la cabeza apuntando al frente, aunque se desnuque. Están especialmente dotados para lo unidimensional, para la inflexibilidad, es decir para lo inhumano. Porque lo que ha hecho prevalecer al hombre sobre el planeta es su adaptabilidad extraordinaria, de lo contrario nos hubiesen extinguido otros depredadores del Reino. No……, estos tipos son doctrinarios como un reptil de pantano.
Ellos no saben más que de rentabilidades; pero de las rentabilidades propias, porque las externalidades que provocan sus rentabilidades personales, no se enteran. De hecho, no les importan ni los desaparecidos, ni los desnutridos, tampoco los viejos, los enfermos, los estudiantes desilustrados, las calamidades del medio ambiente, la liquidación de las semillas naturales diezmadas por las de “Monsanto” , etc.
Pero estos funcionarios que viven en “lo que queda del día”, no tienen acceso a vuelos de altura, a discurrir con libertad, a innovar el poder, a conocer otras realidades, a apreciar lo diverso, a creer en el genio sorprendente del otro; ellos viven la chimuchina del personal de Palacio, esa pequeñez que sin embargo roba energías y tiempo. Ellos sólo son mandados; llevan sirven y se retiran; cuando rompen algo, culpan al de menor rango en la servidumbre, siempre el hilo más delgado.
Así va transcurriendo este gobierno-como transcurrieron otros- ocupados en nombrar y deshacerse de funcionarios irrelevantes, con ideas intrascendentes y resultados operativos deficientes (cuando no, sospechosos).
Ojalá tuvieran la virtuosidad actoral de un Hopkins, pues sería  al menos entretenido de mirar; pero estas sagas de gobiernos se parecen más a los culebrones tropicales: ineptos y lateros; carentes de arte y de grandeza.


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