Hace algún tiempo tuve ocasión de visitar en los cálidos días de verano ciudades como Montreal, Québec y Niágara, en Canadá y también Chicago y sus barrios residenciales cercanos, en Estados Unidos.
Sin referirme mayormente a su riqueza histórica, arquitectónica, a sus museos y atracciones turísticas, me detengo en la calidad de sus parques, áreas verdes y la belleza de sus jardines, el cuidado de sus árboles y el respeto en general a la naturaleza.
Conservando las debidas proporciones, observo como Viña del Mar, la ciudad donde resido, ha ido retrocediendo en esta materia.
El apelativo de “Ciudad Jardín” va quedando en el pasado. La falta de imaginación y de profesionalismo de las empresas de paisajismo, a quienes el municipio paga elevadas sumas, el 3,88% de su presupuesto anual, esto es $ 1.814.347.000, casi dos mil millones de pesos, se reduce a cuidar el césped, podas a veces criminales, a colgar maceteros de los postes ( lo que resulta emblemático, a falta de jardines, buenos son los maceteros) o a colocar algunas escuálidas hileras de flores sobre el metrotren o en plazas y avenidas y dado que es la misma empresa concesionaria, que mantiene un regular aseo en determinados sectores de la ciudad, donde los excrementos de perros abandonados, los negros lunares de miles chicles pegados, el vandalismo de los grafitteros, o el “robo hormiga” de flores y plantas, se mantienen indefinidamente.
Si el gasto en parques y jardines es alto, en materia de servicios de aseo, llega a ser sideral, ocupando el 10.90% del presupuesto anual del municipio, esto es $ 5.093.711.000, más de cinco mil millones de pesos al año. En las ciudades que nombré al comienzo del exterior, alegra la vista y el corazón, ver los hermosos arreglos paisajísticos, de parques, jardines botánicos, arboledas y jardineras urbanas, donde hasta el uso ornamental de vegetales comestibles, como las acelgas, variedades de repollos y hasta las rojas hojas de las betarragas, combinan perfectamente con arbustos, enredaderas y flores del más variado colorido.
Viña del Mar, por ejemplo, ha ido perdiendo uno a uno los centenarios árboles de la Avenida Alvares, plantados por los pioneros de la ciudad, en la primera de sus calles. En su parque principal, la Quinta Vergara, que fuera la residencia de los fundadores, la familia Vergara, se observa la ley del mínimo esfuerzo en su mantención y ornamentación, agravado el verano pasado con un vandálico incendio que carbonizó buena parte del bosque de la Quinta.
En el “Sendero de los Poetas” que desarrollé en 1995, como Director municipal de Turismo y Cultura, solo los poemas esculpidos ahora en mármol sobre roca, en el sector poniente, son alguna novedad concreta.
Estimo que por las cifras en juego para aseo y ornato, siete mil millones de pesos, no es un problema de falta de recursos, sino de falta de imaginación, de profesionalismo, de sentido estético, de no gastar lo menos para ganar lo más y de falta de supervisión y fiscalización de parte de las autoridades municipales.
Esto último es especialmente notorio frente a las obras de CONAFE en el lecho del estero de Marga-Marga que secaron el pozo de captación de aguas profundas con que se regaban las áreas verdes, lo que seguramente elevará los costos de mantención o el horrible reemplazo de baldosas en la Plaza Vergara, un verdadero “puntapié a la ciudad” como cantaba Doménico Modugno.
Volver a ser la “ciudad-jardín” no es solo una aspiración, es una obligación urbana, basada en un pasado de bellos parques, jardines y arboledas y de generar un medio ambiente grato para viñamarinos y turistas.
Ojalá nuestra empeñosa alcaldesa ponga atención a estos temas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario