Por Yoani Sánchez
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El mes más esperado del año era diciembre, con sus frentes fríos que nos permitían sacar las “enguatadas” y con las propuestas fílmicas del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano. Recuerdo especialmente una tarde de 1992 cuando el cristal de las puertas del cine Acapulco se hizo añicos ante el empuje de cientos de personas deseando ver el filme argentino El lado oscuro del corazón.
No exagerábamos con el entusiasmo, ya que sólo en ese último mes del año podíamos disfrutar de un cine diferente al soviético y con más valor artístico que los thrillers norteamericanos en la tele nacional. Muy pocos poseían, en aquel momento, una máquina para reproducir videocasetes y la magia de la sala oscura con un proyector ronroneando a nuestras espaldas seguía casi intacta.
Sin embargo, el Festival, que ya va para su edición número 33, ha ido perdiendo protagonismo en la vida cultural habanera. En parte porque las copias piratas de seriales, telenovelas y producciones hollywoodenses hacen que muchos prefieran quedarse en casa disfrutando del DVD-Player o de la perseguida antena parabólica. Desestimula también que decenas de cines de barrio hayan cerrado, como el confortable Bayamo de mi infancia, los majestuosos Rex y Duplex o el céntrico Cuba. Pero el principal festejo de la filmografía latinoamericana ha tenido otros contratiempos que le brotan desde adentro, limitaciones que surgen de su propia estructura.
Censura, obras exhibidas sólo una vez mientras otras copan la cartelera, autores no aceptados por “sobrepasarse” en la crítica social o política, son algunos de los incidentes que han ido empobreciendo la muestra. El centralismo en la toma de decisiones, personificado en la figura de Alfredo Guevara, ocasiona al festival un efecto similar al que genera sobre nuestro país este gobierno excesivamente vertical. Con tales antecedentes, la exclusión, en esta ocasión, del filme Vinci realizado por el director Eduardo del Llano no debería siquiera sorprendernos.
Ante la carta de protesta del creador de cortos como Monte Rouge y Exit, la alta dirección del Festival sólo ha podido apelar a considerandos temáticos. Pero muchos sabemos realmente de qué se trata: Del Llano es un autor incómodo y sus producciones son aceptadas a regañadientes porque tocan las llagas de una realidad que el discurso oficial trata de maquillar. Por fortuna, las mismas redes alternativas que difunden culebrones brasileños y reality shows quizás propaguen –en breve– el rechazado filme. Entonces, sólo tendremos que apagar la luz de nuestra sala, dar un clic en el control remoto y empezará la proyección, esa función propia donde nadie puede decidir qué podemos ver y qué no.
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