Aunque técnicamente todavía quedan pasos posibles tras el fallo de la ministra en Visita, el Caso Karadima parece estar llegando a su fin en la justicia civil. En los tribunales eclesiásticos, en los cuales el caso ya está cerrado, quedan pendientes otras acciones: el lugar definitivo de reclusión del ex-párroco de El Bosque y la intervención de la Unión Sacerdotal que presidió por años.
Curiosamente, el tema pasó rápidamente a segundo plano. La agenda noticiosa desborda cada día de nuevas preocupaciones: el largo conflicto de maestros y estudiantes es uno de ellos, inevitablemente aliado a los atentados que protagonizan los encapuchados de siempre. Y hay más: mientras la Concertación hace un gran esfuerzo de rearticulación, la derecha muestra sin pudor sus discrepancias, incluyendo el raro ejercicio de autodestrucción de Renovación Nacional. No lo hace mal la UDI, con un alcalde militante de su propio pasado y que se enorgullece de rendir homenaje a un criminal ya condenado.
La falta de mayor profundización del Caso Karadima ha dejado de lado, por ejemplo, el papel del periodismo en una situación que pudo hundirse en la bruma de las denuncias no investigadas. Fue un reportaje en la TV y el trabajo investigativo de Ciper-Chile, complementado por el libro de María Olivia Monckeberg, lo que rompió la conspiración del silencio. Después, abierta ya la ruta, todo fue más fácil.
No deja de ser sorprendente: lo que ha mostrado la ministra Jessica González es un repugnante espectáculo de desviaciones sexuales, apetito de poder, adornado con el arribismo de Karadima y la sumisión de su entorno. Ello se dio en un ambiente de poder político, social y económico que debería preocupar profundamente. Karadima ilustra una tragedia: el paso de una Iglesia Católica que luchó por los derechos humanos y tuvo como estandarte la preocupación preferencial por los pobres a una organización elitista, mayoritariamente insensible al dolor, peligrosamente cercana al poder financiero.
Terminado el período de investigación de las denuncias contra el ex párroco de El Bosque, hay muchas personas que deberían preguntarse por su papel en el caso. La indiferencia, la negativa tenaz, la incapacidad de mirar de frente una cruda realidad, suscitan preguntas que no han sido respondidas.
La defensa cerrada del denunciado, el espíritu corporativo puesto por encima de la verdad, la falta de humildad, deben dar paso a un proceso duro y doloroso que permita el reencuentro con las enseñanzas del Evangelio.
Si ello no ocurre, las angustias de estos días negros no habrán valido la pena.
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