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jueves, 29 de marzo de 2012

ÁLVAREZ Y EL SEÑOR DE LOS ANILLOS

Por Cristian Warnken (*)

Se dice que en política no hay que llorar y que para ser político hay que tener la piel muy dura. Pero, ¿hasta qué límites? ¿Hay que resignarse a que la deslealtad, la mentira y la traición campeen en el viejo "arte de lo posible"? ¿Es aceptable que hasta las reglas sagradas de la amistad, del trabajo en equipo puedan ser vulneradas sin consecuencias?

Hasta en organizaciones como la mafia hay viejas reglas de honor que se respetan. Todos sabemos que la lucha por poder bota las máscaras, y devela dimensiones impensadas de la condición humana. Ya Shakespeare nos ha enseñado cómo, sin aviso, de un acto a otro, allí donde hasta hace poco reinaban la armonía, el orden, la jerarquía, aparecen "el cuchillo bajo el poncho", el veneno, el asesinato, la tragedia que esperaba su turno agazapada detrás de la comedia.

Rodrigo Álvarez, el ex ministro de Energía, uno de esos pocos políticos que parecen no haberse resignado a entregarse al facilismo, la farándula y el abandono de las convicciones, se ha encontrado de frente en estas horas, de una manera que probablemente nunca olvidará, con el rostro espantable de la política.

Mi corazón no está ni ha estado nunca cerca de la UDI y me alegra que se haya llegado a una solución -aunque sea parcial- del conflicto de Aysén. Pero creo que hay que rescatar la calidad humana y política, tan escasas, allí donde se den. Esos valores los he percibido en Álvarez y también en el dirigente social Iván Fuentes. He llegado a admirar -como miles de chilenos- la valentía, la transparencia, la inteligencia del dirigente social aisenino.

Acostumbrados a la retórica vacía y poco confiable de nuestros políticos que copan los medios, el escucharlo a él nos trajo una bocanada de aire fresco, de humanidad, de autenticidad. Él nos mostró que se puede hacer política desde las convicciones, sin cálculos mezquinos, con un mínimo pragmatismo, pero sin nunca traicionar la "última línea", allí donde están los compañeros, los amigos de siempre.

¡Qué contraste con lo sucedido con el ex ministro Álvarez! Pienso en la amargura que debe estar sintiendo en estos días al darse cuenta de lo ingenuo que fue, el cómo se equivocó tanto al "comprar" la errada opción inicial del Gobierno por la confrontación con los ciudadanos de nuestra Patagonia, cómo creyó en las palabras y órdenes de su Presidente, y fue a ejecutarlas al pie de la letra, aun consciente del alto costo personal que eso significaría.

Me imagino su estupor al ver que, a sus espaldas, sus colegas cambiaban el escenario, el discurso, todo, amparados por el peligroso adagio maquiavélico de que "el fin justifica los medios", aunque eso tenga como costo ver pasar frente a la puerta de la casa el cadáver de un amigo. Tuve la oportunidad de conocer personalmente hace años a Álvarez y me llevé la mejor impresión de él como hombre y político. Me sorprendió, entre otras cualidades muy escasas en nuestra clase dirigente, su refinada sensibilidad literaria. Hablamos de Tolkien, a quien había leído en profundidad. Me imagino que la literatura -fiel compañera en las horas difíciles, mucho más noble que la política- le estará dando luces sobre lo ocurrido.

"El señor de los anillos" de Tolkien es una saga sobre cómo un anillo -símbolo del poder- puede malear hasta a los mejores y llevar a las sociedades a la catástrofe. La pregunta que nos hacemos en estos días es quién es -en este desafortunado caso- el "señor de los anillos". ¿Será acaso el mismísimo Presidente el que urdió esta confusa y poco impecable trama desde Vietnam, o el señor de los anillos es Hinzpeter? ¿U otro?

Hay que releer a Tolkien en estos días en que el amor por el poder es más fuerte que el poder de una de las formas superiores del amor: la amistad. ¿No fue Aristóteles, el griego que pensó a fondo la "política", quien dijo, antes de morir: "¡Amigos, no hay amigos!"?
 
(*) Escritor y columnista de emol.com

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