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viernes, 11 de noviembre de 2011

LA MUERTE Y LA DONCELLA

Por Gabriel Sanhueza Suárez

Hace unos días, en el vetusto teatro Antonio Varas, vi “La Muerte y la Doncella”, protagonizada por Antonia Zegers, Erto Pantoja y César Sepúlveda y dirigida por Moira Miller. Es muy recomendable, aunque creo que la intensidad dramática de la obra, no logró ser traspasada en su total dimensión al público.

Esta pieza chilena de Ariel Dorfman es la que más veces ha sido puesta en escena en el mundo y llevada incluso al cine bajo la dirección de Roman Polanski, con la actuación de Sigourney Weaver.

Escrita en 1990 cuenta la historia de una mujer, Paulina Salas, quien secuestra al médico que años atrás participó en las sesiones de tortura que sufrió a manos de los organismos de seguridad bajo la dictadura de Pinochet. Todo transcurre en pocas horas en una casa frente al mar.

El título de la obra se refiere al cuarteto de cuerdas de Franz Schubert, “La Muerte y la Doncella” (“Der Tod und das Mädchen”), melodía que el torturador de Paulina escuchaba y hacía escuchar a los prisioneros durante los crueles interrogatorios.

¿Fantasía de Dorfman que nos presente en el escenario a una víctima de la dictadura, a su marido comprometido con la democracia y a un torturador, que participó directamente en la represión?.

Para nada. En la obra encontramos al país retratado en una casa. En nuestras calles y plazas, en los cafés, conviven los asesinos y torturadores con las víctimas de la violencia política, que la sufrieron directamente. Conviven también los que día a día durante 17 años vivieron escondidos, excluidos, despedidos de sus trabajos, amenazados, silenciados por el terror.

Una amiga me escribe a raíz de mis recuerdos –en un posteo reciente- sobre los campesinos desaparecidos en Paine, que en ese pueblo se pasean como buenos vecinos sus delatores y sus asesinos… y hasta son saludados con respeto.

No se trata de querer tomarse la justicia por las propias manos, como lo pretende Paulina, lo que se asemeja más a una venganza personal. Pero lo concreto es que en nuestro país el ejercicio de la justicia no ha alcanzado a la inmensa mayoría de los responsables de los crímenes, partiendo por el dictador mismo, quién jamás fue juzgado en Chile.

Hasta hoy la derecha dura de nuestro país apela al olvido y al perdón como fundamento de la unidad nacional. La exigencia majadera de borrón y cuenta nueva sólo permite que las víctimas no sean reparadas en su dignidad y los culpables queden sin castigo.

“La Muerte y la Doncella” nos recuerda con crudeza que jamás hay que quitarle importancia a la memoria histórica.

Los argumentos banales, de quienes apoyaron la dictadura, especialmente los civiles que azuzaron a los militares en sus crímenes, argumentos como “no hay que remover las heridas del pasado” o “eso nos llevará a nuevas divisiones y enfrentamientos”; o el más cínico aún, “ellos fueron los culpables del golpe militar”, sólo pretenden acallar la memoria colectiva y silenciar los crímenes cometidos.

Olvidar, no denunciar, es una forma distinta, pero igualmente efectiva, de seguir castigando a tantas Paulinas Salas, que también caminan por nuestras calles y que quizás muchas veces, se topan en el Tavelli*, como dice la obra, con quienes las torturaron.
* Café con más de 40 años de existencia. Punto de reunión de intelectuales y sobre todo de políticos chilenos.

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