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martes, 31 de mayo de 2011

La felicidad que no recuperamos nunca

Por Walter Krohne
Editor de Krohne Archiv

Chile es un país que ha quedado fuertemente dañado por la dictadura de Pinochet. Su inmensa crueldad causó profundas heridas a todo un pueblo dejándolo debilitado y sin la fuerza e ímpetu que llegó a tener antes para luchar por sus derechos. Nos referimos a la década de los sesenta, época en que surgen los primeros movimientos sociales en Chile con postulados que fueron encausados por los partidos políticos tradicionales, porque estamos recordando los años en que las ideologías estaban todavía plenamente vigentes en este país. Nace una democracia cristiana dispuesta a producir un cambio bajo el liderazgo de un estadista como fue Eduardo Frei Montalva y su penetrante Revolución en Libertad, que fue la antítesis de lo pregonado al otro lado del Muro de Berlín, por el socialismo marxista.

El pueblo comenzó entonces a ganar fuerzas y a exigir lo que verdaderamente le correspondía, no sólo en cuanto a justicia social, sino también en educación, cultura, recreación, organización comunitaria y derechos humanos. Así vivimos la era de Salvador Allende, que con todos sus defectos, fue un líder que cuando subía a la tribuna y le hablaba a las masas, las hacía llorar o gritar sólo con la fuerza que les producía su oratoria.

Pero una y otra etapa fueron pasando y quedando atrapadas por la ambición capitalista que no estaba dispuesta a ceder ni un ápice en el terreno que ya había marcado para sí. El golpe militar borró de un plumazo el desarrollo libertario que había conquistado el pueblo de Chile en una lucha quizá llena de errores, pero que había permitido que el trabajador o el campesino pudiera al menos sentarse en una misma mesa con los patrones, que por la presión política habían dejado de ser los miserables de siempre, aunque fuera sólo en forma transitoria.

Todo se acabó con el golpe militar que incorporó en la estructura del Estado los siniestros servicios secretos y preparó gente dispuesta a torturar, violar y matar por unos pocos pesos más. Son los personajes de siempre con escaso coeficiente intelectual que pertenecen a esa debilidad humana histórica, la misma que hemos visto en la Alemania nazi, Africa, Irlanda, países árabes, estados comunistas, República Dominicana (dictadura de Trujillo), Haití (dictadura de Duvallier) y en tantos otros lugares del mundo.

El capitalismo entró con toda fuerza en la dictadura y se instaló en el Chile diseñado por todos y para todos, pero que comenzó a ser sólo para quienes manejaban el capital. Se olvidaron de que existían otros chilenos que deambulaban por el mundo, a veces muertos de hambre, porque ni siquiera tenían un pasaporte de la Patria, que les fue quitado por el régimen dictatorial. Comenzó en Chile un clima de desconfianza y miedo, un miedo terrible a ser denunciado por cualquier cosa. Los vecinos apenas hablaban entre si para no arriesgar a que por sus palabras se les calificara de “buenos” o “malos” dentro de los criterios de la dictadura. El chileno fue perdiendo fuerza, se fue anulando, se volvió desconfiado y tuvo miedo de expresar lo que pensaba.

Pero como en todos estos procesos la gente común no estaba para aprender ni pensar sino para acatar lo que se le indicaba, el capitalismo tuvo las herramientas necesarias para sacarle el mayor partido posible a la situación en una sociedad del orden y del silencio (la revolución blanca).

Surgieron los nuevos grandes millonarios, por un lado, y la mayor y más denigrante pobreza, por el otro. La desigualdad social creció con fuerza: Los ricos se instalaron en la Dehesa y los pobres permanecieron en La Pintana o en La Legua, sólo por indicar algunos lugares geográficos. Los primeros les enviaban mensajes a los segundos de que no se preocuparan porque el nuevo modelo había que verlo como una gran torta que año a año iba a ir chorreando la crema de arriba (de los ricos) a los de abajo (los más pobres). Pero nadie en el poder político se interesó o se molestó por exigirle más impuestos a los ricos, "los intocables", para poder distribuir mejor el ingreso de la Nación. Estos últimos, además de no aportar lo justo, comenzaron a comprar las empresas del estado a un precio de huevo y seguían por la senda del único objetivo que tenían: ser ricos y cada vez más ricos. Así, comenzaron muy pronto a aparecer estos personajes en la revista Forbes de Estados Unidos compitiendo con los ricos estadounidenses y europeos.

Si comparamos el pasado con lo que tenemos ahora, se puede concluir que eramos más felices antes que ahora. Es cosa de ver las encuestas. Hoy tenemos más cosas materiales y mucho consumo que da a la gente una felicidad superficial y condicionada por el consumismo. Internamente hay un gran descontento por la frustración que origina el modelo en la gente, frente al cual ya ni siquiera sirve tener pensamientos libertarios como en la década de los sesenta, porque simplemente estamos atrapados en un mundo de injusticia y esclavos del modelo económico con tarjetas de crédito que le son prácticamente impuestas a los usuarios y por los cobros usureros de los bancos y las casas comerciales. 

El poseedor del capital hace y deshace dentro de este sistema neoliberal o de mercado, cobrando lo que se le antoja sin que los usuarios tengan la más mínima protección del Estado. Un 37% de los que trabajan dicen que el salario no les alcanza para vivir. Lo hemos visto también en Hidroaysén, proyecto que es rechazado por los chilenos –los que de hecho deberían ser los dueños de este país-, pero el gobierno se niega a rechazarlo. Si el Parlamento rechaza una iniciativa  del Ejecutivo, este resuelve el problema en el Tribunal Constitucional ¿para qué están entonces los parlamentarios? (caso postnatal)

Recién, después de 38 años, los más jóvenes comienzan otra vez a salir a las calles para protestar por toda la “inmundicia social” en la que nos encontramos por culpa del capitalismo ortodoxo y también por los políticos neocapitalistas como los socialdemócratas, socialistas, democristianos, radicales y otros que se han transformado en “admiradores” del modelo económico y político y son fervientes defensores del consumo y de las vacaciones en Cancún. Dicen que son renovados, pero en realidad se han convertido. Además, tenemos un sistema político con un Presidente fuerte y poderoso, dentro de un esquema poco democrático, y partidos débiles que no importa lo que digan, porque cada día que pasa son menos escuchados.

En reemplazo de los partidos comienzan a surgir con mucha fuerza, como está ocurriendo en Europa, los movimientos ciudadanos que se manifiestan en la vía pública. Protestan contra HidroAysén, aunque sea sólo una parte de los participantes que están en la lucha antirepresas, porque el resto sólo aprovechan la gran masa humana, pero están en otras: Luchan contra la educación convertida en un vil negocio; luchan por la falta de un servicio de salud para todos; luchan contra el alza de las cotizaciones de las Isapres; luchan por los bajos sueldos; luchan por los derechos homosexuales; luchan por la carestía de la vida sin que el Gobierno le ponga atajo a las especulaciones, en fin, luchan contra todas las injusticias humanas y sociales que hay en este país y que los partidos políticos no han hecho nada para resolver. 

Antes al menos teníamos la esperanza de poder algún día ser distintos y vivir en una sociedad feliz y más justa; hoy con todas las fuerzas coludidas - gobierno, oposición, partidos y poder económico - podemos decir que nos será difícil volver a la era de las ideología y los valores, hoy desaparecidos.

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