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lunes, 23 de mayo de 2011

CUENTA PRESIDENCIAL: “UNA VOCE POCO FA” .


La tradición retórica de la política chilena


Por Hugo Latorre Fuenzalida



La tradicional cuenta presidencial en Chile que acabamos de escuchar el 21 de mayo, no se distancia para nada de lo que siempre ha acontecido en estos eventos: agrandamiento de lo hecho e inflada magnificación de las promesas.

No es que se mienta, pero las cifras siempre han servido para engañifas sutiles pero efectivas. Eso ha sucedido siempre y seguirá sucediendo; es la tentación humana por superar las precariedades que la realidad impone a fuerza de voluntad y mistificación, cualidad tan propiamente nuestra.

Es verdad que los gobiernos hacen cosas, eso nadie lo puede discutir. No es concebible que un gobierno cualquiera se presente con la página en blanco a dar la cuenta anual; pero de ahí a dibujar paisajes edénicos o cantar himnos a la tierra prometida, hay bastante distancia.

Sabemos que en Occidente la política se ha construido sobre dos paradigmas que funcionan en contrapunto: la CIUDAD y el EXODO. La ciudad es la que instala el fundamento estructural que permanece y da organicidad; el éxodo, en cambio, es lo que alimenta el sueño de la promesa, del progreso, del cambio y del destino.

Los mensajes deben contener parte de estos dos elementos: lo que se instala y lo que se pretende para el futuro. Hay siempre un crecimiento vegetativo de la ciudad, es decir de la economía, de las leyes, etc. Es la funcionalidad de todo organismo vivo, y la sociedad lo es. Por eso aumentan los gastos en salud, educación, en infraestructura, se hacen nuevas leyes y se compensan ciertos sectores que permanecen en desventaja.

Pero el otro elemento, el del EXODO, la búsqueda de la “tierra prometida”, conforma parte del discurso, quiérase o no, pues lo que se hace hoy siempre está contenido en una proyección de futuro. El problema está cuando lo que se hace hoy es insuficiente para caminar hacia la “tierra prometida” y, peor aún, cuando lo que se proyecta como realización a futuro no da más que para cubrir las exigencias del crecimiento vegetativo, pero no alcanza para cambios sustanciales en la condición de organismo deficitario, atrasado y en desventaja estructural, si se compara con otras naciones aventajadas, puesto que, finalmente, todo indicador de progreso es comparativo.

Retornemos a lo de las cifras. El crecimiento de la economía y de los puestos de empleo, que aparecen excepcionalmente altos, corresponden, ciertamente, a una de esas numerologías mistificadas, no mentirosas pero sí engañosas.

Recordemos que nuestra economía ha enfrentados dos shock seguidos, desde el 2008 al 2010: uno es la crisis financiera y el otro el terremoto del 27 de marzo. Esos dos elementos ocasionaron una caída de la actividad económica acumulativa, lo que desplazó empleo y dejó ocioso capital productivo existente; el terremoto destruyó una parte importante del capital físico y productivo.

Todo eso debe ser repuesto mediante procesos de reconstrucción. Por otra parte, la recuperación o normalización de las demandas en la actividad externa (internacional) alientan las demandas internas agregadas a la de la reconstrucción (precio del cobre y otras materias primas que Chile exporta a buen precio). En consecuencia, este crecimiento a niveles espectaculares es un crecimiento de recuperación o de compensación, pero no algo sostenible a mediano plazo, dado que, con reconstrucción y todo, la tasa de inversión es comparativamente baja. Chile, en estas circunstancias descritas, debía estar en tasas de inversión superior al 28% y no de 19% como es la que tenemos.

Por otro lado, el crecimiento viene impulsado fundamentalmente por el consumo, y eso habla que se empiezan a normalizar las demandas internas luego de tres años de restricciones. Pero eso tiene un techo y, de no ser la demanda en el sector de la industria de la construcción, sólo auspicia un ciclo corto y de poca irradiación al resto de la economía. Tal vez sea por eso que la gente no siente que el optimismo de las cifras se refleje en sus cuentas familiares. No debemos olvidar que, además, se está alimentando un proceso de alzas de precios y de tasas de interés que, indudablemente, hará más magra aún las cuentas privadas de las familias chilenas de clase media y baja. Las clases ricas, como es sabido, siempre salen ganando en estos reajustes de precios.

Esto es lo sustancial de la cuenta del estado de la Nación; lo demás son mejoras de crecimiento vegetativo, que, como señalamos antes, es connatural a todo organismo vivo.

No se aprecian posturas que alienten mayor equidad ni cambios en las funcionalidades polarizantes de la sociedad chilena, lo que adelanta la permanencia de un modelo de inequidad extrema, donde todos los actores se ven entrampados en una lucha sin destino, en una confrontación que sólo promete fricción, sudor y lágrimas, pero donde no se abren puertas reales de superación, que permitan el EXODO que conduce a la “tierra prometida”.

Sin el incentivo de sentir y percibir que se camina hacia una nueva esperanza, las sociedades se neurotizan en las insatisfacciones del presente, de la CIUDAD instalada, pétrea, inmóvil e injusta.

El Barbero de Sevilla expone esta área “Una voce poco fa”, donde se canta que “de pronto una voz ha estremecido el corazón”. ¿Pero esta voz presidencial habrá logrado producir algún estremecimiento en el corazón de los chilenos?

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