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martes, 24 de mayo de 2011

Bombas lacrimógenas en Chile: Investigadores vertiginosos

Por Abraham Santibañez

Cuesta calificar el veloz episodio de la prohibición-investigación-autorización del uso de las bombas lacrimógenas. En bastante menos de una semana, el ministro del Interior sorprendió al país con el anuncio de que se suspendía su uso por parte de Carabineros a la espera de una investigación a fondo de sus efectos. El debate, que estaba larvado desde hace tiempo, se puso de actualidad por la publicación en El Mundo, de Madrid, de un reportaje muy crítico al respecto.

El diario sostuvo que los gases usados por Carabineros son fabricados exclusivamente para su uso en Chile, estando prohibidos en Estados Unidos e Israel -países que los fabrican- así como en la mayoría de los países del mundo. Pero, además, transcribió declaraciones del doctor Andrei Tchernitchin, experto en toxicología de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile: “Hay antecedentes documentados de que los agentes químicos con que se fabrican las bombas lacrimógenas son abortivos. Además de producir graves daños a la salud, inciden negativamente en los aparatos reproductivos masculino y femenino”.

“Hay probabilidad de que las sustancias químicas de las bombas lacrimógenas afecten las funciones reproductivas, dañen al feto en el último trimestre del embarazo, y a los niños en los primeros años de vida, provocando efectos en la salud que pueden resultar irreversibles”, explicó Tchernitchin a El Mundo.

En una acelerada reacción, que según algunas fuentes ni siquiera alcanzó a ser comunicada a todo el cuerpo de Carabineros, el ministro del Interior anunció el martes 17 la suspensión del uso de gases lacrimógenos. Justificó la decisión asegurando que “la protección de nuestros compatriotas es el principal objetivo de nuestro gobierno y nos parece razonable suspender el uso de esos gases lacrimógenos hasta que nuevos informes médicos nos permitan disipar, más allá de cualquier duda, la procedencia del empleo de estos gases para enfrentar situaciones de desorden público”.

Tres días después, el viernes 20, aseguró que había recibido los estudios encargados, según los cuales estos elementos “no tienen efectos abortivos ni causan daño a la salud”. El ministro revirtió de inmediato la medida.

Se aseguró que las investigaciones que tomó en cuenta La Moneda fueron elaboradas por el Ministerio de Salud y la FAS (Federation American Scientists, Federación de Científicos norteamericanos).

Dada la profusión de noticias de los últimos días –Mensaje presidencial, en primer término; mantención de las protestas por Hidroaysén; otros temas a lo largo y ancho del mundo- no se han hecho muchos comentarios sobre el episodio. Pero ya destacó en El Mercurio el columnista Carlos Peña la celeridad con la cual actuó el ministro: “Con la misma rapidez con la que prohibió los gases y empleando el mismo tono severo y levemente impostado, Rodrigo Hinzpeter decidió permitir su uso.

Ministro Hinzpeter: Prohíbe,
investiga y permite uso de
bombas lacrimógenas...y
todo en tres días
El peligro -dijo- ya había pasado. Las dudas reflexivas que lo habían asaltado y mantenido insomne, afortunadamente se disiparon. En apenas tres días logró reunir una evidencia terminante que disipó sus escrúpulos. Los gases -lo sabe ahora el ministro con una certeza tan intensa como las dudas lacerantes que le impedían, apenas ayer, conciliar el sueño- sólo producen molestias triviales a la gente que se expone a ellos”.

Dudas

El mismo día domingo, en una carta publicada en La Tercera, el bioquímico Rodrigo Aguilar Maureira, analiza en mayor detalle la decisión: “En primer lugar, es imposible que tras tres días de búsqueda bibliográfica en las bases de datos mencionadas (OVID contiene información de un centenar de revistas científicas de corriente principal) se pueda llegar a una conclusión así de absoluta”.

Agrega: “En la academia, tal ejercicio llevaría un par de meses de discusión entre entendidos del tema para, al menos, sacar un par de conclusiones relevantes. Por otra parte, el número de referencias citadas en el informe es deficiente (13), provenientes de una decena de revistas en las cuales un porcentaje importante no tiene un índice proveniente del Journal Citation Reports (entidad que evalúa el impacto de las publicaciones entre las nuevas investigaciones a nivel mundial), por lo tanto la calidad de los trabajos en los que se basa el reporte es altamente cuestionable, lo que incluye el diseño experimental, la representatividad de los muestreos y las conclusiones obtenidas por los autores originales”.

Me parece necesario agregar un solo dato más: la Federation American Scientists, Federación de Científicos norteamericanos, tiene un nombre que puede deslumbrar a primera vista. Pero no es un organismo representativo sino un “think tank” privado. Según su página web, fue fundada en 1945 por “muchos de los científicos que construyeron las primeras bombas atómicas” y “se dedica a proporcionar análisis y recomendaciones elaboradas con rigor, de manera objetiva y basados en pruebas acerca de temas de seguridad nacional e internacional relacionadas con la ciencia aplicada y la tecnología”.

En la actualidad la preside el Dr. Charles D. Ferguson y Gilman Louie está a cargo del Directorio el cual consta de 18 miembros, incluyendo un general y un almirante en retiro. Anteriormente, Louie fundó un fondo de riesgo, según sus propios archivos, “enfocado a la ayuda a emprendedores para iniciar (sus propias) compañías. Fundó y fue el primer director ejecutivo de In-Q-tel, un fondo estratégico creado para ayudar a mejorar la seguridad nacional mediante la conexión entre la CIA y la comunidad de inteligencia de Estados Unidos con empresas de apoyo a compañías de riesgo”.

No cabe reproche a la Federación, pese a que su nombre puede resultar engañoso en nuestras latitudes. Pero se podría objetar su objetividad al respaldar con tanta rapidez la segunda decisión del ministro Hinzpeter.

Y aún quedan más dudas. La más importante: ¿cómo se determina la concentración de gases utilizados en la represión callejera?

Como nos consta a testigos de este tipo de enfrentamientos, hay momentos en que el uso de las lacrimógenas se torna indiscriminado, posiblemente mucho más allá de la concentración considerada aceptable... incluso por estos especialistas en bombas atómicas.

Aquí parece haber gato encerrado. O, como dijo Carlos Peña, un humorista involuntario.

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