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lunes, 1 de agosto de 2011

¿Gobierno sin convicciones?

“Piñera -hay que enterarse- es el primer Presidente nihilista: no tiene convicciones que orienten su voluntad. Tiene apetencias, anhelos de reconocimiento, deseos de aplauso, pero convicciones no tiene”. Estos duros términos corresponden al comentario dominical de Carlos Peña, en la edición del domingo 31 de El Mercurio.

En su análisis llega a esta conclusión porque no ve, en el enfrentamiento de la crisis de la educación, planes concretos sino sólo un anhelo: “Se ha dedicado a pensar cuánto alcanzan los recursos para satisfacer las demandas, sin discernir si son o no correctas. En vez de discutir, saca cuentas...”

Pese a ciertos términos reiterados, usados cómo cábalas mágicas desde La Moneda, no se advierte un manejo con altura de estadista ante los desafíos. Al principio se pudo pensar, y así lo insinúa Peña, que se estaban aplicando recetas de managment, propias del mundo de los negocios y no de la administración de un país. Pero es una explicación insuficiente para cambios no bien explicados, como el del subsecretario de Vivienda; decisiones postergadas (desde el caso de la intendenta Van Rysselberghe a la renuncia de la ministra Matte) o soluciones simplemente no imaginadas a tiempo. (Esto último es lo que ha ocurrido con el ex ministro Felipe Kast, ahora designado como delegado presidencial para la reconstrucción... un año y medio después del terremoto. Hay precedentes claramente mejores: “ministros en campaña”, los llamó Eduardo Frei Montalva; también se habló de “generalísimos” en tiempo que ese apelativo tenía buena imagen.

¿Fue necesario el estallido de Dichato para que se buscara lo que tradicionalmente ha sido una mejor solución? Resulta penoso que se argumente que el “gobierno de los mejores” necesitaba un tiempo para aprender a gobernar, como sostiene el inefable Carlos Larraín.

En este año y medio no ha habido una catástrofe mayor por una razón simple: la caja fiscal tiene abundancia de recursos. Eso hace posible, como dice el comentarista Peña, que se privilegie saber si hay plata más que preguntarse si las demandas son o no correctas... o si corresponden a alguna convicción, idea o proyecto de gobierno.

Si la nueva crisis norteamericana no se resuelve bien, habría motivos para más dudas. Y los cuestionamientos podrían convertirse en duras recriminaciones.

Habrá que esperar.

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