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domingo, 17 de mayo de 2015

OPINIÓN DE PEÑA-KRADIARIO

LA LECCIÓN DE LUKSIC
Por Carlos Peña (*)

El viernes por la tarde, y con la naturalidad de quien asiste a una reunión de negocios -banalizar lo que nadie banalizaría es una forma de mostrar el poder-, Andrónico Luksic concurrió, en calidad de testigo, a declarar ante la fiscalía.

Ayudó así, sin proponérselo, a recordar un principio liberal.

Como enseña Ortega, y repite Hayek, el liberalismo es una respuesta a la pregunta de hasta dónde debe llegar el poder. Por eso, un liberal pareció siempre preocupado de inhibir al poder, de encogerlo allí donde se estiraba demasiado. Y como tradicionalmente la fuente máxima de poder fue el Estado, el liberalismo siempre abogó por ponerle límites. Si se cercaba el poder coactivo del Estado, se pensó, el individuo y sus derechos estarían a salvo. Si el Estado era la máxima concentración de poder que era posible imaginar -todos los medios coactivos en unas pocas manos-, entonces ponerle límites era, para los liberales, la orden del día.

Pero esa visión se reveló, a poco andar, insuficiente.

El capitalismo (decir capitalismo casi equivale a decir sociedad moderna) engendra, junto al Estado y a los medios de masas, gigantescas concentraciones de poder extraestatal. Es verdad que esas concentraciones de poder no cuentan con medios directamente coactivos sobre los ciudadanos, pero cuentan con el poder persuasivo e influyente del dinero, que les permite inmiscuirse poco a poco en casi todos los intersticios de la vida social, medios, universidades, bancos, industria, comercio, think tanks , filantropía, etcétera. El resultado son grandes concentraciones de poder y de influencia en unas pocas manos.

Y el problema que plantean esas concentraciones de poder no es solo uno de justicia o de distribución (aunque algo de eso hay también) sino también uno de índole política.

Como el liberalismo se interesa por guardar para los individuos espacios de autonomía y de libertad, suele tener una relación algo ambigua con el fenómeno de poder que es fruto de la concentración de la propiedad. Como la propiedad es expresión de la libertad individual (algo que suele subrayar Hegel), un liberal debe cuidar se la respete; pero como al mismo tiempo grandes concentraciones de propiedad conducen a grandes concentraciones de poder, un liberal debe también estar atento a ellas y, al igual como lo hace con el Estado, debe estar alerta para ponerles límites allí donde amenacen con desbordarse y lesionar la autonomía de los individuos.

Buena parte de los fenómenos que por estos días escandalizan a los ciudadanos (y otros que, sin escandalizarlos, existen), más que mostrar la falta de probidad de los políticos, es un síntoma de que se ha descuidado a esas fuentes de poder extraestatal que son a veces más grandes y más influyentes que el Estado. El fenómeno, cabría insistir, no es solo de justicia y casi nunca es de legalidad: es político. Simplemente se trata de que hay poderes que carecen de límites y que podrían extender su influencia más allá de lo razonable, sea mediante redes de lealtad y juegos de toma y saca que les permiten estar allá y acá, sea mediante su influencia en instituciones culturales que les permiten esparcir sus puntos de vista. El caso de Ponce Lerou es patológico; pero también hay otros normales que vale la pena citar. Luksic empleando a ministros (de los actuales, a Eyzaguirre y Pacheco) alcanzando así influencia; Eliodoro Matte donando 20 millones de dólares para asegurar el financiamiento del CEP, y la difusión y el cultivo de las ideas en las que cree, son ejemplos, uno de filantropía y el otro de redes, en los que no hay problemas ni de legalidad ni de moralidad, pero sí políticos.

Por estos días en que todos parecen empeñados en imaginar fórmulas para combatir la corrupción, el tráfico de influencias y los conflictos de interés, poniendo el acento en los órganos y funciones públicas, la visita de Luksic a la fiscalía permite recordar que también hay que poner atención a los poderes extraestatales para evitar que se desborden.

Ha llegado a ser un lugar común (o, como decía Flaubert, una idea recibida) el de que los políticos son venales o poco menos y que no se les puede dejar a sus anchas. Y en la sombra de ese lugar común (que en la mayor parte de los casos resulta ser falso) se oculta el problema político que plantean los poderes privados sin control alguno.

Por eso la visita de Luksic a la fiscalía alecciona a los liberales: la alergia al Estado no es al Estado, es al poder.

La visita de Luksic a la fiscalía permite recordar que los liberales no solo deben empeñarse en limitar al Estado: también deben ocuparse de poner límites a los poderes que vienen de fuera de él.

(*) El autor es columnista estable de El Mercurio.

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