Director-Editor de Krohne Archiv
Quizá fue un juicio un poco exagerado el del ex presidente Eduardo Frei Ruiz Tagle cuando declaró en el diario “La Nación” de Buenos Aires, el sábado pasado, que “Chile está al borde de la ingobernabilidad”. Creo que no es así, porque a pesar de la profunda crisis por el tema de la educación, el Presidente de la República, Sebastián Piñera, ha seguido gobernando y avanzando en otras materias, se muestra en público diariamente, pronuncia discursos, firma proyectos de ley que envía al Congreso, se reúne con la oposición democristiana, viaja y todo esto como si en el país no pasara absolutamente nada anormal.
El movimiento estudiantil debe ser hoy una de sus principales preocupaciones, de eso estoy seguro. Pero como líder político, como debe ser, no le ha sido posible encontrar fórmulas ni personas idóneas que le puedan ayudar a salir de este escollo. Tras algunos intentos personales para abrir caminos de solución, todos fracasados, ofrece ahora muestras de cierta falsa indiferencia y frialdad ante todo lo que está ocurriendo. La estrategia aplicada parece ser la vieja “política de la dilación”, es decir estirar la cuerda de un conflicto sin solución fácil, todo lo que se pueda para conseguir finalmente el agotamiento de las partes, o sea, terminar el conflicto por la vía del cansancio o del debilitamiento de los implicados. Ya conocimos esta estrategia en el caso de los presos mapuches, conflicto hasta hoy no resuelto, y también en la protesta por el precio del gas en Punta Arenas, sólo para dar dos ejemplos.
Sin embargo, en el tema educacional la dilación le ha causado problemas innecesarios que podría haber evitado en el origen mismo del conflicto si hubiese actuado con una mayor rapidez. El asunto se le fue complicando hasta cortarse la cuerda y perder el control de la situación. Todo comenzó con un petitorio de los estudiantes universitarios que buscaba un mejoramiento de la educación en Chile, mediante la eliminación del lucro, la desmunicipalización de la enseñanza, el incremento de los recursos para las universidades estatales y la prolongación para el año corrido del pase escolar en el transporte público.
A medida que pasaba el tiempo –unos dos a tres meses—el conflicto se fue complicando por la soberbia presidencial que se manifestó en la escasa voluntad de parte de las autoridades para sentarse seriamente a una mesa y negociar. Hasta el día de hoy esto nunca se ha concretado.
¿Por qué un grupo de jovencitos que se está recién educando podía ponerle condiciones a La Moneda? Esto ha sido considerado inaceptable en las esferas gubernamentales más duras.
Esta situación movilizó a los estudiantes a buscar otras fuentes de apoyo, incorporándose al movimiento los profesores, pero también otros sectores y gremios que están descontentos con el actuar del Gobierno, los que se plegaron a las marchas estudiantiles. Desde hace algunos días estas manifestaciones comenzaron a tener valor agregado, como son las presentaciones culturales en la vía pública y por último los cacerolazos nocturnos en plazas y parques de Santiago.
Paralelamente con el crecimiento del movimiento, las demandas fueron también aumentando y ya no se trató de tres o cuatro puntos sino de unos 20, donde se está pidiendo adicionalmente a la gran reforma de la educación, la instalación de una Asamblea Constituyente, una reforma tributaria, una reforma electoral, la nacionalización del cobre y la concreción del mecanismo de plebiscito para ser aplicado a nivel nacional, vía por la cual debería decidirse gran parte de las acciones del gran cambio, lo que no frenó a Carlos Larraín, presidente de RN, para sincerarse y expresar en un típico lenguaje liberal-conservador: "Yo le tengo terror a un plebiscito, no sólo miedo".
Es decir lo que comenzó en un aula universitaria se ha extendido a todo el país, ingresando al movimiento centenares de “indignados” chilenos que piden a gritos, con marchas y graves desmanes un cambio del sistema político, económico y social, porque el actual está obsoleto y es fuente de aprovechamiento empresarial y del sector bancario, de injusticia social y de una gran desigualdad hasta el punto que se ha perdido la legitimidad política como reconoció hoy el ex Presidente Ricardo Lagos Escobar. Pero la soberbia llevó otra vez a Carlos Larraín a expresar su pensamiento: "No nos va a doblar la mano una manga de inútiles subversivos".
El problema ahora para el Gobierno es que este movimiento de los “indignados”, nacido en España y que lentamente se expande por el mundo, que ya no son sólo estudiantes, ha llegado al parecer para quedarse en Chile. Es quizá la rebelión social que esperábamos y que tuvimos la ocasión de plantear y desarrollar en el libro “Las dos caras de la Libertad de Expresión en Chile” en el 2005.
Buen artículo aclara muchas cosas, felicitaciones y sigan informandonos, nosotros seguiremos leyendolos.
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