El asesinato burocrático
Por Hugo Latorre Fuenzalida.
¿Qué es el aborto?
¿Cuándo comienza la vida?
¿Cómo autorizar la muerte de un ser humano?
Estas son las preguntas relevantes del momento, para lo cual no hay respuestas sencillas…y el hombre, en esta incertidumbre, no vive feliz.
El aborto se repone como tema de discusión pública cada cierto tiempo, sobre todo en períodos electorales, donde asoman las posturas ideológicas de dos bandos agonales: los llamados “liberales” y los “ortodoxos o conservadores”.
En consecuencia, las posturas doctrinales (provenientes de la doctrina escolástica y la iluminista, respectivamente), va derivando hacia una más moderna, que pretende ser científica, desde el punto de vista de ambas barricadas, pero más desde la liberal. Lo curioso, es que se da una ambivalencia principista/pragmática en ambas.
Las posturas “liberal” y “conservadora”, derivan en posiciones ideológicas que explícitamente defienden el derecho a la vida, pero ambas lo niegan, luego, en posturas también explícitas.
El tema es indudablemente doctrinario, que puede derivar a su posicionamiento político a través de la organización de las ideas sobre lo concreto, que denominamos "ideología". El problema se ubica justamente en ese tránsito de lo doctrinario a lo ideológico, puesto que ahí el hombre introduce sus distorsiones o particulares puntos de vista, sus infaltables contradicciones e incoherencias (….”la ideología es la más luciferinas de las tentaciones”, se dice desde antiguo).
La ciencia entra a mediar como árbitro moderno, una especie de "Deus ex Machina" (Dios hecho máquina), donde el automatismo determinante (cuasi determinista) del conocimiento especializado (de la disciplina) impone su criterio como saber definitivo. Sin embargo, en el tema del aborto, la ciencia se muestra incapaz de definir el momento del inicio de la vida, por lo que su postura (desde las diversas barricadas científicas) pasa a ser irrelevante para zanjar el tema.
¿Qué queda entonces? solamente la discusión prolija, profunda y extensa, en base a las argumentaciones diversas, hasta practicar una real mayéutica socrática (argumentar y contra argumentar hasta dar a luz (mayéutica= parto) una nueva conciencia sobre una verdad que parece compleja y esquiva.
Creo que el Marqués de Sade, siendo un loco, fue muy cuerdo en una valoración suya: el odio profundo a matar por decreto, Pues decía, este noble francés, que se anticipa a las muertes por decreto de la Revolución de 1789, que esto significa que los burócratas se sienten con una autoestima capaz de ponerse por sobre el mal, mal que anida necesariamente en sus corazones humanos, tanto como en el acusado. En su obra: “Diálogo entre un cura y un moribundo” como
“ La filosofía del tocador”, Sade era capaz de glorificar la muerte por pasión o arrebato (“La historia de Juliette”)...pero no la muerte por decreto; por eso se oponía a la muerte decretada por el Estado, como ajusticiamiento, ley que Chile ha suprimido hace muy poco tiempo, aunque conserva un espacio a la pena capital en estado de guerra.
El aborto, ante la incapacidad científica de definir cuándo se inicia la vida, configura una situación que arriesga autorizar una muerte decretada por ley burocrática.
Puesto que la ley “moderna” tiende a ser una ley que promueve la defensa de la vida, contrario a la ley represiva y punitiva de tiempos pasados, que tendía a hacer del Estado un monstruo algo Hobbesiano (Leviatán), que se arroga el derecho de usar y abusar de la fuerza punitiva, que castiga y reprime, mata y se venga, para mejor dominar a esa fiera incontrolable, culpable a priori, que es el ser humano (homo homini lupus), es que en todo el mundo se mueve la corriente a favor de suprimir la pena de muerte decretada por el Estado; sin embargo, en ese mismo mundo liberar y de “nuevas bases para el derecho”, se propicia la ley de aborto, establecido como un derecho decretado desde el Estado.
El problema, entonces pasa a ser de tipo político: es decir, cómo definir y actuar una situación excepcional y además libre (libre albedrío) para casos en que la vida del niño y el de la madre conforman un dramático dilema de opción. En este caso el libre albedrío es de la madre y anula la capacidad de decidir, por su derecho a la vida, por parte del nonato.
Hablar en la ley de tres firmas autorizadas de facultativos, es un chiste mal contado o una salida jabonosa. Sería muy fácil de torcer la nariz a la intención regulativa. Por lo que ese tipo de ley puede entenderse casi como pantalla para autorizar el aborto a destajo. Se requiere establecer médicamente el riesgo real, por tanto la opinión de la madre en riesgo es importante, pues es su vida la que estaría en juego; también es importante la opinión de los tres facultativos, quienes no pueden estar conectados por lazos institucionales, y de una comisión de ética de vida, que supervise cada caso de manera permanente y expedita.
Es la única forma de evitar que la ley se transforme en una disculpa para matar de manera masiva, bajo el auspicio de una ley poco sabia. Sería como volver a reponer el derecho al ajusticiamiento, por parte del Estado, pero esta vez de manera expedita....sin juicio. Recordemos que estos mismos liberales, llamados a veces “progresistas”, escandalizan ante los hechos de violación de derechos humanos ejecutados sin proceso por dictaduras irreverentes ante el derecho a la vida.
Los dos puntos que definen esta alternativa política son:
1) Los hijos no deseado por las personas o familias (violación, embarazo no deseado) deben nacer y deben ser acogidos por el Estado en centros de formación pro-vida o dados en adopción. Debe incluirse, desde la función del Estado en este tipo de problema, políticas de fomento de la responsabilidad filial para jóvenes y promoción educativa y laboral para aquellos padres informales o en estado de precariedad, cuando esta situación acompaña a la voluntad de no tener el hijo.
Esto define una política coherente de responsabilidad del Estado y lo diferencia de lo que puede ser una moda frívola, e imitativa de lo que se hace en otras partes del mundo, por muy modernos que sean, pues también, como ya sabemos, esos países yerran ("Mientras habite el hombre el mundo, yerra". Diálogo en el cielo, Fausto, Goethe).
2) La definición del aborto debe estar reglamentada de tal forma que se siga para los “no nacidos” un debido proceso, con las garantías propias de un ciudadano común. El derecho a la vida de la madre debe ser respetado y dirimido en una junta donde se dé garantías reales de que se debe escoger entre una u otra vida, sin alternativas médicas posibles. En este caso, una vez establecida la indefectibilidad del dilema, la voz de la madre debe ser decisiva, con lo cual se garantiza el libre albedrío, social y humanamente responsable.
Establecer que la vida del nonato debe primar por sobre la vida de la madre, en caso de faltas de alternativas (riesgo de la madre embarazada), constituye igualmente una condena a priori de un ser humano, como es la madre. En este caso, el libre albedrío de la madre se debe imponer como primera instancia y única de decisión. Es verdad que constituye un punto problemático, pero no hay salida ante lo que la ciencia médica ni la naturaleza pueden dar respuesta.
Toda otra discusión no lleva a ningún puerto, excepto a la frívola moda de las mayorías inconsecuentes o de las rígidas doctrinas de las minorías extremosas.
Estas opiniones, no son más que eso, y se lanzan para establecer esa lógica de diálogo para parir ideas superiores, es decir la Mayéutica que arriba recordábamos.
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