Por Gabriel Sanhueza Suárez
No me gustan como tratan en Chile a los viejos. El 21 de mayo pasado escuché al honorable senador de la república, Ricardo Lagos Weber, hablar de “los abuelitos” al comentar la eliminación del 7% por ciento de salud, que pagan los jubilados.
Obviamente un paternalismo barato, un diminutivo que esconde una infantilización de los adultos mayores. De allí a tratarlos de minusválidos no hay más que un paso.
No me gusta que junten a los viejos con puros viejos y luego traten de entretenerlos con bailes ridículos, humoristas dudosos o viajes turísticos sólo para ellos.
El envejecimiento es paulatino. Puede que un viejo se ponga más lento y le cueste subir al Transantiago, o que le duelan los huesos cuando comienza el invierno. Pero eso no lo convierte ni en un ocioso ni en un tonto, que deba estar haciendo pantomimas a las órdenes de un monitor imbécil.
No creo en los conceptos de la tercera edad ni de la adolescencia. Pienso que son construcciones sociales y de corta data. Basta mirar un par de siglos atrás. Cuando los jóvenes, entraban en la pubertad, se casaban, tenían hijos, comenzaban a trabajar y formaban una nueva familia.
La edad del pavo, me huele a cuento de la sociedad de consumo, con su cargamento de psicólogos, cremas contra las espinillas, modas de pantalones que dejan ver los calzoncillos y música desechable para chicos gritones.
Lo de la tercera edad también suena a engaño. Una historia para entretener a jubilados ociosos y cada vez más regalones. O quizás el invento de una sociedad hedonista, consumista y apegada a la juventud como referente vital.
En el campo, los viejos a los ochenta y tantos años, andan arriba de su caballo, y trabajan hasta el día antes de su muerte.
Todos los seres humanos, salvo que estén impedidos, pueden seguir aportando a su comunidad, haciendo labores sociales, donde su experiencia es fundamental.
La creatividad nunca termina, si se aceptan las limitaciones de la edad y se adaptan las potencialidades a nuevos roles.
Me gustan las sociedades que son como los bosques nativos chilenos. Donde conviven árboles añosos, junto a especies adultas y jóvenes renovales.
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