La urna con las cenizas del disidente Orlando Zapata, muerto en huelga de hambre, abandona también Cuba. Su madre, Reina Tamayo, la lleva consigo a un exilio lleno de incertidumbres. |
Por Yoani Sánchez
Desde La Habana
La emigración se ha llevado a mis amigos, a los conocidos de la infancia, a los vecinos del lugar donde nací y a la gente que saludé una o dos veces en la calle. Un día, me arrebató las tías paternas, los primos, los colegas con los que compartí la alegría de graduarme y hasta el tímido cartero que me traía la prensa una vez por semana. Y como si no estuviera satisfecha, ahora ha vuelto por más, ha cargado también con la parte más cercana e íntima de mi vida.
Recuerdo cuando mi hermana me contó que se había inscrito en una lotería internacional de visas. Yunia siempre fue muy afortunada cuando del azar se trataba, así que supe a qué atenerme desde el primer momento. Cuenta mi madre que el día en que la parió, los médicos y las enfermeras se persignaron ante un bebé salido del útero con su saco amniótico casi intacto. “Viniste al mundo en un zurrón” le decían, como si eso garantizara la prosperidad, el amor, la dicha. De ahí que esta Isla parecía quedarle demasiado estrecha a la bienaventurada de mi hermana mayor. Y hace más de veinte años que ella arribó a la misma conclusión que la mayoría de mis compatriotas: ¿Cómo quedarse a echar raíces en un país donde apenas se pueden dar frutos? No intenté siquiera convencerla, sino que la vi desdibujarse en un trámite aquí, una fila para esperar un autorizo allá, mientras sabía que el momento de la despedida estaba cerca.
Finalmente, el viernes pasado su avión despegó, llevándose también a mi única sobrina, mi cuñado y una perrita sata que no quisieron abandonar. Mi madre gritaba el día anterior “¡No estoy preparada, no estoy preparada!”, mientras mi padre escondía las lágrimas por aquello de que “hombre que es hombre no llora”.
Nunca se está preparado para la separación, mami, para saber que quienes amas están a sólo noventa millas de distancia pero a un abismo de restricciones migratorias. Haces bien en llorar, papi, porque este alejamiento no debería ser tan definitivo, tan desgarrador, tan concluyente.
Cargando una urna con los restos incinerados, Reina Tamayo, madre de Zapata, y otros 12 parientes fueron llevados en autobús por miembros de la seguridad del Estado a la terminal exclusiva para los vuelos a Estados Unidos.
"Siento dolor al salir de nuestra patria. No estoy conforme con eso, pero sí porque ya tengo los restos de mi hijo. Yo nunca lo abandoné", expresó Tamayo, que viajó con cuatro hijos, cuatro nietos, dos nueras, un yerno y su esposo.
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