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lunes, 20 de junio de 2011

LA REVOLUCIÓN QUE VIENE

Por Hugo Latorre Fuenzalida

Kondratiev, gran investigador de origen ruso de los fenómenos económicos, se atrevió a lanzar una teoría de los ciclos largos del crecimiento económico a nivel mundial. El señalaba que desde la revolución industrial las economías de Occidente (que era la economía mundo), presentaban períodos de crecimiento y decrecimiento y, curiosamente, se vinculaban a las revoluciones tecnológicas mayores y a las adaptaciones menores.

Cuando se daban grandes inventos y se imponía su aplicación económica, entonces se daban los períodos de crecimiento de la economía mundial. Cuando estas innovaciones agotaban su poder expansivo, entonces venían los periodos de crecimiento lento o de crisis.

De esta teoría, derivaron con posterioridad las ondas cortas de Kitchin (3 años), las de kuznets (5 años), las de Juglar (15 años). Todas estas ondas se refieren a procesos de innovaciones menores e incorporación de nuevas áreas productivas, las que van empujando el crecimiento hacia la expansión, al igual como lo hacen las ondas de agua que golpean las playas.

Por su parte Kaplinsky, reconoce tres grandes eras tecnológicas: siglo XVI con el paso de la organización artesanal a la organización industrial manufacturera de la producción; S.XVIII, con el paso de la manufactura a la maquinofactura y los años 80 del S. XX con el paso de la maquinofactura a la sistemofactura (era informática o sistémica).

Wagemann, por su parte habla de ondas largas organizacionales, que duran alrededor de 150 años, como es el caso de la vigencia del capitalismo industrial, y antes fue el mercantilismo. El socialismo, en su versión organizacional, duró no más allá de 50 años, lo que le hace quedar fuera de las clasificaciones de las ondas largas organizacionales.

Ortega, plantea las ondas largas culturales, que duran entre 500 y 700 años, como sería el caso del pensamiento racionalista que desde Descartes hasta nuestros días impone su paradigma, con variaciones y detractores.

Finalmente, Spengler plantea la existencia de ondas largas civilizatorias de entre 1000 y 1500 años de duración. Aquí se ubican el cristianismo occidental y el islamismo y otras religiones orientales.

Bueno, lo que todas estas teorías vienen planteando es que la humanidad no transita por vías lineales. No sabemos tampoco si las teorías del eterno retorno se pueden dar en períodos más extensos, pero lo cierto es que al parecer funcionamos por ondas largas que imponen un cierto “paradigma” o cosmovisión de las cosas y dentro de estas mega etapas hay fuerzas que impulsan procesos (racionalismo) que alimentan ciertos resultados (industrialismo) y que definen una lógica ondular de crecimiento (tecnologías).

Se han dado teóricos que se dan el fuero de anunciar el “fin de la historia” y otros que piensan que los momentos en que ellos hacen y dominan la historia, se deben eternizar.

Entre los primeros están teóricos como Hegel, Marx (que era en eso su seguidor) y Fukuyama y, entre los segundo, políticos imperiales como fueron los Faraones, Napoleón, Federico Guillermo II , Hitler y nuestra derecha y ultramontana, que no es imperial pero sí insular, que es la contraparte de los imperios, justamente por sus límites estrechos de su totalismo.

Lo que estos teóricos de las ondas largas y cortas no previeron, es la existencia de la aceleración de los ciclos de recambio. Así como en el siglo Vº antes de Cristo, en Grecia se dio la gran revolución cultural de la escritura de lo que antes era trasmitido por vía oral (por orden del tirano Pisistrato), que derivó luego en la democracia Ateniense, que entregó al mundo el legado mayor que el pensamiento humano haya regalado. Luego, en el renacimiento, la imprenta de Gutemberg genera una nueva expansión de la cultura que derivará en el desarrollo de la ciencia, las artes y el pensamiento, dando paso a las sociedades modernas que aparecerán pocos siglos más tarde. Hoy tenemos la Informática, invento mucho más potente que los otros dos anteriores, que promete desatar una revolución cultural como nadie podrá calibrar en su justa medida.

Deberá ser una revolución del conocimiento, de la organización de las sociedades, de las culturas y de la producción. Estamos iniciando una etapa revolucionaria, eso es indesmentible. Ya asoman las primeras señales de sus posibilidades, pero aún falta lo más sustancial: lo que se desprende de esta lógica del pensamiento sistemático (informática y telecomunicación) globalizado es que el conocimiento parirá creaturas nuevas en diversas áreas y en muchos territorios; que la democracia política es una resultante necesaria e ineludible de esta nueva era del conocimiento; que la ciencia derrumbará mitos y barreras mentales , desarrollando una polivalencia de estilos y credos, una tolerancia cósmica y una mayor humildad de lo humano respecto a la vida.

Porque nuestros males derivan en gran parte de nuestra ignorancia sustancial acerca de la vida y su lógica. Hemos creído fielmente en nuestro destino de emperadores del mundo, de dominadores y hacedores totalitarios. Hemos comulgado con mitos raciales, religiosos, ideológicos y teleológicos. Estos vicios, productos de nuestra levedad e incompletitud del ser, pueden sufrir desde ahora un proceso de saneamiento progresivo, hasta ir alcanzando etapas más integrales de nuestras personalidades y de nuestras vidas.

El Iluminismo, que derivó en el terrorismo ideológico, ya no puede imperar de ningún modo sobre este planeta; están demasiado vivas las heridas dejadas por esa desviación monstruosa de la razón como nodriza de la libertad, llegando a transformarse en el gendarme de la opresión más odiosa e irracional durante la modernidad. Los nacionalismos imperiales y despóticos tampoco son respuesta viable a los problemas que ellos mismos contribuyeron a crear; en consecuencia el debilitamiento del sentido nacionalista y la sustitución por un universalismo responsable debe comenzar a penetrar las mentes de las naciones.; también está en cuestión la filosofía del SER, donde los posmodernos plantean la necesidad de bajar del pedestal, de ego todopoderoso, del ser moderno; mientras otros pensadores denuncian el “olvido del ser” por parte del pensamiento metafísico que nos ha dominado. Unos reclaman la necesidad del “adelgazamiento” del ser humano prepotente, mientras otros reclaman un sujeto más empoderado de sí y su valía humana, que antes fue aplastada y humillada en las formas de gleba y luego en la cultura de masas.

La institucionalidad mundial, en lo macro, y de la localidad cercana, en lo micro, debe autorizar nuevas formas de organización del poder, donde se rescate el universalismo de lo valores humanos y también la participación del sujeto en su comunidad cercana. Las intermediaciones de representación formal, que existen hasta ahora, ya se hacen insuficientes y refractarias a lo personal y a lo local, pero tanto debe nacer un nuevo estilo de estado, de ejercicio democrático y de participación ciudadana.

Esta tendencia comienza a asomar en el horizonte. Puede ser que lo que acontece en Africa y Medio Oriente, lo que ocurre con la crisis de Europa, lo que quiso manifestar el electorado joven al elegir a Obama, ya esté señalando el itinerario de un cambio universal. Chile comienza también a movilizarse en torno a valores que recupera como trascendentales: educación igualitaria, soberanía desde el pueblo para las grandes decisiones (incluyendo la riqueza ambiental-natural y de recursos básicos) y justicia distributiva. Si la dirigencia no capta esta nueva ola de cambios, evidentemente será sobrepasada de manera indefectible.

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