Por Walter Krohne
Editor de Krohne Archiv
Era difícil que la reunión entre el Presidente Sebastián Piñera y los jefes de los partidos hubiese tenido algún resultado realmente efectivo para “mejorar la política”, como ha dicho el mandatario.
El encuentro partió mal porque la única izquierda que va quedando en este país fue a La Moneda a la hora de la cita, miró y procedió luego a retirarse, tras comentar sus dirigentes que no estaban dispuestos a sólo aparecer en una foto oficial, sin estar dadas las condiciones para conversar propuestas en serio. En todo caso la decisión fue mala, porque la izquierda es el único sector que puede decir algo distinto de lo que piensan los dos bloques neoliberales –la Alianza y la Concertación-, que en algunos aspectos, como en el modelo de mercado, piensan parejitos.
El encuentro partió mal porque la única izquierda que va quedando en este país fue a La Moneda a la hora de la cita, miró y procedió luego a retirarse, tras comentar sus dirigentes que no estaban dispuestos a sólo aparecer en una foto oficial, sin estar dadas las condiciones para conversar propuestas en serio. En todo caso la decisión fue mala, porque la izquierda es el único sector que puede decir algo distinto de lo que piensan los dos bloques neoliberales –la Alianza y la Concertación-, que en algunos aspectos, como en el modelo de mercado, piensan parejitos.
La citación a este encuentro pareció un poco ingenua de parte del Mandatario, porque conociendo la actitud de la oposición chilena, estaba claro que al final, tras los bajativos, lo iban a criticar. Y así fue: El jefe de los socialistas, Osvaldo Andrade, dijo que la reunión se había transformado “en un tongo”, a lo cual su colega de Renovación Nacional, Carlos Larraín, calificó la expresión de una “ordinariez”, lo que hizo volver a Andrade a la carga señalando: "El Presidente no tiene capacidad de controlar a sus ministros".
El resto de los comensales habló muy en general, más bien insistiendo en lo que dijeron y no dijeron frente al Presidente, lo que contaron sin ninguna gracia, con un tono plano y sin mostrar ningún tipo de esperanzas, como se cuenta lo que no es más que una simple rutina.
Ninguno, salvo el radical José Antonio Gómez, salió contento. Gómez, como buen ex ministro de justicia, quiso poner todo en una balanza aclarando que la reunión no fue “ni un tongo ni tampoco nula”, lo que dejó pensando a muchos.
El que terminó poniéndole la guinda a la torta, o mejor dicho confundió la guinda con un pedacito de ají, fue Larraín al decir más tarde por Radio Agricultura que "al gobierno de Sebastián Piñera se le pide hacer en 15 meses todo lo que no hizo la Concertación en 20 años, porque el posnatal o el 7% bien pudieron intentarlos ellos".
Y agregó: "Dicen haber salido defraudados, bueno, claro, no oyeron lo que querían oír, pero eso no quiere decir que sea malo, porque afortunadamente el Presidente fue elegido porque no piensa como el gobierno saliente. Ellos quieren un cogobierno, y ese gusto no se lo vamos a dar", agregó.
Pero el que terminó de rematarlas fue el secretario General de RN Mario Desbordes que acotó que “la Concertación mantiene una postura negativa. Es una actitud que sólo pretende sacar dividendos políticos de corto plazo, una actitud mezquina".
Y agregó "la actitud de la Concertación sólo pretende reformas políticas que beneficien a su sector, ampliar el número de parlamentarios para solucionar problemas internos. Lograr financiamiento de los partidos políticos en el momento en que perdieron el gobierno nos parece extraordinariamente grave, porque la ciudadanía está pidiendo otras cosas", afirmó.
Es decir ¿para que nos juntamos?, dijeron todos después del opíparo almuerzo, porque como vemos el clima político quedó más enrarecido de lo que estaba cuando Piñera lo dijo por primera vez cuando gozaba de vacaciones en Italia con su familia.
A Desbordes no lo detuvo nadie e hizo un llamado al conglomerado opositor a "ser consecuentes con el discurso público, a dejar de mentirle a la ciudadanía y a transparentar, por último, cuáles son sus verdaderas intenciones, sus verdaderos intereses".
El Presidente Sebastián Piñera comentó hoy el “almuerzo negro” que se le ocurrió organizar en La Moneda. Con oídos sordos a todas las críticas y comentarios siguió en su línea: “Esperamos que este diálogo al cual hemos convocado a la sociedad chilena, y muy especialmente a sus dirigentes políticos, logre resultados fecundos".
¿Pero por qué hubo un cortocircuito tan grande?
En primer lugar, las reformas políticas eran la principal exigencia que llevaban al encuentro los jefes de la Concertación. Sin embargo, el tema genera reticencias en el oficialismo, especialmente, en la UDI, como quedó claro en el consejo directivo del gremialismo del último fin de semana en las Termas de Cauquenes. Especialmente lo que más les da “urticaria” es el “binominal”.
Segundo, en estas condiciones los dos bloques llegaron al almuerzo por calles completamente opuestas, porque lo que se le quería proponer a la Concertación era una agenda centrada en la búsqueda de acuerdos para los proyectos sociales del 7% y el posnatal, además de explorar acercamientos en salud, educación y energía, mientras que los concertacionistas insistían en las reformas políticas.
Tercero, el que fue originalmente un almuerzo diseñado para un diálogo amplio, donde cada sector pudiese plantear sus inquietudes, fue anulado poco antes de comenzar la reunión, tanto por la UDI como por RN, principalmente por reparos de los gremialistas que en la reunión de Caqueuenes discutieron ampliamente las inconveniencias de romper con un esquema que hasta ahora le ha dado estabilidad política al país y le ha permitido, al menos a la UDI, mantener mayorías parlamentarias.
Enrarecido el clima del encuentro y enrarecido todo el escenario político nacional. Así quedó Chile después del "almuerzo negro" de La Moneda.
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