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martes, 28 de junio de 2011

Iglesia Católica: del patriarcado al matriarcado

Es probable que pasemos del agotado paternalismo al matriarcado en la Iglesia Romana y Católica del futuro.


Por Hugo Latorre Fuenzalida

La Iglesia Católica y Romana atraviesa una crisis humana (que no divina) de gran magnitud. Cuando se habla de crisis de gran magnitud quiere decir que las soluciones no son paliativas, sino estructurales.

La problemática sexual en la Iglesia católica quizá sea tan antigua como la Iglesia misma, pero como los tiempos cambian y las culturas también, vivimos hoy una conjugación de fenómenos que hacen que el tema sexual al interior de la Iglesia trascienda a la sociedad toda.

Vivimos un tiempo de liberalismo sexual sin precedentes en la historia junto a una mayor universalización de las comunicaciones. Si antes hubo problemas de este tipo, fue producto de hecatombes, guerras, o vicios de cortesanos, pero este fenómeno de masas sexualmente transgresoras, que vivimos por estos días, no se dio nunca antes. Este fenómeno no podía no afectar a una institución como la Iglesia, que se inserta en las sociedades modernas y se permea necesariamente de los procesos que esta sociedad sufre.

Con la liberación sexual y de las comunicaciones en la década de los sesenta, los religiosos se salían de su apostolado, renunciaban y se casaban. Hubo una oleada de deserciones vocacionales por esos años. En estas nuevas décadas, se viene dando, en cambio, una serie de denuncias de vicios sexuales bastante más penados por la moralidad pública, como la pedofilia, la homosexualidad y abusos sexuales de todo tipo.

Es que vivimos el destape de la cultura tolerante. Los que antaño se consideraban sexualmente separados de la sociedad, ahora pueden “salir del closet”, como se dice vulgarmente. Entonces las pulsiones sexuales, que antes se mantuvieron reprimidas, ahora afloran con menos remilgos. Lo que antes fueron las renuncias a la vocación y asumir el matrimonio como opción, ahora es esta otra vertiente de la sexualidad la que asoma con descaro e impudicia.

El problema que se comienza a instalar en la Iglesia es si estos conflictos sexuales van representando una crisis de fe o simplemente una falta de “aggiornamento” respecto a la cultura moderna. Claro que la sociedad puede atender al problema de las vocaciones matrimoniales en conflicto con el celibato, pero lo que resulta poco probable es que se toleren las desviaciones sexuales dentro de las conductas asumidas como la parte “humana”, por tanto pecaminosa, de la Iglesia.

Otro elemento que juega en contra de la Iglesia, es que la institución va perdiendo ese poder aplastante que tuvo sobre las personas y las sociedades. Los medios de comunicación son ahora sujetos mucho más autónomos de los poderes institucionales, y aunque reconozcan concentración financiera e ideológica, se ha abierto tanto las opciones comunicativas que ya no se pueden tapar los escándalos de ninguna especie, pues se tiene la certeza que serán descubiertos y publicados por algún medio, como de hecho ha venido sucediendo.

También debe darse un problema de control más estricto en las postulaciones. Una vez una superiora de un convento contaba que sufría un verdadero acoso de postulantes a religiosas, de las cuales a la primera entrevista ella podía notar problemas psicológicos bastante serios; se les rechazaba, pero estas personas insistían reiteradamente para ser admitidas.

Respecto a la sexualidad, que es muchas veces un rasgo de patología más difícil de detectar, la supervisión debe ser más cuidadosa y estricta, si no quieren correr el riesgo que se filtren personas que instrumentalizarán a la Iglesia para adquirir el poder suficiente de usar y abusar de personas que confían en la institución.

Han sido los varones los grandes administradores de la Iglesia. Las mujeres han sido tempranamente marginadas o reducidas a un rol secundario. Como Iglesia de origen oriental, el machismo quedó representado en su cultura y se transmitió a través de toda su historia. La excepción del culto mariano desde el medioevo y la santidad y testimonio de muchas mujeres, no ha sido suficiente para romper con el prejuicio canónico sobre las “evas”, a las cuales se les incrimina con el pecado, ya desde los mitos de la tentación adámica.

Puede que haya llegado la hora de cambiar la historia y comenzar a buscar esa veta, esa reserva espiritual que son las mujeres y renovar, de esta forma, la sangre de una institución que debe reconocer su intoxicación corporativa.

Lo más probable es que veamos asomar esos cambios en poco tiempo más y seguramente será para bien de la Iglesia, de la espiritualidad y de la humanidad. Las mujeres son una sólida columna, con gran resistencia a las modas ligeras y con profunda penetración de la fe; tal vez haya en ellas un vínculo más comprometedor con la vida, justamente por confiar en ellas la naturaleza para preservar y desarrollar la vida de sus creaturas. ¿Y qué es la Iglesia si no esa custodia del mandato de Dios de proteger y acrecentar el redil humano para que pueda elevarse y desarrollarse como naturaleza y como espiritualidad?

Es probable, entonces, que pasemos del agotado paternalismo al matriarcado en la Iglesia Romana y Católica del futuro.

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