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viernes, 10 de junio de 2011

Un malestar recorre Chile

Por Claudio Orrego

Si algo queda claro después de la encuesta Adimark, es que un malestar recorre Chile. Lo que parecía ser sólo una masiva protesta medioambiental, ha dado paso a un movimiento de implicancias insospechadas. ¿Qué está pasando? ¿Se explica el rechazo al Gobierno sólo por sus errores y mala gestión política? ¿Por qué la Concertación recibe un rechazo aún mayor? ¿Tienen relación los indignados de España con los indignados de HidroAysén?

La respuesta fácil siempre será mirar primero los problemas del adversario. Considerando lo generalizado del desencanto, esta fórmula es a todas vistas insuficiente. Algo profundo está ocurriendo. Así como hay temas que salen de la oscuridad para ser discutidos en la plaza pública (abusos sexuales y de poder, derechos de minorías, etc), también la ciudadanía está saliendo de un pasivo aletargamiento, para gritar con fuerza que quiere ser un actor principal en la determinación de su destino y el de la sociedad.

En mis charlas ante jóvenes siempre les digo que la principal decisión que deben tomar es la de ser espectadores o actores de su vida. Hoy pareciera que hay un despertar ciudadano que reclama espacios e instrumentos para ser un actor social relevante. El surgimiento de las redes sociales, más que una herramienta para organizar mejores marchas, ha sido la plataforma para horizontalizar y democratizar el derecho a voz. Con mucha o poca rabia, con más o menos inteligencia, hoy son millones los que día a día ejercen su rol de actores a través de su opinión, su reclamo y su propuesta.

La pregunta es si es esto suficiente. Claramente no. La sociedad en general, y la política en particular, tienen que adecuarse para generar los canales que permitan que estas ganas de participar se expresen de mejor manera. No hacerlo es la mejor forma de que los niveles de rechazo a la clase política (gobierno y oposición) sigan en aumento.

El malestar tiene distintos fundamentos: falta de espacios de participación, vulnerabilidad frente al abuso de privados y el Estado (letra chica), falta de seguridad sobre el futuro (educacional, salud, laboral), desigualdad brutal de oportunidades y condiciones de vida, predominio del criterio de rentabilidad en la toma de decisiones (ambientales, urbanas, etc.), falta de credibilidad en la clase política, falta de protección laboral, un consumismo desenfrenado que deshumaniza, instituciones débiles y poco independientes, por nombrar algunas. La pregunta es: ¿cómo se puede incluir a una sociedad que se siente excluida del proceso de desarrollo?.

Aquí pienso en dos caminos, uno personal y otro institucional. Todos los que tenemos algún grado de responsabilidad (comunicación, gobierno, empresa, educación, etc) debemos mejorar la forma cómo la ejercemos. Chile nos pide a gritos menos soberbia, más escucha, más diálogo, menos descalificación. Una cosa es defender con pasión lo que uno cree mejor para la gente; otra muy distinta es creernos los únicos poseedores de la verdad y descalificar al que ose pensar distinto. Sé que muchos dirán que esto apunta a la forma y no al fondo. Hace mucho tiempo que creo que, sin testimonios concretos, los mejores mensajes y las más sólidas ideas tienden a morir en el camino.

Con todo, también se requieren reformas institucionales. Si es cierto, como creo, que la gente quiere ser más actor que espectador, nuestra democracia nos quedó chica. Hoy urge una agenda de reformas que generen más participación, transparencia, competencia; en fin, más democracia. Ya no se trata sólo de elegir directamente a consejeros regionales, se trata de mejorar la competitividad de nuestras elecciones (abiertamente, modificar el binominal), generar más democracia en los partidos (rendición de cuentas y primarias), permitir iniciativa ciudadana para proyectos de ley, etc. En medio de una sociedad cada vez más compleja, no hacer estas reformas a tiempo puede generar aún más desencanto y desafección. La inscripción automática y el voto voluntario serán la gran prueba, tanto en cuanto a su efectiva materialización, como a la capacidad de la clase política de convocar a la ciudadanía a participar “voluntariamente”.

El malestar que recorre Chile tiene que ver con la recuperación de una sana indignación frente a situaciones de injusticia a las que parecíamos acostumbrados pero frente a los cuales la gente hoy se rebela. Sea una autopista al lado de la casa, un proyecto energético o un abuso laboral, el ciudadano de a pie (y de facebook) no está dispuesto a aceptar cualquier cosa. Es cierto que las reformas para generar más y mejor democracia no eliminarán inmediatamente las causas de malestar, pero al menos ayudarán a pasar de una participación catártica a una que efectivamente transforme la realidad y el mapa del poder.

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