La crisis de la clase dirigente
Por Iván Petrella
El poeta W. H. Auden decía que el objetivo de la educación es hacer del autoengaño una tarea más difícil. A principios de 2011, deberíamos seguir su lema. Es el momento de hacer una pausa en el trajín político y social y obligarnos a tomar una visión más panorámica de la realidad argentina. Debemos verla sin engaños, tal como es. Solo así sabremos dónde estamos parados y podremos enfrentar acertadamente los retos a futuro. ¿Qué vemos, entonces, si enfrentamos sin titubear la realidad del país?
Primero, implica reconocer que para la Argentina y para América latina las dos últimas décadas fueron de fuerte crecimiento económico. Entre 1990 y 2009, nuestro país creció aproximadamente un 130%. En ese período, el crecimiento argentino está por debajo del de Chile, el país más exitoso de la región, pero por encima del de Brasil y Uruguay. Medidos por la vara del crecimiento económico, nuestros últimos veinte años fueron un éxito.
Pero si miramos con más detenimiento, observamos una diferencia con el resto de la región: América latina no sólo creció, sino que, también, se desarrolló. La Argentina, como casi toda la región, creció, pero no logró desarrollarse. En el mismo período de crecimiento, entre 1990 y 2009, el porcentaje de la población bajo la línea de pobreza se mantuvo estable. Chile, en cambio, redujo su tasa de pobreza un 61%; Brasil, un 49, y Uruguay, un 29. La Argentina, apenas un 6%. De poco sirve el crecimiento si no permite que más personas vivan mejor. Estos datos muestran que las políticas públicas de los países vecinos fueron exitosas y también lo fueron en mayor medida las clases dirigentes en sus gestiones. Nuestras políticas públicas fracasaron; estamos casi igual que hace dos décadas. La pregunta del millón es por qué. Hay que reconocer que nuestro atraso relativo se debe a por lo menos cuatro actitudes irresponsables.
En primer lugar, el país no se desarrolló por irresponsabilidad económica. Un ejemplo, uno de muchos posibles, se encuentra comparando nuestro índice de inflación para 2010 con los de la región. Bolivia, Paraguay, Chile, Colombia -en fin, toda América del Sur- disfrutan de tasas de inflación de un dígito. La inflación pasó a ser un tema controlado en la región, salvo en la Venezuela chavista y en nuestro país, donde una inflación de por lo menos 25% golpea al asalariado. Se sabe, además, que la canasta familiar fue lo que más aumentó. Es decir, la inflación perjudica especialmente a los argentinos de más bajos ingresos.
En segundo lugar, el país no se desarrolló por irresponsabilidad social. Los exámenes PISA son un estudio internacional que evalúa el nivel de aprendizaje en comprensión de lectura, matemáticas y aptitud científica de los estudiantes de 15 años en 65 países del mundo. En el año 2000, la Argentina logró el puntaje más alto de América latina en matemáticas, el segundo puntaje más alto en lectura (apenas detrás de México), y el tercer puntaje más alto en ciencia, detrás de México y Chile. El país que era entonces parte de la vanguardia educativa de la región ya no lo es. En los últimos resultados de 2009, en matemáticas descendimos un puesto, para quedar detrás de Uruguay y empatados con Chile en el segundo lugar, pero en lectura y ciencia caímos de manera considerable, con peores resultados que Chile, México, Uruguay, Colombia y Brasil.
Estas naciones nos desplazaron no sólo porque mejoraron, sino también porque nuestros resultados empeoraron de manera sustancial. El informe indica que la Argentina figura entre los países que más retrocedieron en materia de educación en la última década, al tiempo que Perú, Chile y Brasil figuran entre los que más progresaron. Tenemos un país donde casi la mitad de la población no completa la escuela secundaria, y los que sí la completan reciben una educación cuyo nivel es cada vez más pobre. No sólo no estamos creando la base educativa y los recursos humanos necesarios para competir en un mundo globalizado. Le estamos robando a nuestra juventud la principal herramienta de integración social y de movilidad social ascendente. Más que irresponsabilidad, esto es un crimen social: les estamos robando el futuro a nuestros jóvenes.
En tercer lugar, la Argentina no se desarrolló por irresponsabilidad legal. Sufrimos de un Estado que se niega a cumplir su rol de garante del orden legal e institucional. Ante su ausencia, se ha instalado una cultura del apriete y del "escrache", en la que cortar una calle e impedir la libre circulación de la gran mayoría de argentinos no es delito, donde la destrucción de edificios y espacios públicos es convalidada como legítima expresión de "protesta social", y donde el accionar de la policía, dentro del marco de la ley, es tildada de "represión", una palabra que nos remonta a un pasado funesto y que nada tiene que ver con el presente. Ante la falta de Estado, todo vale. Recientemente, un sindicato argentino, el Sindicato de Obreros Marítimos Unidos (SOMU), bloqueó el comercio exterior del Paraguay por más de un mes para apoyar la creación de un sindicato homólogo en ese país amigo. Cualquiera que haya sido la justificación de esa actitud, la consecuencia fue que las autoridades paraguayas comenzaron a negociar con Uruguay alternativas portuarias a Buenos Aires. Nuestra irresponsabilidad legal no es sólo un problema interno; nos resta relevancia ante los países vecinos y el mundo en general.
En cuarto lugar, la Argentina no se desarrolló por irresponsabilidad moral. Las irresponsabilidades sociales, económicas y legales surgen de este último elemento. El índice de percepción de corrupción de la ONG Transparencia Internacional sirve de ilustración. Estudiando el ranking de países, desde el más transparente al más corrupto, vemos que Chile y Uruguay son países muy transparentes. Figuran en los puestos 21 y 24, respectivamente, entre 178 países. Sus vecinos en la tabla son naciones como Bélgica, el Reino Unido, Estados Unidos y Francia. Para encontrar a la Argentina, en cambio, hay que bajar hasta el puesto 105, donde la acompaña Argelia, Kazakhstán, Moldavia y Senegal. Se trata de países que sufren las consecuencias de graves problemas estructurales heredados del pasado, lo que explicaría su situación. No es el caso argentino.
Sin autoengaño, así está el país. Pero no todo es negativo. Como pregonan acertadamente diversos analistas, existe un contexto externo tremendamente favorable que la Argentina podría aprovechar. El surgimiento de la clase media en países como China y la India es un tren que debería impulsar nuestro crecimiento. El ejemplo más obvio de ese tren es la suba del precio de las commodities y la mejora en los términos de intercambio. Pero falta un factor adicional, mucho más importante, del cual pocos hablan. Ya vimos que a pesar de haber gozado de veinte años de crecimiento económico el país no se desarrolló. No alcanza con poder vender soja a precios más caros.
Otro poeta, el irlandés William Butler Yeats, decía que "la educación no es llenar un balde, sino encender una mecha". Estos datos son apenas gotas en el balde de nuestra realidad. Lo que importa no es sólo entender esa realidad, sino transformarla. Para eso nos falta la mecha: un país se desarrolla con personas honestas y dedicadas, personas solidarias ante el sufrimiento del vecino más vulnerable, que entienden que el cumplimiento de la ley es la base de una democracia justa, que buscan un destino de grandeza para la tierra de su nacimiento, que trabajan por el interés nacional. Una clase dirigente a las alturas de las circunstancias es la mecha que le falta al país.
Diario El Tiempo de Colombia
El nuevo (des)orden árabe
Por Redacción eltiempo.com
El estancamiento de la revuelta en Libia no es el fin de la ola de rebeliones en el mundo árabe.
Incertidumbre. Esa es la palabra que mejor caracteriza la actual situación política de Oriente Medio y del norte de África. Casi dos meses después del éxito de la revolución del jazmín en Túnez, los presagios de un incontenible efecto dominó que insuflaría a las monarquías y dictaduras árabes con aires democráticos no se han cumplido.
Si bien dos semanas de protestas callejeras tumbaron el mes pasado al ex hombre fuerte de Egipto Hosni Mubarak, los alzamientos populares en la vecina Libia están tomando un cariz más cruento que sus inmediatos antecesores y desembocando en una guerra civil. La decisión del coronel Gadafi de aferrarse al poder y contraatacar a sus opositores ha partido su territorio en dos: la capital, Trípoli, controlada por el régimen, y la franja occidental mediterránea, por las tribus rebeldes.
No obstante, el que las arenas del desierto magrebí estén trabando por ahora los engranajes del levantamiento libio no significa el fin de la ola de rebeliones en esta compleja región del mundo. Encendidas por la autoinmolación del joven tunecino Mohamed Bouazizi, a quien un policía le confiscó su carro de verduras el pasado 17 de diciembre, las multitudes de los países de esta parte del globo llevan semanas exigiendo la salida de sus dictadores y sultanes, y más empleo y participación.
Después de la euforia de la caída de los regímenes de Túnez y Egipto, la violencia en Libia es un recordatorio tanto de la heterogeneidad de esta región como del caos propio de las oleadas democratizadoras. Desde Mauritania, en África Occidental, hasta Omán, en el Océano Índico, las naciones árabes son diversas en muchos sentidos. Existen países ricos en petróleo, como los sauditas, y otros pobres, como Yemen. También dictaduras, como la argelina, y monarquías, como en Jordania y Baréin.
La excesiva atención en los elementos comunes de la región, como la población joven, la corrupción y el desempleo, lleva a olvidar las diferencias. El básico coctel de tribus, islam, sectas y militares no se compone con la misma proporción de ingredientes en Libia que en Omán, o en Marruecos que en Siria. Estas diferentes combinaciones generan a su vez disímiles arreglos institucionales, en cuanto a la solidez de la oposición, la influencia del extremismo islámico o la dependencia de Washington, por ejemplo.
Lo dicho no les resta un ápice a dos hechos revolucionarios que surgen de los dos meses y medio que llevan las protestas. El primero es la presencia constante en todos los movimientos rebeldes de llamados a la apertura democrática y a la provisión de servicios básicos y empleo. Es decir, peticiones liberales típicas y sin mayor vínculo con la religión. Sin importar el balance final de gobiernos derrocados, Al Qaeda y su mensaje del terrorismo como única salida al autoritarismo es uno de los perdedores.
El segundo cambio sustancial se presenta en el masivo desmonte de supuestos cimientos intocables del orden árabe. Uno de ellos, por ejemplo, es la "regla de la mano de hierro": las dictaduras como única opción de estabilidad política para estos pueblos. Otro mito que cae es que cualquier vacío de poder será llenado por organizaciones extremistas. En otras palabras, que el islam y las instituciones liberales básicas podrían convivir en paz.
La ola de revueltas en Oriente Medio está generando simultáneamente los primeros visos de un nuevo orden y las consecuencias caóticas del desorden. Al igual que en Europa Oriental después de 1989, al disiparse el polvo de las ruinas del viejo orden, el mundo encontrará de todo un poco: sociedades transformadas, híbridos inestables y regímenes inmunes al cambio, donde nada pasó.
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