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domingo, 27 de marzo de 2011

La globalización por tres naranjas


Por Hugo Latorre Fuenzalida

Prokofiev creó una obra sinfónica llamada “El amor por tres naranjas”, basado en un cuento oriental antiguo y actualizado por cario Gozzi. Creo que bien vale trasladar al análisis social este título. La globalización es la fórmula de salida del capitalismo en crisis durante los años 70 y 80. La caída del socialismo real y el terror de una crisis extendida y profunda, además de universalizada (globalizada), deja libre las riendas a un empresariado transnacional y a los capitostes de la burguesía locales de los estados nacionales, para generar una alianza, una “entente” de complicidad refundacional.

Esta salida se da por el atajo de la reducción de costos sociales, de costos laborales, de gastos sociales, de los sistemas de bienestar, de las políticas de reivindicación laboral, de las previsiones con seguro estatal, de las participaciones en utilidades y, finalmente, de desentenderse de toda obligación tributaria para con las sociedades que los acogen.

Se funda de esta manera un “sistema EMPRESOCÉNTRICO”, donde todas las ventajas son acarreadas para asegurar la libertad acumulativa de las empresa, sin ceder a la firma de ninguna garantía para asegurar la viabilidad para las sociedades democráticas, que demandan también recuperarse de la profunda crisis mundial del capitalismo, con los deterioros que acompañaron al hombre de carne y hueso, ese que vive y sufre más allá de las utopías y los imperativos categóricos de la libertad de empresa y sus doctrinas prescindentes, que le acompañan como máscara en festival de brujas o como contorsiones macabras de un desenfrenado éxtasis dionisiaco.

En esta crisis global y profunda del capitalismo- que parte a fines de los sesenta y que no se resuelve hasta hoy-, también sufrió la llamada economía capitalista de Estado, es decir la economía de los llamados países socialistas. Recordemos que Wallerstein consideraba a esas economías del mundo socialista, otra rama (no alternativa, en el fondo) del capitalismo mundial, pues se sustentaban igualmente en un industrialismo que intentaba competir con la moderna industria de Occidente.

Ya por entonces se veía el estancamiento industrial y agrícola de la Unión Soviética y sus satélites de la Europa del Este, que desde mediados de los setenta sólo se soporta en la explotación petrolera. Ese fracaso económico quedaría plenamente al desnudo luego de la caída del Muro de Berlín y del desmantelamiento de los gobiernos comunistas en todo el sector oriental de Europa.

China no lo hacía mucho mejor luego de la desastrosos “Salto adelante” y la “Revolución cultural” de Mao, quedando esa parte del mundo sin más argumentos programáticos para enfrentar el futuro, desde la pura perspectiva doctrinaria marxista.

Debió concurrir el genio de un hombre como Deng Xiaoping, que con su lema “No importa el color del gato, con tal que cace ratones”, logra imponer una reestructuración económica que lleva a la gran China a engancharse en las fases más modernas del desarrollo industrial y tecnológico del capitalismo productivo, pero manteniendo el control político en manos del aparato central del Partido Comunista Chino.

El asalto del poder

Ulrich Beck (“¿Qué es la Globalización?”), ha denunciado que ya a nadie se le oculta que se ha producido una especie de toma de los centros vitales y materiales de los países, por parte de los poderes consolidados del capitalismo transnacional, y que esto lo han logrado sin revolución, sin cambio de leyes , sin alterar las constituciones (puede que no sepa Ulrich, que en Chile y otros países de América Latina, ha sido con cambios sustantivos en las constituciones, conformando una verdadera “revolución oligárquica”), es decir no sólo con el simple expediente de los business as usual (simples negocios).

Han impuesto la posibilidad de exportar puestos de trabajo, allí donde los costos laborales sean más bajos y los tributos sobre la creación de puestos de trabajo sean casi inexistentes.

Ahora pueden desmenuzar los productos y los servicios, repartiendo su ejecución por todo el planeta, hasta hacer imposible la identidad de marca y origen. También han sido capaces de servirse de los estados nacionales hasta apropiarse de los centros de producción vitales de los mismos y operar con una lógica que va en contra de esos mismos Estados.

Han instalado “pactos globales” dirigidos a obtener legislaciones tributarias, laborales más suaves y favorables, abarcando concesiones de servidumbres, por parte del estado receptor, que faciliten sus desarrollos empresariales, eludiendo los costos de ese ejercicio y transfiriéndolos a la sociedad que les acoge. También llega este aprovechamiento local hasta el expediente de “castigar” a los estados nacionales cuando se muestran “careros” o estrictos en el control sobre sus inversiones. Finalmente han fragmentado sus estrategias globales de tal manera que eligen distintas geografías para residir, para operar, para pagar impuestos y para acumular sus excedentes. De esta forma globalizan sus ventajas, maximizan sus resultados y desechan toda interferencia y ligazón con las sociedades locales.

El pacto de poder de la “primera modernidad” (hasta los años 70), en la cual los Estados nacionales ejercían un rol e iniciativa determinante, ha quedado definitiva y totalmente derogado. Esta “segunda modernidad”( de la tercera fase de la globalización, es decir de los años 80 hasta nuestros días), se ha instalado sin debate parlamentario, sin participación democrática, sin interlocutor válido, sin anuencia de los que quedan atrapados en esta especie de trampas invisibles. Eso es lo que denominan la instalación de una “subpolítica”. Se denomina así pues alcanza ribetes de ser una conspiración maquiavélica ( hay autores que sí lo consideran, efectivamente, una conspiración de dimensiones planetarias, como Naomi Klein, Chomsky o Hinkellamert); pero hay quienes lo consideran una simple aprovechamiento de las oportunidades de acción ante un rival desprotegido (como las sociedades en crisis y los estados nacionales paralizados), alcanzando cuotas de poder que van más allá del sistema político, superándolo y anulando todas sus ínfulas de resistencia.

Lo que no se debe pasar por alto, es que las cúpulas dominantes en los Estados nacionales que se someten a estas rejas carcelarias de la globalización transnacional, operan con una voluntad doblegada por las fuerzas de una ideología imperiosa y sin esguinces, arrastrando tras sus intereses privados, pero adscritos al poder transnacional, a toda la sociedad, que debe cumplir la función de “pueblo secuestrado”, casi condenados a un éxodo bíblico para sobrevivir en esta especie de nuevo desierto social, en el que los oasis de alta productividad han sido apropiado de manera total y excluyente por esta “non-santa” alianza.

Gladiadores del crecimiento

Lo trágico de esta situación reside en que los “gladiadores del crecimiento económico”, tan alabados por nuestros políticos de turno, han socavado la autoridad del Estado al exigirle, por un lado, prestaciones de todo tipo y, por el otro, al negarse a pagar impuestos. De esta forma los más ricos se vuelven “contribuyentes virtuales”, que no efectivos. De esta manera, están socavando su propia legitimidad y comprometiendo el bienestar general que tanto proclaman.

André Gorz, ha denunciado que se está creando un capitalismo sin trabajo, al que se suma un capitalismo sin impuestos. La recaudación por impuestos a las empresas –que gravan los beneficios en Europa-, cayó entre 1989 y 1993 en un 18,6%, y el volumen total de lo recaudado por este concepto se redujo drásticamente a la mitad.

Los países de la Unión Europea se han hecho más ricos en los últimos 20 años en un porcentaje que oscila entre el 50 y el 70%. La economía ha crecido mucho más aprisa que la población, sin embargo la Unión Europea exhibe en este mismo tiempo 20 millones de parados, 50 millones de pobres y 5 millones de personas sin techo (2005).

Se pregunta Gorz, entonces ¿dónde ha ido a parar ese plus de riqueza? Puede ser que acontezca lo de EE.UU. en que se sabe que el crecimiento económico de los 80 y 90 sólo ha enriquecido al 10% de la población más acomodada. Este 10% se ha llevado el 96% del plus de riqueza. En Europa no ha sido tan dramático. En Alemania, por ejemplo, los beneficios de las empresas han aumentado, desde 1979, en un 90%, mientras que los salarios lo han hecho apenas en un 6%. La tragedia, además, radica en que los ingresos fiscales derivados de los aportes salariales se han duplicado en los últimos 10 años, mientras que los ingresos fiscales por actividades empresariales se han reducido a la mitad, y sólo representan el 13% de los ingresos fiscales globales. Este sector representaba en 1980 el 25% de los ingresos fiscales y en 1960 el 35% de esos ingresos.

Pareciera que las cosas no han sido muy diferentes en América Latina, pues un informe de la Cepal señalaba que los salarios en la generosa década de los 90, apenas habían superado el 5% de crecimiento real, mientras que los ingresos empresariales privados más que se duplicaban.

Bien vale entonces titular los resultados de esta “revolución oligárquica” como la de la entrega de la virtud nacional, simplemente –como dice la obra de Prokofiev-“por tres naranjas”, es decir por una ilusión mágica, como lo relata el cuento hecho música por este portentoso ruso.

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