El tercer campo de batalla se encuentra en el ataque a los efectos más dañinos del parkinson. Aminorar, por ejemplo, la frecuencia y violencia de los temblores, ahorra energías que, de lo contrario, se pierden y que más tarde faltarán para enfrentar otras enfermedades. En este ámbito se han hecho algunos avances que prometen reducir bastante la temida eficacia de este mal en debilitar el organismo del enfermo y en prepararlo para que hasta un resfrío pueda llevárselo de este mundo… En esta área pueden ayudar también algunas terapias complementarias (mal llamadas alternativas). A mi me calma el organismo entero la música, sobre todo la cantada y acompañada con instrumentos no electrónicos.
Queda, por último, el escenario donde debe darse la madre
de todas las batallas, aquella que sanaría la falla en el cerebro que se
manifiesta en la forma que hemos ido descubriendo. He leído informaciones sobre
este punto que hablan de investigaciones que estarían acercándose a una
solución. De esto hablaremos más en un futuro próximo.
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Los comentarios a lo que uno escribe tienen efectos
balsámicos, sanadores, porque rompen un cierto aislamiento que se sufre en la
vida cotidiana del enfermo. Salvo las enfermeras y los enfermeros de
hospitales, que están en contacto estrecho y
cotidiano con enfermos de todo tipo, o
personas contratadas para cuidar día y noche a un paciente, nadie tiene
un tiempo de tal envergadura (pero incluso ellos no acompañan al enfermo todas
las horas. Aparecen y desaparecen. En caso de urgencia se les llama). De modo que el enfermo pasa muchas horas solo
que tiene que llenar de alguna manera.
Parte de este tiempo disponible pueden ocuparlo las reacciones a estas
reflexiones.
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En este sentido, no he recibido muchos comentarios
escritos; han sido más las llamadas telefónicas o los intercambios directos. De
la forma que sea, todo es bienvenido.
Una muy querida amiga alemana me ha escrito ya dos veces
planteando inquietudes. Su solidaridad con la situación personal que estoy poco a poco narrando es
incuestionable y conmovedora, y contribuye a hacer más llevadera la dolencia
que se padece. Estoy profundamente agradecido de su preocupación.
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Otro buen amigo me escribió hace pocos días para
proponerme un trabajo que me entusiasma y que acepté sobre la marcha, ¡antes que
se arrepienta! De concretarse, llenaría mi tiempo disponible por un período
bastante largo. También estoy agradecido, esta vez por considerarme como
indicado para conducirlo y llevarlo a cabo.
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A toda la familia y a un grupo selecto de amigos tengo
que agradecerles el estímulo que me dieron para escribir y subir a la red estos
escritos. De una forma, inconcebible hace menos de 30 años, hoy me comunico en
tiempo real más allá de todo lo conocido hasta entonces.
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Las conversaciones (con pocos interlocutores, idealmente
con uno solo, o dos, para evitar la dispersión) sobre temas de actualidad, me
sirven como ejercicio y como forma de estar al día en el acontecer chileno y
mundial. A veces, hay hechos que me golpean fuerte, como fue la enfermedad y
muerte de Hugo Chávez, a quien conocí bastante bien y tuve una excelente
relación con él, como embajador de Chile en Venezuela, primero, y como
Secretario Permanente del Sistema Económico Latinoamericano, SELA, después.
Tendría mucho que contar a este respecto, pero eso lo haré en otra ocasión. Me cuesta, en
cualquier caso, adaptarme a su ausencia definitiva.
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Otras veces, me sirven estos intercambios para ampliar mi
visión del mundo, en plena expansión en esta era de la globalización, y para
mantenerme al día en el análisis político. Queda descrito aquí un aspecto
positivo del hecho de estar enfermo por tiempo indefinido: hay tiempo para
hacer cosas con más calma, pues tiende a acabarse la sujeción de la vida
cotidiana a agendas exigentes y que hoy, para la inmensa mayoría, han alcanzado
niveles críticos. Mi actual desafío consiste en estar ocupado sin estrés,
evitando, a la vez, el aburrimiento y la depresión. Y en esto, las buenas
amistades ocupan un espacio muy importante. Y lo están haciendo. Muchas
gracias.
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Buena terapia contra el parkinson
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El humor y la risa son una buena terapia contra el
parkinson y, presumo, contra cualquier enfermedad, comprometa, o no, el
cerebro, como en este caso. Sé de talleres que se hacen sobre esto: la
risoterapia o curación por medio de la risa se va convirtiendo poco a poco en
una disciplina con perfiles propios. Yo tengo suerte, porque creo haber heredado -¿de mi abuelo materno, de mi madre,
de los dos? no lo sé- una cierta propensión al buen humor y a reirme un poco de
todo, y, antes que nada, de mi mismo. Creo haber enriquecido esta capacidad con
el aporte de algunos amigos -especialmente uno con su esposa- buenos para
reirse y hacer reir a medio mundo.
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Ciertas imágenes, se prestan para crear algunas frases
divertidas. Por ejemplo, hoy vivo cerca de Olmué, en una zona llamada Cajón
Grande. Con algo de humor negro he comentado que después de vivir allí, quedaré
mejor preparado para aterrizar en el cajón chico…
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También suelo decir que estoy convertido en un jarrón
chino, objeto valioso, pero delicado, que siempre se procura instalar en algún
rincón seguro que disminuya el riesgo de dañarlo. Todos los que rodean al
enfermo quieren encontrarlo físicamente fuera de peligro. Se parece a dicha
pieza china que merece cuidados especiales…
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Estos dos ejemplos son apenas un botón de muestra de la
realidad cotidiana. A mi, como creo que a todo el mundo, el humor me relaja. Y
eso hace bien a cualquier enfermo, pues calma los nervios, combate la
depresión, le quita incluso dramatismo a situaciones complicadas, -que no voy a
detallar para no entrar en campo minado…-, es capaz de convertir en positivo lo
que se ve negativo, etc.
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Ya he identificado varias conductas que tienen efectos
terapéuticos en el terreno psicológico, que tanto influye en lo físico: el no
aislamiento total, música seleccionada por el propio enfermo, humor en general,
vida cotidiana sin tensiones… En suma,
se trata de una verdadera obra de arte enfrentar con algún éxito la tarea de reducir,
cuando no eliminar, los daños que causa una enfermedad. Se necesita mucha
creatividad y fuerza de voluntad. No es fácil, sobre todo tratándose de
enfermedades neurodegenerativas que afectan el cerebro. Pero no es imposible y
se puede avanzar todos los días un poco. Doy fe de esto.
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Cuesta a veces tratar estos temas, porque las palabras
suelen no reflejar todo lo que se quiere decir. En este sentido, un hecho
particularmente delicado de abordar es el de la muerte, en parte, porque
vivimos en una cultura que tiende a ocultar su existencia y, en parte, por ser
un asunto complejo para nada resuelto.
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Sin embargo, estamos entrando en un terreno que ningún
ser humano se libra de recorrer. Es la única realidad ciento por ciento
democrática que existe en el planeta. Nadie puede eludirla, sea de la condición
que sea, tenga el poder que tenga. Y eso no está mal, porque establece una
situación igualitaria real entre todos los seres humanos y relativiza
realidades como la riqueza y el poder, que muchos ven como absolutos. ¡Una que
sea! Pese a ello, tratamos de posponer la muerte lo más que se puede.
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De hecho, en el siglo XX la perspectiva vital aumentó
considerablemente. Y esta tendencia continúa en ascenso. ¿Hasta qué punto se
podrá llegar? No lo sabemos, pero ya no resulta impensable lograr la meta de
los 100 años promedio. Mi generación no verá ese momento, aunque algunos
lleguen a cumplir esa edad, pero tal vez los hijos o los nietos lleguen a él y
puedan disfrutarlo, si se preparan bien para ello.
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El hecho es que cuando se tiene una enfermedad declarada
“incurable” se reflexiona más sobre la muerte, pues se la se siente más
cercana, lo que no deja de ser un espejismo, puesto que hay una enorme cantidad
de enfermedades curables, que en determinadas circunstancias terminan siendo
fatales. Y esto no hay que tomarlo en forma trágica, porque estamos hablando de
un momento por el que atravesaremos, tarde o temprano, todos. En ese sentido
es, también, un hecho natural, normal. ¿Por que lloramos entonces los
sobrevivientes?
Producida la muerte de una persona se derraman lágrimas
entre los que la rodeaban, básicamente porque desaparece una presencia a la
cual estaban acostumbradas. Se hacen recuerdos y se rinden homenajes en que se
destaca lo positivo y se olvida lo negativo. Finalmente, se llevan los restos
mortales al cementerio para su sepultura. Hoy existe también el camino de la
cremación. Realizada esta etapa cada uno tendrá que asimilar a su manera la
separación sufrida y en cierta forma prepararse para la siguiente o para su
propia partida de este mundo.
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El que se va, en cambio, deja atrás todos los problemas
que tenía en vida y entra en una dimensión que hasta ahora desconocemos. ¿Qué
sucede aquí? No lo sabemos y sigue siendo un misterio. Tal vez por eso muchos
le temen. Y por eso hacen esfuerzos desesperados -incluso descabellados- por
retardar la llegada de la hora final al costo que sea.
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En la búsqueda de una respuesta el campo para la
imaginación es aquí infinito. Yo mismo tengo escrito un borrador de novela
corta (o cuento largo) donde todo sucede en un infierno helado, sin fuego…
Otros creen que hemos sido sólo materia y que la muerte nos precipita solamente
en la nada misma. Cada religión da su respuesta. Cada filosofía también. Nadie
queda indiferente al tema. Pese a ello, como ya indiqué, se tiende a ocultarlo
todo lo que se puede.
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Personalmente creo que lo que muere es la parte física
del ser humano, lo perecible, su expresión material, pero que existe una dimensión espiritual que
no muere, imperecible, su expresión inmaterial, instalada fuera del tiempo y
del espacio, misteriosa pero real.
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En suma, la vida sobre este minúsculo planeta tiene, en
su aspecto más visible y palpable, un comienzo y un fin, dentro de una realidad
espacio-temporal incuestionable. Pero hay muchas señales que apuntan hacia otra
dimensión mayor y que nada se agota al morir. Más bien, allí comienza otra
vida.
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La relación con la muerte
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Gabriel García Márquez (*) |
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Jacques Chirac (*) |
Una persona mayor de 70 u 80 años ve las cosas
relacionadas con la muerte de un modo diferente a quien las ve con 20, 30 o 40
años de edad. La primera no necesita tener el mal de Parkinson para reflexionar
sobre la muerte, pues de hecho se encuentra en una suerte de recta final
inevitable en esa dirección. La segunda, en cambio, si no tuviese la enfermedad
de marras, tendería naturalmente a ignorar el tema, pues de hecho debería estar
aún lejos del instante en que tenga que partir de este mundo. En la práctica,
esto se traduce en que la primera puede recibir la noticia de su grave
diagnóstico con más naturalidad que la segunda, que puede conmocionarse con
ella, deprimirse más fácilmente y quedar, en cualquier caso, sumamente
confundida.
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Patricio Aylwin (*) |
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Jorge Edwards (*) |
Esto tiene enorme repercusión en cómo ve cada una lo que
debe hacer en adelante. Los horizontes respectivos son completamente
diferentes. Los costos también. La persona mayor tratará de sobrellevar lo
mejor posible su mal, sin poner demasiado el acento en la prolongación
artificial de la vida, tema que será muy relevante en la persona más joven. En
el primer caso, creo que todo puede fluir mejor y más naturalmente, y, dicho
sea de paso, también puede -quizá- resultar menos costoso al ser más sencillo
el camino a seguir. En el segundo, todo costará más y podrá alcanzar niveles de
complejidad y dramatismo inmensos. Ya se practican caminos nuevos, de
vanguardia en la medicina tradicional, pero que son, en su mayoría, muy caros y
de resultados todavía inciertos. Corresponde ser prudentes en este campo, pues
las ofertas se presentan casi siempre en forma tentadora, como si se tratara de
un bien de consumo más.
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En lo personal me he inclinado por el camino menos
complicado posible, tanto para mí, como para mi familia. No quiero vivir largo
tiempo por el puro gusto. Por eso estoy dedicando mi tiempo a escribir estas
páginas, a ordenar otras que ya están escritas, susceptibles de ser publicadas,
sobre variados temas y, posiblemente, a escribir un libro, o dos o tres, si las
fuerzas lo permiten. Espero poder pronto dar más noticias sobre este punto.
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En un terreno más afectivo, que es muy importante, y muy
positivo también, he podido volver a acercarme a los problemas de mis hijos,
dialogar con ellos, y seguir conociendo a mi inagotable esposa, a quien cada
día admiro y quiero más. La relación familiar, en este tiempo de enfermo sin
plazo seguro para sanar o para seguir con el mal hasta morir, se ha estrechado
mucho y es lo mejor que me ha pasado. He tenido el privilegio de sentir en la
piel el amor de todo nuestro grupo familiar, al que se han agregado numerosos
buenos amigos.
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En este sentido, la felicidad que tuve la suerte de encontrar en
esta vida se ha acrecentado y ha sido útil para soportar los aspectos más
desagradables, penosos y dolorosos de la enfermedad. A todos les doy las
gracias más sentidas e infinitas.
Para terminar, vuelvo al tema de la muerte para reafirmar
su carácter misterioso y solitario. Mientras sabemos qué pasa con el cuerpo
físico, nada es certero en la otra dimensión, hasta el punto de haber quienes
niegan su propia existencia. El carácter solitario radica en la circunstancia
de la individualidad de la muerte. El yo de cada persona es quien en su
interior enfrenta o sufre el hecho. De esto no se escapa nadie, como ya
dijimos. ¡Y basta por hoy!
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(*) - Las cuatro fotografías muestran a personajes
famosos que ya cumplieron las tareas que asumieron en este planeta y ahora se
encuentran en la etapa final de la vida. De los cuatro, Gabriel García Márquez
abandonó este planeta el 17 de abril de este año.
¿Cómo terminar esta serie?
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Lo primero que se me ocurre decir es invitar a los que no
tienen Parkinson a prevenirlo tratando de que no aterrice y se instale en su
organismo. Por la experiencia que he tenido con esta enfermedad, no se la
desearía ni al peor de mis enemigos, ¡en el caso de que tuviera uno! No es el
caso, que yo sepa. Por eso, porque es devastadora, hay que tratar de no
contraerla. Como yo ya la tengo, no he leído casi nada al respecto, pero ya
existe investigación y literatura sobre medidas a tomar de carácter preventivo.
Recomiendo, a todos, pero sobre todo a los jóvenes, informarse sobre este punto
todo lo que puedan, pues esta enfermedad está afectando cada vez a más personas
y está avanzando demasiado rápido entre los más jóvenes.
A los que ya la tienen, cuesta recomendarles algo, porque
cada experiencia suele ser completamente diferente. La edad que se tiene, como
vimos, juega un rol importante. Un joven la recibe de un modo diferente a la
forma en que la recibe un adulto mayor. Lo mismo sucede con la salud previa del
enfermo. Si el Parkinson llega a una persona enfermiza lo afectará de manera
diferente a si llega a una persona sana y con sus defensas intactas. Esta
última debería resistir mejor que la primera los embates del mal, pero tampoco
eso es seguro. Una sola cosa se me ocurre decir aquí: cuanto antes se detecte
este mal, mejores son las posibilidades de frenar sus efectos más letales y más
posibilidades hay de prolongar la vida en condiciones a lo menos pasables. En
esto se están haciendo algunos avances que obligan, nuevamente, a estar al día
al respecto (una “alerta” de Google titulada simplemente “Parkinson” resuelve,
en gran medida, este aspecto).
Si el Parkinson llega de la mano con una depresión hay
que atacar esta última con mucha fuerza y prontitud para evitar los efectos del
primero. Se trata, en general, de frenar, tanto como se pueda, los efectos más
desgastantes de este mal. Este camino es hasta ahora el único que permite
prolongar la llegada del final, que es el morir, y partir de este mundo a
dimensiones desconocidas.
El Parkinson es derrotable. Un enfoque integral, a la
manera de Ken Wilber, que tratamos antes, todavía no se ha impuesto en el mundo
y es urgente utilizarlo para avanzar más rápidamente hacia la derrota del
Parkinson. Aunque significaría un avance sustantivo, no bastará con lograr
producir dopamina, a la manera como se produce hoy la insulina para atacar la
diabetes sobretodo la infantil o juvenil. Hay que intervenir en los aspectos
subjetivos también y luchar por cambiar la cultura y mejorar las instituciones
que ayudan en este combate e investigan para encontrar caminos mejores de
solución.
Por último, no olvidemos actitudes que ayudan a la
relajación muscular y a la calma espiritual, como escuchar música, recurrir a
terapias complementarias como la reflexología, el reiki, el tai chi, etc. No
olvidar aquí introducir en la atmósfera que rodea al enfermo el sentido del
humor, que levanta el ánimo y hasta hace olvidar, por momentos al menos, la
enfermedad que se está padeciendo.
Llego hasta aquí. Como soy optimista no diré adiós sino
hasta pronto.
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