EL CANAL DE PANAMÁ Y EL COBRE DE CHILE: LAS BONDADES DE
RECUPERARLOS
Chile es un país que vive de mitos y dogmas, dos condiciones
propias de sociedades primarias o dominadas.
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Panamá recuperó su canal, que es como si nosotros
recuperásemos nuevamente el cobre, y le ha ido estupendamente bien. Desde
entonces le han ingresado más de 10.000 millones de dólares a las arcas
fiscales y vemos que Ciudad de Panamá es otra, bollante, crecida, centro de
negocios y modernizada en muchas esferas. Hace 30 años o menos, si uno viajaba
por Centroamérica y hacía escala en Ciudad de Panamá, se encontraba con una
urbe semicolonial; en cambio por estos días parece una parte de las ciudades pujantes de Asia.
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Calcule usted que esos 10.000 millones en 5 años es nada a
lo que se obtiene por el cobre en Chile. En un solo año las empresas mineras transnacionales son capaces de triplicar el ingreso que se obtiene en un
quinquenio por el canal de Panamá.
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Chile está sentado en una mina de oro, y de plata y de cobre
y de molibdeno, y de tantos otros minerales, que podría ser una sociedad feliz
y haber dejado largamente atrás la pobreza.
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No tendría que mendigar impuestos a una derecha reactiva y
reticente, a un empresariado evasivo y descomprometido; Chile podría financiar
salud, educación, vivienda, infraestructura; podríamos pensar en una
industrialización basada en el conocimiento; podríamos atraer a gente que sabe
investigar y crear conocimiento; podríamos preparar a nuestras generaciones de
científicos; podríamos recuperar el desierto, proteger los mares y los
glaciares, los ríos y los campos, sin pedir dinero a nadie, sino obteniéndolo
de nuestra riqueza natural, de la que podríamos adelantar desarrollos corriente
abajo (industrializar la minería) y corriente arriba (investigación y
desarrollo) sustentado en los productos naturales.
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En fin, podríamos tener unos empresarios mucho más ricos de
los que tenemos hoy, y una sociedad mucho más productiva y emprendedora. Pero
nuestros empresarios, con su pereza habitual, sufren el síndrome del buscador
de minas: descubrirlas y venderlas…No trabajarlas (lógica del minero Santos
Ossa). Nuestra clase política, por su lado, sufre el síndrome colonial de creer
que somos súbditos de los poderes mundiales y que siempre seremos de esa
condición. Entonces prefieren la postura servil y secundaria, la tarea
subsidiaria a la propia autonomía, como bien
lo denunciaba doña Gabriela Mistral, hace, ya, más de 70 años, en unos
de sus escritos magistrales.
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Nadie puede decir que
las inversiones extranjeras no son importantes en la economía moderna; nadie
plantea que vamos a explotar nuestra riqueza con prescindencia del resto del
mundo; nadie cree que se pueda desarrollar una economía en campana de vidrio.
Lo que estamos planteando es que las condiciones y las áreas en que se admite
la asociación con las empresas extranjeras deben ser soportadas por un esquema de equidad
participativa y distributiva que beneficie al país y a su pueblo de manera
justa y con proyección al desarrollo integral del país, cosa que no sucede
ahora.
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La forma de insertar e incorporar los intereses
transnacionales y privados en la sociedad chilena está oscurecida por la sombra
de la corrupción, la inequidad, la asimetría y la perversión de toda lógica
administrativa.
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La legislación que la legitima fue creada en dictadura, fue
ratificada constitucionalmente por una elite que de temerosa pasó rápidamente a
afanar y pretender, y que ha venido a develarse proclive a los grandes
intereses corporativos y fácticos, de los cuales se sienten partícipes como
predadores periféricos y obsecuentes, recibiendo un beneficio marginal, pero
que autoriza una perdida y descomposición monumental para la sociedad chilena,
tanto así que ha llegado a comprometer nuestra viabilidad futura como sociedad
que pretende insertarse en la globalidad competitiva, en este punto lo hace
tanto por el descrédito de su legitimidad política como por el deterioro de
nuestros recursos naturales, humanos y de convivencia.
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Económicamente no estamos generando las inversiones en los
niveles requeridos ni en la dirección que necesitamos (cantidad y calidad de la
inversión); en lo político, la corrupción, que implica el dinero y los negocios
hermanados con la política, condiciona
una legitimidad democrática cada vez más cuestionada; en lo social no podemos
integrar a las mayorías a los beneficios de una economía que crece hacia afuera
y se concentra en muy pocos hacia
adentro. De hecho, necesitamos duplicar el gasto en educación, en salud y
aumentarlo decididamente en vivienda. También debemos duplicar los niveles de
inversión productiva y superar la vocación marcadamente financiera y de
negocios de la misma.
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En fin, debemos pasar desde una visión privatista de la
sociedad a otra fundamentalmente de desarrollo, lo que implica planificar el
futuro, activar la voluntad de subir las demandas locales para el desarrollo y
elevar las exigencias propias para construir una sociedad integrada,
participativa y responsable de su destino compartido.
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La desintegración actual, con su sesgo oligárquico y su
resultado concentrador en extremo, nos lleva a reproducir las experiencias
históricas de la vieja América Latina, semicolonial y rezagada.
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