EL VALOR DE LOS UTOPISTAS
Por Wilson Tapia Villalobos
Jim Foley me hizo escribir esta nota. Él era periodista y su
último trabajo fue revelando el horror de la guerra en Siria.
Quienes lo conocieron lo ven como un símbolo de aquellos que
creen en un mundo mejor, y que para construirlo cualquiera debe hacer lo que
esté a su alcance. Por eso su trabajo lo orientó a sensibilizar a sus lectores
-era reportero del Global Post, de Boston- acerca de la barbarie de la guerra,
rescatando siempre a los que sufren, a los que son colocados en una situación
dramática sin tener posibilidad de escoger. A mostrarles el drama de los
civiles atrapados en un enfrentamiento aupado por el sectarismo que siempre
destila hambre de poder.
.
Por eso partió a Siria en 2012. Se trasladó a Alepo, una de
las ciudades más castigadas por la conflagración. Convencido de que hasta allí
no llegaría ninguna ayuda desinteresada que paliara el dolor de tantos
inocentes, decidió que tenía que hacer algo más que su labor periodística.
Organizó una colecta en las redes sociales y entre colegas. Su finalidad:
comprar una ambulancia para socorrer a los centenares de civiles que caían a
diario bajo las bombas de uno y otro bando y se desangraban entre los escombros
de lo que antes fueran sus viviendas.
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En eso estaba cuando el Ejército Islámico (EI) lo secuestró,
en noviembre de 2012. Fue su último paradero conocido hasta que se mostró un
vídeo en que un verdugo lo degollaba. Antes de morir, Foley dijo que sus
asesinos no eran quienes lo mataban, sino los que alimentaban con armas los
enfrentamientos en zonas lejanas a sus propios territorios. Esos que buscando
sacar ventajas a nivel global, no consideraban el sufrimiento humano. Hasta en
sus últimas palabras fue sincero y, tal vez, creyó que ellas podrían abrir los
ojos de miles de personas en todo el planeta. Ayudarían a sentar las bases de
un mundo mejor. Un utopista más había partido.
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Para muchos es difícil comprender el compromiso de este
ciudadano norteamericano asesinado tan lejos de su tierra y a manos de quienes
el gobierno de su propio país ayudó a apertrechar. Y más difícil se torna en
una sociedad en que el pragmatismo se impone y desecha por completo las
utopías. Sin embargo, éstas subsisten pese a todo. El sueño de un mundo mejor
sigue surcando el éter de una sociedad que desvaloriza cualquier intento de
emprender nuevos caminos que no aseguren un éxito mensurable en metálico y a
corto plazo. Ese es el meollo del pensamiento conservador.
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Ese que descalifica a los jóvenes que cuestionan la
educación, porque son jóvenes y no saben de educación. Como si los reposados
sabios añosos hubieran sido capaces de resolver el problema con toda su
sabiduría. Como si los jóvenes no fueran los que van a tener que cargar en sus
vidas con el peso de lo que hoy se haga o se deje de hacer. Ese pensamiento
conservador es el que se opone a las reformas y el que estimula el quiebre de
la democracia cuando éstas avanzan más de lo que ellos están dispuestos a
soportar. Y todo en aras de no entrar en caminos desconocidos que pudieran
amenazar su poder.
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Pero pese a todo, los utopistas siguen existiendo. Y es a
ellos a los que debemos que la civilización avance. Son aquellos que creen en
el ser humano y en sus posibilidades. Mandela, sor Teresa de Calcuta, Gandhi.
Ninguno de ellos tuvo una vida fácil. Todos ayudaron a sembrar las simientes
del nuevo paradigma que hoy esperan las generaciones que reclaman nuevos
esquemas.
.
A veces, como Foley, los utopistas pagan con su vida el
atrevimiento. Son muchos los casos, pero aquí sólo quiero recordar a algunos de
sus colegas que se fueron, como él, consecuentes con lo que creían. Los
utopistas juegan su papel y sus verdugos son esencialmente los mismos, ya sea
que pertenezcan al EI o a las FF.AA. de Chile. Foley me hizo recordar a Augusto
Carmona, a José Carrasco, a Diana Aron, a Carlos Berger, a Nenad Teodorovic.
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De alguna manera, ellos se adelantaron a los imberbes que
hoy quieren cambiar la educación, re nacionalizar el cobre, una justicia
igualitaria o una salud al alcance de todos. Buscaban dignidad y predicaron con
el ejemplo. Ese es el valor de los utopistas, aunque el nombre hoy esté a la
baja en el mercado neoliberal.
(*) - Periodista y profesor universitario
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