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miércoles, 20 de agosto de 2014

La columna del periodista Fernández


TRAGEDIA DE PASTORA AYMARA LLEGA AL TEATRO


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Por Enrique Fernández

Gabriela Blas, una pastora aymara cuyo pequeño hijo desapareció mientras pastoreaba un rebaño de llamas en la soledad del desierto, inspiró a una joven dramaturga para llevar su historia al teatro. “Alcérreca, tragedia en el altiplano” es la obra de Javiera Fernández que permanecerá en la sala de la Universidad Mayor entre el 22 de agosto y el 13 de septiembre.
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Acusada de abandonar al niño de casi cuatro años, “con resultado de muerte”, la pastora fue encarcelada en Arica, hasta que recibió el indulto presidencial y recobró la libertad a mediados de 2012. Hoy vive en Bolivia, tratando de olvidar la pesadilla de aquella tarde del lunes 23 de julio de 2007.
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La dramaturga y actriz Javiera Fernández se conmovió cuando conoció la historia de Gabriela y la desaparición de su hijo. Entonces, junto a la directora del montaje, Rosa Landabur, viajó hasta el caserío de Alcérreca, a 3.980 metros sobre el nivel del mar y 139 kilómetros al este de Arica, cerca de la frontera con Perú y Bolivia. En sus tiempos de gloria Alcérreca fue una comunidad activa, como estación del ferrocarril de Arica a La Paz. Hoy es un pueblo fantasma de no más de 10 habitantes, en su mayoría ancianos, donde Eloy era el único niño.
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Las dos investigadoras teatrales vivieron allí durante varios días. Conocieron la pequeña plaza, la escuela y el retén de los carabineros. Conversaron con sus pobladores, supieron de su soledad y sus silencios. Se sorprendieron con sus costumbres y descubrieron lo que queda de la cultura aymara, incluida una larga fiesta de carnaval. Fue así como crearon la puesta en escena que ahora llega al Teatro de la Universidad Mayor con las actrices y actores de la compañía La Santa.
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Gabriela Blas, la protagonista de la tragedia real, nació en Fondo Huaylas, al norponiente de Alcérreca, hace 31 años. Desde pequeña trabajó en el pastoreo de llamas y cuando era una adolescente de 16 años fue violada por su tío Alejandro Blas, que se hizo cargo del hijo que nació. Después mantuvo relaciones con su hermano Cecilio y de aquel incesto nació su hija Claudia, entregada a la Corporación para la Nutrición Infantil (Conin), que la cedió en adopción a un matrimonio extranjero.
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Pero fue ese atardecer del 23 de julio de 2007, hace siete años, cuando la pastora observó de pronto que dos de las llamas que cuidaba se habían escapado de la tropa. Se desesperó, porque si volvía sin ellas el dueño del ganado le descontaría 60.000 pesos de su paga.  Dejó pues a Eloy sentado sobre un aguayo y partió en busca de las llamas. Una hora después regresó al lugar pero su hijo no estaba y no lo volvió a ver nunca más.
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-Cuando regresé ya no lo encontré. Y nunca apareció –recordó Gabriela entre lágrimas, en declaraciones a Televisión Nacional poco antes de salir de la cárcel de Acha, en Arica.
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Mientras caía la noche, lo buscó y gritó su nombre angustiada, una y otra vez, bajo los débiles rayos de la luna nueva y el fuerte viento de la pampa con temperaturas bajo cero. Diecisiete meses después, en diciembre de 2008, el cadáver del pequeño Eloy fue encontrado boca abajo, en el desierto, a 18 kilómetros de distancia del lugar donde la pastora lo dejó. ¿Qué fue lo que sucedió? Es lo que Javiera Fernández intenta desentrañar en este drama que nace desde la dura realidad de una minoría étnica de 50.000 indígenas aymaras, casi desconocida para la sociedad chilena.
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Gabriela dijo a los jueces lo mismo que a la televisión. A la policía sin embargo le entregó otras versiones. Relató que al niño se lo había llevado el dueño de las llamas. También contó que se lo había entregado a un boliviano. Y a los carabineros de Arica, que la interrogaron cuatro días después de la desaparición de Eloy, les confesó que ella lo había asesinado. Más tarde negó esa confesión y acusó a los carabineros de haberla torturado. Pero no le creyeron.
La autora del drama teatral y la directora de la compañía La Santa también se enfrentaron a estas versiones, hasta llegar a la conclusión de que la pastora, “cansada de este pueblo que agoniza y de su realidad familiar, ha decidido liberar a su hijo, el único niño de Alcérreca, del destino fatal de una vida de soledad y aislamiento”. Por eso, el planteamiento de la obra es un grito silencioso que sus creadoras lanzan desde el escenario:
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“En la última noche de carnaval, Gabriela, como quién entierra el futuro de una raza, ofrece su hijo al desierto y ahí lo abandona".
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Es en esa línea que la madre de la pastora, la “señora Vicenta”, en algún momento de la representación evoca su juventud y se arrepiente de no haber salido del poblado cuando tuvo la oportunidad de hacerlo.
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- ¡Maldito es esto, maldito yo digo! –protesta la anciana-. No salir nunca de acá es estar maldito. 

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