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lunes, 4 de agosto de 2014

COLUMNA SEMANAL DE PSICOLOGÍA FAMILIAR

LA PÉRDIDA DE UN SER QUERIDO
Por Jessika Krohne
www.psicologiaglobal.cl


El fallecimiento de un ser querido puede ser uno de los dolores más profundos que puede sentir un ser humano. La pérdida de una persona importante hace florecer muchos sentimientos negativos, muchas penas, angustias, rabia y otros estados que no son agradables de sentir.
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Cuando muere una persona, uno recuerda muchas cosas con esa persona. Momentos bonitos y menos bonitos son reproducidos como una película en la mente de la persona que es dejada por el ser querido fallecido. También surge el cuestionamiento sobre la muerte y el significado que cada uno tiene de ese misterio. Pueden aparecer miedos, angustias y fantasías sobre la propia muerte.
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Mucho se ha estudiado sobre el proceso de duelo y la mayoría de los especialistas concuerdan de que se trata de un proceso muy personal donde cada uno demora un tiempo diferente para superar eso. También es circular, donde una etapa cuando es "superada",  puede volver a aparecer.
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El duelo es un camino por donde tenemos que atravesar una serie de etapas. Se trata de una aproximación a lo que ocurre, con retrocesos y avances a lo largo del proceso.
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Elisabeth Kübler Ross, destacada psiquiatra suiza fue la primera en mencionar estas etapas en el proceso de duelo.
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El primer estado de desconcierto es acompañado de mucha incredulidad. Se caracteriza por la presencia de conductas automáticas y la incapacidad de aceptar la realidad. En estos primeros momentos hay personas que actúan como si no hubiera ocurrido nada, aparentando ante los demás que aceptan plenamente la situación. En otros casos, encontramos a personas que se paralizan y permanecen inmóviles e inaccesibles.
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Se trata de un estado protector que sirve para dar tiempo a asumir la información recibida y puede durar horas o incluso algunos días. Incluso hay personas donde la verdadera pena aparece un mes después de la muerte ocurrida.

La segunda etapa contiene mucha rabia. Podemos enojarnos con aquellas personas a las que consideramos responsables de la pérdida o incluso con el fallecido mismo. Suelen aparecer también sentimientos de injusticia y desamparo junto con problemas como insomnio, pesadillas o sueño no reparador.
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En este momento podemos sentirnos con menos capacidad de concentración y tener pérdidas de memoria. Nuestro apetito en general también se ve afectado y nos resulta muy difícil disfrutar de las actividades cotidianas.
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La tercera etapa se describe como de desorganización o desesperanza, donde empezamos a tomar conciencia de que nuestro ser querido no volverá, aún así, muchas personas “sienten la presencia” del familiar fallecido, sobre todo en momentos de somnolencia o relajación. Es habitual experimentar apatía, tristeza y desinterés. Algunas personas sienten también el impulso de llevar a cabo cambios radicales en su vida o en sus relaciones personales o familiares.
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La cuarta etapa es de reorganización, donde poco a poco vamos afrontando la nueva situación y reorganizamos nuestra propia existencia. Aquí, el recuerdo de nuestro ser querido empieza a transformarse en una emoción reparadora.
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Durante el proceso de duelo pueden volver a repetirse estas etapas varias veces y en un orden diferente.
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La duración de este proceso puede ser muy relativo y en algunos casos durar meses o incluso más de un año. Lo importante es ir progresando y aprender de este proceso. Si bien la muerte de un ser querido deja una tremenda huella en la vida de una persona y ésta nunca volverá a ser igual, pero lo importante es aprender de este acontecimiento y poder vivir con esta pérdida.

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