COLUMNA SEMANAL DE PSICOLOGÍA FAMILIAR
LA PÉRDIDA DE UN SER QUERIDO
Por Jessika Krohne
Por Jessika Krohne
www.psicologiaglobal.cl
El fallecimiento de un ser
querido puede ser uno de los dolores más profundos que puede sentir un ser
humano. La pérdida de una persona importante hace florecer muchos sentimientos
negativos, muchas penas, angustias, rabia y otros estados que no son agradables
de sentir.
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Cuando muere una persona,
uno recuerda muchas cosas con esa persona. Momentos bonitos y menos bonitos son
reproducidos como una película en la mente de la persona que es dejada por el
ser querido fallecido. También surge el cuestionamiento sobre la muerte y el
significado que cada uno tiene de ese misterio. Pueden aparecer miedos,
angustias y fantasías sobre la propia muerte.
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Mucho se ha estudiado sobre
el proceso de duelo y la mayoría de los especialistas concuerdan de que se
trata de un proceso muy personal donde cada uno demora un tiempo diferente para
superar eso. También es circular, donde una etapa cuando es
"superada", puede volver a
aparecer.
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El duelo es un camino por
donde tenemos que atravesar una serie de etapas. Se trata de una aproximación a
lo que ocurre, con retrocesos y avances a lo largo del proceso.
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Elisabeth Kübler Ross,
destacada psiquiatra suiza fue la primera en mencionar estas etapas en el
proceso de duelo.
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El primer estado de
desconcierto es acompañado de mucha incredulidad. Se caracteriza por la
presencia de conductas automáticas y la incapacidad de aceptar la realidad. En
estos primeros momentos hay personas que actúan como si no hubiera ocurrido
nada, aparentando ante los demás que aceptan plenamente la situación. En otros
casos, encontramos a personas que se paralizan y permanecen inmóviles e
inaccesibles.
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Se trata de un estado
protector que sirve para dar tiempo a asumir la información recibida y puede
durar horas o incluso algunos días. Incluso hay personas donde la verdadera
pena aparece un mes después de la muerte ocurrida.
La
segunda etapa contiene mucha rabia. Podemos enojarnos con aquellas personas a
las que consideramos responsables de la pérdida o incluso con el fallecido
mismo. Suelen aparecer también sentimientos de injusticia y desamparo junto con
problemas como insomnio, pesadillas o sueño no reparador.
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En
este momento podemos sentirnos con menos capacidad de concentración y tener
pérdidas de memoria. Nuestro apetito en general también se ve afectado y nos
resulta muy difícil disfrutar de las actividades cotidianas.
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La
tercera etapa se describe como de desorganización o desesperanza, donde
empezamos a tomar conciencia de que nuestro ser querido no volverá, aún así,
muchas personas “sienten la presencia” del familiar fallecido, sobre todo en
momentos de somnolencia o relajación. Es habitual experimentar apatía, tristeza
y desinterés. Algunas personas sienten también el impulso de llevar a cabo
cambios radicales en su vida o en sus relaciones personales o familiares.
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La
cuarta etapa es de reorganización, donde poco a poco vamos afrontando la nueva
situación y reorganizamos nuestra propia existencia. Aquí, el recuerdo de
nuestro ser querido empieza a transformarse en una emoción reparadora.
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Durante
el proceso de duelo pueden volver a repetirse estas etapas varias veces y en un
orden diferente.
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La
duración de este proceso puede ser muy relativo y en algunos casos durar meses
o incluso más de un año. Lo importante es ir progresando y aprender de este
proceso. Si bien la muerte de un ser querido deja una tremenda huella en la
vida de una persona y ésta nunca volverá a ser igual, pero lo importante es
aprender de este acontecimiento y poder vivir con esta pérdida.
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