3-6-2013-Edición Nº 856
DESPUÉS DE 40 AÑOS, TODAVÍA HAY ABUSOS POR DEVELAR
Por Abraham Santibañez
Cuando retornó la democracia, a comienzos de los 90, aunque Chile estaba en una camisa de fuerza por los amarres que dejó la dictadura (binominal, senadores designados, consejo de seguridad, comandantes en jefe inamovibles), la esperanza era la “amistad cívica”. Era el símbolo de los nuevos tiempos, el regreso al Chile tradicional, imperfecto pero respetuoso del adversario y que avanzaba en la ampliación de los derechos ciudadanos.
Desde entonces, se progresó en democracia. A regañadientes los partidarios del régimen militar fueron cediendo posiciones y debieron abrirse al diálogo.
Este año, en que se cumplen cuarenta desde el golpe militar, nos muestra un panorama todavía incierto.
Abundan las descalificaciones. Se sospecha de todo. Se desconfía como nunca antes. Y, como si fuera poco, se ha vuelto a un estilo confrontacional, que comenzó “a garabato limpio” y ya llegó al escupitajo y al lanzamiento de huevos. ¿Qué podemos esperar para el resto de la campaña electoral?
Hace falta un llamado a la concordia.
En otro tiempo, la Iglesia Católica fue valiente y firme cuando habló “del deber social y político” y más tarde cuando denunció los abusos, las violaciones sistemáticas de los derechos humanos. Pero luego se enredó en sus propios dramas no enfrentados oportunamente. Hoy un sacerdote que prefirió una suerte de autoexilio, está desafiando la pérdida de liderazgo. Su voz ha sido escuchada en muchos lugares, pero sigue siendo rechazada allí donde debería haber suscitado una mayor reflexión.
La Iglesia prefiere callar
Y no hay otra autoridad moral que nos haga meditar a los chilenos sobre lo que está pasando. ¿Cómo es posible que se trate de sacar un mezquino provecho de la lamentable situación planteada por algunos falsos exonerados? Como dijo el senador Ignacio Walker, parece imponerse subrepticiamente la noción de que todo fue farsa, que no hubo violencia ni detenidos desaparecidos, no hubo violaciones a los derechos humanos ni muerte, tortura exilio, relegados.
Se reclama porque hay situaciones condenables que no fueron denunciadas antes, sin recordar las limitaciones de la libertad de expresión, la censura, el cierre de medios, la censura y la autocensura.
Hace bien el contralor al velar por el cumplimiento estricto de la ley sin resquicios ni favores políticos. Pero es hora que recordemos, a toda voz, los abusos que se acallaron, los despidos y las postergaciones y las riquezas surgidas de la nada al amparo del poder dictatorial. No se trata de “empatar” las acusaciones de hoy con lo que pasó antes. Lo ocurrido en Chile a partir de 1973 fue horrorosamente más grave y deberíamos preguntarnos si al amparo de “la amistad cívica” se acallaron muchos sufrimientos y se consagraron injusticias inaceptables.
Todo el ambiente político está crispado, pero donde más falta hacen los paños fríos es en la derecha.
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