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viernes, 21 de junio de 2013

21-6-2013 - Edición Nº 858

LAS DIFERENCIAS ENTRE LA DERECHA DE LONGUEIRA Y DE ALLAMAND

Por Walter Krohne

En TVN vimos anoche por segunda vez a los dos precandidatos presidenciales del oficialismo que el 30 de junio medirán sus fuerzas en las urnas en elecciones primarias. En estos dos representantes se  concentra la derecha pura de este país en sus distintas dimensiones. A un costado “del ring”, estuvo el más conservador y duro, Pablo Longueira, y al otro lado el que aparenta ser más moderado, Andrés Allamand. Ninguno estuvo dispuesto a diferenciarse de su contrincante, trasmitiendo la imagen de que ambos son integrantes de una derecha “unida hasta la muerte”, lo que fue sin duda una partida en falso, porque es archiconocido que el tono existente entre la UDI y Renovación Nacional no ha sido nunca suave y distendido y menos ahora en plena campaña electoral.
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Longueira estuvo menos nervioso que la primera vez, pero también aportó menos a la presentación de los candidatos que tuvo muy poco parecido a un debate electoral como Dios manda. Fue repetitivo, especialmente en lo que denomina la “UDI popular”, que él habría ayudado a construir, vía que le permitió a este conglomerado obtener una alta votación. Habló de la inclinación suya y de esta “UDI popular” para ayudar a resolver el problema de la pobreza, haciéndole honor a su formación ignaciana. Sin embargo, nada se dice que este concepto "de popular" de los años noventa fue más bien una estrategia electoral y de poder y no tanto un ofertón en contra de la desigualdad económica y social qe hay en Chile.
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Allamand fue más explícito y se sentía muy bien anoche, lo que se notaba, sin mayores tensiones y sin temor a poder encontrarse con sorpresas de parte de su competidor ya conocido, como podría haber ocurrido la primera vez en el canal 13, ofreciendo algunas soluciones a los problemas más candentes que afectan a Chile, como es el de las jubilaciones y las AFP, e igual como Longueira dedicando parte de su tiempo a combatir de frente a la abanderada opositora de Nueva Mayoría, Michelle Bachelet, a quien la derecha ve como una contendora demasiado potente y peligrosa por su alto apoyo en las encuestas y por ofrecer un programa que haría tambalear el modelo económico, como dicen quienes manejan el capital.
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En todo caso, ambos candidatos de la derecha deben enfrentar un pasado muy vinculado a la dictadura de Pinochet que dejó amarrado al país a un modelo neoliberal que lentamente está “haciendo agua", no sólo en el caso chileno, sino también internacionalmente.
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Las explosiones sociales registradas en las últimas dos semanas en Brasil es una señal de alarma y demuestran que la ciudadanía del mundo se está empoderando hasta el punto de obligar a los gobiernos a concentrarse en los problemas que a ella le atañe directamente, una lucha que se realiza dándole la espalda a los partidos políticos por considerar que han fracasado en sus tareas. Lo mismo ocurre en Europa con los indignados y en Alemania se pide el retorno al "Estado de bienestar". En Chile, las protestas sociales han sido también un punto que de alguna manera ha estado obligando a las autoridades a caminar por una vía contraria a sus pensamientos o ideologías, porque el peso que ejerce una masa humana movilizada sobre el poder establecido es más potente que la fuerza que mueve al capitalismo que hoy está sepultado en una gran crisis. Piñera no se hubiese movido ni un ápice en el tema de la educación si no hubiese sido por las protestas estudiantiles.
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En este caso, precisamente, los dos representantes de la derecha ofrecen muy poco para orientar al país hacia el cambio que pide a gritos una parte importante de la ciudadanía. Los dos ahondaron en el modelo capitalista que enriquece cada vez más al 5% de los ricos sin que las clases populares obtengan beneficios económicos y sociales reales de esta riqueza. Hay voces de la misma derecha que escriben artículos diciendo que la educación no es un derecho sino un bien económico que la gente debe financiar y pagar con sacrificios propios, lo que es una falacia.
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El Estado debe preocuparse precisamente de que la población reciba una educación adecuada, ojalá gratuíta, para que éste pueda en el futuro seguir atendiendo las tareas y obligaciones que involucran su administración. Si no hay gente realmente preparada para ello, la decadencia estatal será un tema que obligará a contratar a expertos extranjeros para que puedan asumir dichas responsabilidades.
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Los que defienden el lucro y la educación financiada por los propios trabajadores proponen también ampliar este sistema hacia la salud y a las necesidades habitacionales de la población.
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Lo que quieren en el fondo es el surgimiento de un nuevo “totalitarismo” regido por las leyes del capitalismo, en el cual el trabajador no tenga nada que decir ni menos opinar, ser obediente con los jerarcas del Estado totalitario y entregar a éste todo o gran parte de lo que reciban por su trabajo a través de la vía del endeudamiento, el crédito bancario y los impuestos que pagan los pobres y no los ricos. Estos últimos están protegidos por ser los dueños del capital con perdonazos tributarios y el FUT (Fondo de Utilidades Tributarias). No hay que dejar de lado que el capitalismo nos ha traido constantes abusos del empresariado, corrupción y decadencia cultural.
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A veces no se entiende lo que se plantea en Chile. Si tomamos el tema de la educación, que está hoy en el centro del debate, nos encontramos con que hay un gran número de chilenos que ni siquiera pudo terminar su escolaridad, tampoco como adultos. Según datos de la última encuesta Casen, revelados por la corporación CreceChile, más de 2,2 millones de adultos no completó su enseñanza básica, lo que equivale al 18,9% de los mayores de 19 años en el país. De éstos, casi medio millón de personas (445.410) no recibió ningún tipo de estudios formales, es decir, que ni siquiera ingresó a primero básico. En total, son 5,2 millones de chilenos –casi un tercio de nuestra población– los que no terminaron el colegio. De éstos, 1,3 millones sólo logró completar la enseñanza básica, mientras que 1,6 millones ingresó a la enseñanza media, pero no la terminó.
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Y frente a esta triste realidad siguen habiendo sectores que defienden una educación particular pagada y se oponen a la gratuidad.
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En el “debate” de anoche ambos candidatos mostraron en general más de lo mismo, fueron rutinarios y se mostraron menos dispuestos a discutir a fondo los graves problemas que afectan a Chile. Ambos están de acuerdo en que hay que hacer cambios, al parecer “sólo cosméticos”, en el sistema de pensiones, en la salud y en la educación. No se abordaron temas como el de los mapuches y anoche también pasaron por alto el de la salud, tocando sólo superficialmente  el grave déficit de energía que tiene Chile. Reiteraron que están en contra del matrimonio igualitario y apuntaron a "avanzar" hacia un mecanismo que genere un "estatuto jurídico" para la unión entre personas del mismo sexo. En este sentido, Allamand llamó directamente a aprobar el Acuerdo de Vida en Pareja (AVP), mientras que Longueira evitó dar una propuesta específica.
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Atacaron las propuestas de Bachelet de una Asamblea constituyente y de una reforma tributaria que incluye el fin del FUT, la que Allamand calificó de “verdaderamente pésima” y de “la mejor manera de destruir a las Pymes y estancar la generación de empleo”.
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Anoche por último quedó la impresión que mientras uno (Longueira) se siente el constructor de una derecha popular, el otro (Allamand) piensa que es el único que puede articular a un amplio sector de la sociedad para ganar a la centro izquierda y convertirla al capitalismo. En todo caso ninguno ha demostrado hasta ahora que es capaz de resolver los problemas de un Chile ciudadano y no totalitario.

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