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sábado, 1 de agosto de 2015

POLÍTICA-ACUÑA-SEGUNDO TIEMPO-ENSAYO-KRADIARIO

UN ‘SEGUNDO TIEMPO’ COMPLICADO

Por Manuel Acuña Asenjo
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Es un hecho cierto que el actual Gobierno inicia una nueva etapa, el llamado "segundo tiempo". Contagiada por el ambiente futbolístico que ha embargado al país durante la ‘Copa América’, ha sido la presidenta —que no se caracteriza por sus aciertos analógicos—, quien ha empleado el término ‘segundo tiempo’ para describir el nuevo escenario a enfrentar y el nuevo equipo que va a salir al campo político a realizar el ‘juego’. En realidad, y dentro de sus limitaciones, la analogía describe una realidad imposible de desconocer: se inicia un ‘segundo tiempo’ dentro de ese ‘partido’ que, constantemente, ha estado jugando el pacto ‘Nueva Mayoría’ con su oponente la ‘Alianza Por Chile’ disputándose la administración del país.


Pero, si ese juego político se realiza constantemente, ¿a qué se debe el hecho de que se hable de un ‘segundo tiempo’, de un ‘realismo sin renuncia’, de una nueva etapa o fase en el gobierno de Bachelet?
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Comencemos diciendo que (todavía) el sistema político chileno funciona, por decirlo así, a dos bandas. Es un juego ‘de alternancia’, en donde a la derrota electoral de un grupo político sucede el triunfo de su oponente, y viceversa; es, aún, un sistema binominal en donde dos grandes conglomerados políticos disputan el manejo de la nación en el campo de la escena política de la misma, conglomerados que dominan, igualmente, el campo comunicacional. Y, por lo mismo, el control en la fabricación de ideología. La libertad de voto del elector se reduce a elegir entre esos dos campos, pues no hay más alternativas.
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Dadas esas condiciones, dado que nada ha cambiado en el panorama político chileno, las explicaciones de ese ‘segundo tiempo’ hay que buscarlas, en primer lugar en lo que ambas coaliciones señalan. Y ahí, por supuesto, las opiniones no sólo están divididas sino son múltiples. 
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En qué consiste este segundo tiempo

Para la ‘Alianza Por Chile’, el nuevo giro del gobierno es un retorno (aunque insuficiente) hacia una realidad imposible de ignorar: las posibilidades reales que el pacto ‘Nueva Mayoría’ tendría de llevar adelante el paquete de reformas en el que estaba empeñado; la ‘nación’ (o ‘Chile’) tolera reformas, pero no aquellas que quiere realizar el gobierno de Bachelet porque todas ellas han sido mal concebidas y mal ejecutadas .

Para la coalición gobernante, las razones del cambio han de encontrarse en la crisis económica  que afecta a la nación y que aún no se aleja o, como lo señalara la propia presidenta: a.- en la desaceleración económica que se ha prolongado más de lo esperado; b.-  en errores cometidos al momento de redactar el programa o en  los obstáculos que hemos heredado y tal vez los subestimamos (aunque) nuestra responsabilidad es no hacer diagnóstico sino que hacer mayores esfuerzos; y c.- en la incapacidad de las estructuras estatales para asumir las tareas que implicaban el programa de Gobierno. O como lo explicara ella: "en nuestro déficit de gestión en la marcha de las reformas. Debemos reconocer que la administración estatal no estaba totalmente preparada para procesar cambios estructurales simultáneamente".

La ‘Alianza Por Chile’ replica, por su parte, que, si bien es cierto se sabía de la proximidad de la crisis, ésta se vio agravada por la inminencia de las reformas contempladas en el Programa de Gobierno que nunca debieron plantearse.

Una posible explicación

A diferencia de lo expresado por las coaliciones ‘Nueva Mayoría’ y ‘Alianza Por Chile’, decimos nosotros que las causas de la crisis en Chile no constituyen algo nuevo o actual, sino estaban ya presentes al momento de realizarse las elecciones de 2013 pues en esos meses ya nadie ignoraba el desprestigio  de las instituciones políticas ni, mucho menos, la inminencia de la llamada ‘desaceleración’, convidados de piedra para el sistema de alternancia en esos momentos. No fue ocasionada sino por circunstancias directamente relacionadas con lo que sucedía en el plano de la escena política nacional la baja participación electoral en los comicios de ese año: la confianza en las instituciones públicas y, en consecuencia, en las autoridades, se había ya reducido a porcentajes ínfimos. Por otra parte, la ‘desaceleración’ se manifestaba con persistencia el último año de la administración de Piñera y era ingenuo pensar que no iría hacerlo bajo el gobierno que la sucedería .

En consecuencia, sostenemos en esta parte que las llamadas ‘mayorías’ tanto por los medios de comunicación como por quienes se atribuyen el hecho de serlo no son tales pues se trata de ‘mayorías políticas’. Por lo mismo, y con mayor razón, no es mayoría el llamado pacto ‘Nueva Mayoría’ aunque haya tomado ese pomposo nombre para hacer su estreno en sociedad. Porque, en términos reales, jamás ha sido ‘mayoría’ dentro del espectro social sino, apenas, ha intentado serlo en términos políticos. Es, en verdad, una mayoría aritmética dentro de la escena política nacional, con lo que se quiere decir que es una mayoría política, no una mayoría social. Porque nunca ha sido esto último en el pasado; tampoco lo es en el presente, y parece muy difícil que pueda serlo en el futuro. Y eso es importantísimo.

La generalidad de la población chilena no desconoce la circunstancia que, en el proceso eleccionario de 2013, las votaciones sólo evidenciaron el desprecio absoluto hacia los actores políticos de la nación; casi un 60% no concurrió a entregar su voto. Del 40% de la población que llegó hasta las urnas, en términos absolutos, un 60% votó por Bachelet y el resto apoyó a la ‘Alianza Por Chile’.
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La conclusión que podemos extraer hoy de estos hechos es que si bien el gobierno de Chile partió apenas sostenido por un 25% de la población, su contrincante (la ‘Alianza Por Chile’) se encontraba en peores condiciones porque apenas recibió el apoyo de un 20% del electorado. Gran parte de la población nada quiere saber de estos dos bloques políticos. Esta tendencia se ha venido manifestando en forma constante desde fines de 2013 —año de las elecciones—, hasta el día de hoy (julio de 2015) en que los resultados de la última encuesta Adimark han radicalizado esos porcentajes. 
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sí, el apoyo al pacto ‘Nueva Mayoría’ se encuentra reducido  apenas a un 18%, en tanto que el brindado a la ‘Alianza Por Chile’ alcanza sólo a un 13%, mientras la presidenta cuenta con un 23%. La conclusión es que la condición de minoría de ambos bloques políticos no se resuelve apoyando a uno u otro sino permitiendo la emergencia de otra alternativa; en palabras más directas: orientando la búsqueda en una dirección diferente. Porque la población chilena no desea resolver sus problemas a través de ese juego político llamado ‘alternancia’ sino busca un camino propio, un camino que aún cuando no se abre, sí se avizora. Y esto no es una aseveración antojadiza. No hay confianza en la escena política nacional pues se advierte que el único interés que guía a ambas coaliciones es perseverar en sus recíprocas existencias. Y eso sólo pueden lograrlo perpetuando al sistema que los hizo posibles. De ahí la persistencia en seguir permaneciendo instalados en las instituciones estatales, llámense éstas Parlamento o Administración Pública.
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De manera que esa problemática no se resuelve, como lo piensan algunos congresistas autoritarios, con el retorno al voto obligatorio y amenazas de reclusión dirigidas a doblegar la voluntad del elector rebelde. El desafecto al mundo de la escena política se origina en el comportamiento mismo de esa escena que solamente reproduce la conducta de un empresariado tan inescrupuloso como el de su representación parlamentaria .
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No podemos pedir que esta lógica sea considerada por los actores que se desplazan por la escena política nacional; tampoco por los diferentes grupos de presión que existen en el país. En la escena política campea otra forma de razonar, en donde unas minorías sociales se enfrentan a otras descalificándose entre sí o atribuyéndose la realización de determinadas acciones con el objeto de obtener el apoyo del campo social que jamás abandona su carácter de ‘clientela electoral’. Y es natural que así sea pues la existencia de todos esos actores igualmente depende de la existencia de ese sistema que ha hecho posible la vida de ellos, por lo que—como ya se ha dicho— deben mantenerse donde están situados al precio de lo que sea. La solución al problema de la legitimidad se transforma, entonces, en un problema de supervivencia para esos actores.

Así en la relación política-dinero no puede sorprender, en consecuencia, que la generalidad de los involucrados en los escándalos tributarios y de falsificaciones se nieguen a hacer abandono de sus cargos y se aferren a ellos sin intentar siquiera un acto de contricción por lo cometido ni manifiesten la mínima intención de retirarse de la política. Y es que ésta ha dejado de ser, para ellos, el arte de resolver los problemas de los demás y de una sociedad a la que se pertenece, sino un negocio bastante lucrativo en donde lo importante es vender o ser vendido.
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Así, pues, el ‘segundo tiempo’ de este ‘partido’ entre la ‘Nueva Mayoría’ y la ‘Alianza Por Chile’ no se encamina sino a constituir una forma de resolver conflictos en el plano de la escena política y no en el del campo social. Porque el verdadero enemigo ha pasado a ser este último. Lo cual tampoco es casual pues constituiría un error de proporciones ayudar a un eventual ‘enemigo’. Por lo mismo, este ‘segundo tiempo’ poco o nada influirá en la situación de las clases dominadas que seguirán en dicha condición pese a las promesas y a los cantos de sirenas de las ‘autoridades’.
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Conclusión de todo esto: la crisis que experimenta la escena política de la nación nada tiene que ver con el eventual proceso de reformas que pudiese emprender el Gobierno mismo o algún otro sujeto político sino se trata de un problema de minorías que se culpan y exculpan mientras intentan de mantenerse en los cargos de dirección;  por lo mismo, se trata de un problema de legitimidad de esos estamentos, no de legalidad. Son sujetos que, a pesar de ser mayorías políticas relativas, carecen de representatividad social. Porque se puede ser mayoría política, pero no mayoría social; y se puede tener representación política, pero no representación social. Quienes deberían estar representando los intereses de las grandes mayorías nacionales no lo han estado haciendo, convirtiéndose, en consecuencia, en minorías no sólo sociales sino políticas, para terminar abriendo las compuertas a la acción de su oponente político que, aunque siendo todavía más minoritario, aprovecha las posibilidades de atacarlo por los flancos y atribuirle los efectos de la crisis que experimenta la escena política nacional.

El dilema del Gobierno
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El gobierno del pacto ‘Nueva Mayoría’ no partió siendo un gobierno de coalición. Como lo afirmáramos en nuestro documento de 20 de marzo del pasado año , se inauguró como un gobierno personal: de Michelle Bachelet y un grupo de personas de su entera confianza. Los partidos del conglomerado estaban fuera y era ella quien decidía, junto a su equipo de incondicionales.

“No podemos decir que se trata de un Gobierno de centro, de ‘derecha’ o de ‘izquierda’ pues dicha terminología en poco o nada ayuda a entender ciertos fenómenos sociales; tampoco podemos decir que sea el gobierno de un conglomerado político como la llamada ‘Concertación de Partidos Por la Democracia’ pues esa organización parece haber muerto de inanición hace ya varios meses; lo cual no implica que, más adelante, pueda resurgir victoriosa desde sus cenizas, como el ave Fénix.
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Más curioso aún resulta no poder afirmar, igualmente, que se trata de un gobierno de la coalición ‘Nueva Mayoría’ porque para muchos de sus propios integrantes tal estructura no es una coalición sino, simplemente, un pacto electoral.  Por eso, el llamado ‘segundo tiempo’, no cuenta con una coalición unida sino, por el contrario, dividida y en donde se entrecruzan acusaciones mutuas de toda índole, complicando más aún el panorama político. Y como sucede con la generalidad de la representación parlamentaria, gran parte de los representantes políticos del pacto ‘Nueva Mayoría’ acusados de corrupción se niegan a abandonar sus cargos y alegan inocencia, como es el caso del actual presidente de la Democracia Cristiano Jorge Pizarro, que está no sólo fuertemente cuestionado por la opinión pública sino por militantes de su propio partido.

Al Partido Comunista (PC), entretanto,  la situación se le complica más aún. Al creciente desprestigio de su bancada estudiantil se une un desprestigio en los movimientos sociales que nada quieren saber de la dirección de esa colectividad a la que consideran cooptada por la ‘Nueva Mayoría’. Las vacilaciones de ese partido en cuanto a optar por la calle o continuar en el Gobierno se han manifestado con fuertes bajas de credibilidad en el Colegio de Profesores, amenazan a la CUT y, probablemente, a la participación de los comunistas en otros movimientos sociales como en la de ex presos políticos de la dictadura; en la Federación de Estudiantes de Chile FECH, y en el resto del movimiento estudiantil, el retroceso de ese partido es notorio.

Para colmo de todo, la solución a la crisis que se enfrenta luego del cambio de ministros ha sido no renunciar al programa ni a las reformas, sino ‘gradualizarlas’, lo que implica realizarlas a través de leyes cuyos beneficios empezarían a regir en el futuro.

"La Presidenta ha dicho ayer que respecto de esos desafíos suyos y de su gobierno es que ese norte se mantiene y lo vamos a hacer haciéndonos cargo de que la realidad hoy es distinta a la que habíamos imaginado. Precisamente para poder cumplir es que vamos a introducir gradualidad y revisión de los ritmos" .

Pero, ¿es posible una solución de esta naturaleza? ¿Se resuelven con ello los problemas de la escena política? No nos parece que así sea. Es más: consideramos esa solución un profundo error. Porque si quienes apoyaron tal idea creyeron posible neutralizar con ello las críticas que formula constantemente la ‘Alianza Por Chile’, desacreditando la labor del Gobierno, los hechos, los porfiados hechos se han encargado de representarles su error. 
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Esta acción era fácil de prever: quien, como lo ha hecho el Gobierno, retrocede en las justas políticas, comete un grave error pues acusa con esa actitud la extrema debilidad en que opera. Y quien acusa debilidad se pone a merced de su oponente. Las consecuencias no se han hecho esperar: las críticas no sólo continúan sino han recrudecido. Lo cual era de suponer. Porque, en la política impuesta por la llamada ‘mercadocracia’, es lícito ‘sacar las castañas con la mano del gato’, aprovechar las circunstancias, atribuir al oponente la totalidad de las culpas esperando obtener con ello dividendos políticos; en suma, ser oportunista. Y en esa tarea, los sectores de la ‘Alianza Por Chile’ no son aprendices sino verdaderos maestros, algo que los sectores del pacto ‘Nueva Mayoría’ deberían aprender de una vez por todas.

Un camino inverso

Así, pues, el Gobierno ha cometido el gigantesco error de iniciar un retorno hacia los orígenes de la política de otorgar derechos ‘en la medida de lo posible’, de subordinar lo social a lo económico, que fue la tónica de los gobiernos anteriores de la Concertación. Y eso es precisamente lo que jamás debió hacer; tampoco de hablar de ‘gradualidades’ ni de revisar ‘la secuencia de los ritmos’. Porque nunca debió olvidar, tampoco, que el origen de la ilegitimidad de la representación política que se desplaza por la escena política de la nación es, precisamente, no haber satisfecho los anhelos de las grandes mayorías nacionales, haber empeñado la palabra y no haberla cumplido, haber formulado un discurso y atropellar su contenido. 
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Contra esa política de mezquindad y de ‘realismo’ se hicieron las protestas sociales. Por consiguiente, hay que leer bien las encuestas que continuamente se están realizando, y no sólo superficialmente, para entender correctamente que el desafecto al pacto ‘Nueva Mayoría’ no se ha volcado a los secuaces de la coalición ‘Alianza Por Chile’, sino se encamina en un sentido diferente. No se trata, por consiguiente, de ‘sacar las castañas con la mano del gato’ ni de obedecer los dictados del sistema capitalista mundial sino imponer las condiciones que la población chilena quiere y desea establecer.

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