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domingo, 2 de agosto de 2015

OPINIÓN-CARLOS PEÑA-KRADIARIO

EL SIGNIFICADO DE CARMEN GLORIA

Por Carlos Peña (*)

¿Por qué la presencia de Carmen Gloria Quintana resulta tan estremecedora? ¿Es solo el recuerdo del dolor indecible que se le causó lo que produce ese estremecimiento o hay algo más?

Hay algo más.

Porque el significado de Carmen Gloria va mucho más allá de las huellas y las cicatrices del dolor que están inscritas en su rostro y en su cuerpo. Harto más allá que la demanda de justicia en su caso particular. Mucho más allá del encubrimiento y la mentira con que los victimarios evitaron, hasta ahora, el castigo.

Y es que a ella, con apenas dieciocho años -sí, dieciocho años-, le tocó inscribir en su rostro y en su cuerpo la huella permanente de la dictadura.

Con Carmen Gloria Quintana se hace patente el pasado. Y es que el pasado, al revés de lo que suele creerse, ni se había ido ni pasó: se encontraba en estado latente, definiendo en silencio el espacio público de hoy. Reprimido.

En la literatura psicoanalítica se llama represión a un mecanismo de defensa que impide que un cierto recuerdo, un acontecimiento intolerable, llegue a la conciencia. Al reprimírselo, sin embargo, pugna por salir e igual acaba asomando en la forma de síntomas que desvían energía e impiden el sosiego. Lo reprimido está ahí, latente, mudo, definiendo sin palabras la sensibilidad de una época, y nadie se atreve a pronunciarlo, porque todos prefieren hacer como si no existiera.

Hasta que lo reprimido retorna.

Y sume en el desasosiego a todos los sectores políticos. A la derecha, que cerró los ojos frente a los crímenes; a la izquierda, que fue impotente a la hora de castigarlos. Cuando la derecha mira a Carmen Gloria Quintana recuerda algo inconfesable, algo que sabía pero que estaba latente: ese fue el precio que estuvo dispuesta a pagar por el bienestar material. Cuando la izquierda es la que mira ese rostro, recuerda algo que también sabía y que también estaba latente: la imposibilidad que mostró para castigar esos crímenes.

La dictadura sentó las bases de la modernización que expandió el consumo y mejoró las condiciones materiales de la existencia de los chilenos. Pero todo eso se alcanzó a costa de una dictadura que violó los derechos humanos de manera reiterada y sistemática, que encubrió a los victimarios y estableció entre ellos, hasta hoy, la extraña solidaridad de la culpa. La frase que Balzac puso en La Comedia Humana -detrás de toda gran fortuna se esconde un crimen- se aplica también a la modernización de Chile.

Sacudirse esa asociación entre la fortuna -la modernización de Chile- y el crimen que se cometió para construirla es el problema de la derecha.

En el caso de la izquierda, por su parte, el fenómeno puede describirse como un desplazamiento.

El desplazamiento consiste en que los sentimientos negativos, y habitualmente inconscientes, que produce un fenómeno se desplazan a otro, quedando el primero oculto. Por ejemplo, el odio al padre queda desplazado por el rechazo a su forma de vida (la formación de algunos movimientos de izquierda, con origen burgués, en los años sesenta es una muestra).

Eso es lo que hoy le pasa a la izquierda. Un fenómeno de desplazamiento.

Para ocultarse a sí misma su impotencia frente a las violaciones a los derechos humanos (la imposibilidad de castigar los crímenes, la connivencia con el dictador en los inicios de la transición, etcétera) desplazó la molestia hacia la modernización. Su descuido en el castigo de las violaciones a los derechos humanos se compensa ahora con su preocupación radical por los derechos sociales. Como no fue capaz, por condiciones objetivas o lo que fuera, de perseguir los crímenes y hacer justicia, desplazó el malestar que esa actitud suya le provoca hacia el modelo económico cuyas bases sentó la dictadura.

Así, la derecha y la izquierda, cuando miran a Carmen Gloria, se miran a sí mismas.


Y es que la presencia de Carmen Gloria Quintana -hay pocos casos de mayor dignidad y heroísmo que el de ella- pone ante los ojos de todos las miserias y cobardías en las que se incurrió, la incapacidad de hacer valer, cuando era necesario, los valores que se proclamaban.

(*) El autor es columnista permanente de El Mercurio.

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