OPINIÓN-CARLOS PEÑA-KRADIARIO
EL SIGNIFICADO DE CARMEN GLORIA
Por Carlos Peña (*)
¿Por qué la presencia de Carmen Gloria Quintana
resulta tan estremecedora? ¿Es solo el recuerdo del dolor indecible que se le
causó lo que produce ese estremecimiento o hay algo más?
Hay algo más.
Porque el significado de Carmen Gloria va mucho más allá de
las huellas y las cicatrices del dolor que están inscritas en su rostro y en su
cuerpo. Harto más allá que la demanda de justicia en su caso particular. Mucho
más allá del encubrimiento y la mentira con que los victimarios evitaron, hasta
ahora, el castigo.
Y es que a ella, con apenas dieciocho años -sí, dieciocho
años-, le tocó inscribir en su rostro y en su cuerpo la huella permanente de la
dictadura.
Con Carmen Gloria Quintana se hace patente el pasado. Y es
que el pasado, al revés de lo que suele creerse, ni se había ido ni pasó: se
encontraba en estado latente, definiendo en silencio el espacio público de hoy.
Reprimido.
En la literatura psicoanalítica se llama represión a un
mecanismo de defensa que impide que un cierto recuerdo, un acontecimiento
intolerable, llegue a la conciencia. Al reprimírselo, sin embargo, pugna por
salir e igual acaba asomando en la forma de síntomas que desvían energía e
impiden el sosiego. Lo reprimido está ahí, latente, mudo, definiendo sin
palabras la sensibilidad de una época, y nadie se atreve a pronunciarlo, porque
todos prefieren hacer como si no existiera.
Hasta que lo reprimido retorna.
Y sume en el desasosiego a todos los sectores políticos. A
la derecha, que cerró los ojos frente a los crímenes; a la izquierda, que fue
impotente a la hora de castigarlos. Cuando la derecha mira a Carmen Gloria
Quintana recuerda algo inconfesable, algo que sabía pero que estaba latente:
ese fue el precio que estuvo dispuesta a pagar por el bienestar material.
Cuando la izquierda es la que mira ese rostro, recuerda algo que también sabía
y que también estaba latente: la imposibilidad que mostró para castigar esos
crímenes.
La dictadura sentó las bases de la modernización que
expandió el consumo y mejoró las condiciones materiales de la existencia de los
chilenos. Pero todo eso se alcanzó a costa de una dictadura que violó los
derechos humanos de manera reiterada y sistemática, que encubrió a los
victimarios y estableció entre ellos, hasta hoy, la extraña solidaridad de la
culpa. La frase que Balzac puso en La Comedia Humana -detrás de toda gran
fortuna se esconde un crimen- se aplica también a la modernización de Chile.
Sacudirse esa asociación entre la fortuna -la modernización
de Chile- y el crimen que se cometió para construirla es el problema de la
derecha.
En el caso de la izquierda, por su parte, el fenómeno puede
describirse como un desplazamiento.
El desplazamiento consiste en que los sentimientos
negativos, y habitualmente inconscientes, que produce un fenómeno se desplazan
a otro, quedando el primero oculto. Por ejemplo, el odio al padre queda
desplazado por el rechazo a su forma de vida (la formación de algunos
movimientos de izquierda, con origen burgués, en los años sesenta es una
muestra).
Eso es lo que hoy le pasa a la izquierda. Un fenómeno de
desplazamiento.
Para ocultarse a sí misma su impotencia frente a las
violaciones a los derechos humanos (la imposibilidad de castigar los crímenes,
la connivencia con el dictador en los inicios de la transición, etcétera)
desplazó la molestia hacia la modernización. Su descuido en el castigo de las
violaciones a los derechos humanos se compensa ahora con su preocupación
radical por los derechos sociales. Como no fue capaz, por condiciones objetivas
o lo que fuera, de perseguir los crímenes y hacer justicia, desplazó el
malestar que esa actitud suya le provoca hacia el modelo económico cuyas bases
sentó la dictadura.
Así, la derecha y la izquierda, cuando miran a Carmen Gloria,
se miran a sí mismas.
Y es que la presencia de Carmen Gloria Quintana -hay pocos
casos de mayor dignidad y heroísmo que el de ella- pone ante los ojos de todos
las miserias y cobardías en las que se incurrió, la incapacidad de hacer valer,
cuando era necesario, los valores que se proclamaban.
(*) El autor es columnista permanente de El Mercurio.
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