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jueves, 10 de mayo de 2012

ESCRIBE EL SOCIÓLOGO Y ESCRITOR HUGO LATORRE

PAÍSES MACHOS Y PAÍSES HEMBRAS


Por Hugo Latorre Fuenzalida

La femineidad es un atributo o cualidad despreciada por las culturas latinas; es sinónimo de minusvalía, cobardía, falta de coraje y de temple. Es lo opuesto al “macho” desafiante, conquistador, buscavidas, emprendedor.

Pero no sólo la cultura latina es machista, también los blancos europeos. Toda su cultura ha sido guerrera, imperial, de conquista; lo mismo se trasmitió a América del Norte, con el trasvasije de población europea en los siglos XVIII y XIX; primero conquistaron el Oeste, luego el sur (guerra de secesión), siguieron luego con las guerras mundiales y la postura de dominación imperial sobre todo Occidente.

Los latinoamericanos, en cambio, hemos sido un pueblo en general pacífico. Desde la expulsión de los españoles, no se han dado gestas significativas. Los conflictos fronterizos han sido de magnitud moderada y no han dejado huella, excepto los odios discursivos entre naciones. Las oligarquías locales, formadas por los mismos herederos de los blancos colonialistas, se aliaron desde temprano a los poderes extranjeros de las potencias dominantes e impusieron su poder al interior de las naciones jóvenes, sometiendo de manera abusiva a los mestizos e indígenas.

En consecuencia, nuestra oligarquía aprendió desde temprano que para ser “machos” hacia el interior, se debía ser de algún modo “hembra” con el poder extranjero. Este “hermafroditismo” ha sido la característica de nuestra clase oligárquica, condición que ha profundizado, en lugar de morigerarla, en los últimos tiempos, en que su alianza con los poderes extranjeros transnacionales se da de manera sacramental y prolífica, segmentando a los pueblos y enajenando el patrimonio nacional a niveles nunca pensado como posible en tiempos modernos.

Los pueblos, luego del aleccionamiento dictatorial (disciplinamiento popular), instaurado por las oligarquías amenazadas por la emergencia social de mediados del siglo XX, se han “enconchado” en una postura temerosa e idiotizada. Generaciones pasaron sometidas a la bota militar y a los bandos de la oligarquía dominante, amén de una publicidad banal y degradante, plagada de mitos sobre las superioridades innatas y naturales del poder que domina y a la inferioridad resignada de los “perdedores”. Todo ello derivó en una masa informe, replegada, sufriente y reptante, incapaz de atrapar luces en medio de una cacería despiadada de riqueza social por parte de las organizadas estructuras del poder.

Sin embargo, las minorías militantes de jóvenes y trabajadores lograron generar la resistencia suficiente para enfrentar y luego deslegitimar a los poderes todopoderosos. Pero el triunfo político y la reconquista de la democracia no vinieron a poner el poder en manos del pueblo, de por sí desorganizado y debilitado, sino que mantuvo las mismas estructuras; entonces la generación de políticos, siempre oportunistas, desplazó a los combatientes democráticos y vino con prisa a acoplarse a la alianza perversa del poder, usurpando luchas, sacrificios, promesas y esperanzas.

Los Menem en Argentina, los concertacionistas en Chile, los Fujimori en el Perú, instauraron una nueva “cupularización transnacionalizadora” que terminó por demoler lo que ya estaba requebrajado: la institucionalidad nacional, popular y democrática. Esas mismas clases de cúpulas ensayaron sus políticas especulativas y avariciosas en Europa, y hoy vemos los resultados de su catastrófica hazaña, es decir la pulverización de una sociedad que creyó en el sueño democrático y del progreso indefinido.

La apertura económica sin resguardos ni recato, por parte de las nuevas elites políticas que emergen de las dictaduras, ha significado una entrega “femeninamente concesiva” del poder nacional y la riqueza propia a manos del licencioso “macho” conquistador extranjero. La postura “mujeril” de nuestra clase política y empresarial, revela una disposición de alma poco afrontadora, poco viril y nada moderna. Una falta de valor para emprender con sacrificios y voluntad, con cálculo e inteligencia las tareas de un desarrollo del que seamos dueños orgullosos y soberanos, ha derivado en los goces cortesanos de una clase empequeñecida y rastrera que prefirió los frutos venales de una condición periférica y subalterna.

La masa social ha sido degradada y desfigurada humanamente. La publicidad y el espectáculo deplorable de una televisión al servicio de la misión corruptora global y de una prensa anodina y desinformadora, más una educación atrasada en 20 años y marginalizada en el abandono por 40 años, pone al pueblo en una situación complicada, pues se hace propensa a manipulaciones peligrosas.

Sin embargo las nuevas generaciones de indígenas del sur, de estudiantes de todo Chile, de movimientos sociales y regionalistas, comienzan a asomar la cabeza y a perfilar una figura de humanidad íntegra, machamente viril y valerosamente femenina, sin timidez y aureolada de una grandeza que permanecía latente y que afortunadamente la conjuración de los poderosos no extinguió.

Para recuperar el vigor de la grandeza social debemos ejercitar nuestra democracia y participación con atrevimiento irreverente. No más sumisiones, no más silencios cómplices. Pareciera que esta sociedad sometida y femenina, gobernada por dominadores impotentes derivará en otra raza, en otra naturaleza, en otra casta de hombres y mujeres que se empeñan en abrirse al mundo, pero con su valía e importancia, sin restarse a los desafíos de ser ellos mismos y acoplarse de manera digna e insumisa a un desarrollo humano global y hermanable.

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