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lunes, 3 de enero de 2011

Recuerdos del Centenario

Por Abraham Santibañez

A la hora –inevitable- de los balances, se ha insistido en el carácter trágico de 2010. Se desea que el nuevo año “sea mejor”. Esa aspiración pasa porque nosotros seamos mejores: mejores personas, mejores ciudadanos, respetuosos del prójimo, respetuosos de la dignidad de los demás: todos, desde madres con embarazos difíciles hasta presos hacinados en las cárceles.

Si tan solo miráramos con los ojos bien abiertos: en las calles, en el Metro, en el trabajo, a la salida de las iglesias, hospitales y colegios y actuáramos positivamente, ninguna tragedia podría aplastarnos, por dura y dolorosa que fuera. Como dijo Martin Luther King: “Si supiera que el mundo se acaba mañana, yo, hoy todavía, plantaría un árbol”.

Se nos ha olvidado que hace un siglo, en vísperas del centenario, las sucesivas muertes del presidente Pedro Montt y del vicepresidente Elías Fernández Albano, crearon una atmósfera de intranquilidad en la clase política. Al final, sin embargo, el país continuó su marcha, entre luces de esperanza y no pocos nubarrones.

No se destacó mucho el año pasado, cuando se celebró el Bicentenario, pero la celebración de 1910 –pese a la realidad excluyente de la época- tuvo un impecable desarrollo. Los dos Figueroa (Emiliano, Vicepresidente de Chile; José, Presidente de Argentina) brindaron con entusiasmo, intercambiaron buenos deseos y fueron cálidamente aplaudidos. Como en Santiago no había hoteles para tanto dignatario, el alojamiento se solucionó gracias a la buena voluntad de las familias residentes en el centro. Se registraron algunas mezquindades, de las cuales el “Introductor” de embajadores, Carlos Morla Lynch dejó un buen recuento en sus memorias, incluyendo sofocos, confusiones y no pocas rivalidades femeninas. Pero nada de ello opacó la ocasión. Llegó el término de los festejos, se acabaron los banquetes y las confusiones de todo tipo y finalmente partieron de regreso las delegaciones extranjeras. Morla Lynch escribió en su diario el 26 de septiembre de 1910:

“No puedo explicar la felicidad que siento después de las fiestas: alivio, satisfacción, descanso”.

Era imposible prever lo que vendría.

Chile estaba a menos de dos décadas de una sangrienta guerra civil y vendrían otros dos decenios turbulentos, con mucho “ruido de sables” y una dictadura..

No es que nadie anticipara tantos dolores y convulsiones. Ya en 1900, Enrique MacIver había hecho su famoso diagnóstico de la crisis moral de la República:

Me parece que no somos felices; se nota un malestar que no es de cierta clase de personas ni de ciertas regiones del país, sino de todo el país y de la generalidad de los que lo habitan. La holgura antigua se ha trocado en estrechez, la energía para la lucha en laxitud, la confianza en temor, las expectativas en decepciones. El presente no es satisfactorio y el porvenir aparece entre sombras que producen la intranquilidad.

Un siglo después, las dudas y las esperanzas no son las mismas. Pero persisten los desafío y eso es lo que tendremos que encarar. No vale la pena escarbar mucho más en 2010, un año cargado de problemas, pero que demostró nuestra capacidad para salir adelante.

Es lo que importa.

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